martes, 20 de abril de 2010
Mi hermano
Hasta los veinte siempre eché de menos un hermano y envidiaba a mis amigos que sí los tenían. Cuando era pequeño, pensaba en un compañero con quien jugar, alguien para compartir el cuarto por las noches, un compinche de risas y travesuras. Cuando era adolescente, en un amigo para preguntar y guardar secretos, en un camarada de luchas y compromisos, en un colega de correrías y emociones. Tenía una hermana y la quería, pero era niña y demasiado pequeña para mis andares de machito seductor (o eso me pensaba). Cuando apenas tenía veinte, me enteré que tuve un hermano que nació muerto, un par de años antes que yo naciera. La noticia me afectó, pero comencé a entender por qué siempre eché de menos ese hermano; sin haberlo conocido, sin haberlo querido, sin haberlo imaginado siquiera. Cuando apenas tenía veinte, pensaba en cómo hubiera sido mi vida de haber tenido ese hermano mayor. Cuando apenas tenía veinte, comencé a dejar de sentirme así, falto de alguien casi como yo, un imposible doble de mí mismo, más fuerte y más sabio, incluso, alguien en quien reconocerme y sentirme orgulloso. Cuando apenas tenía veinte, escuchaba a Víctor Jara, Silvio Rodríguez, The Police, Led Zeppelin y a Barón Rojo, alguna se enamoraba de mí y mi hermano se difuminó en el zigzagueo de la vida. Hoy, después de tanto tiempo, pienso en él nuevamente cuando ya nada más podré saber, cuando sólo encuentro el ambiguo recuerdo de su vacío.
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