Los equipos deportivos son siempre de algún lugar y, en alguna medida representan a su paisanaje en sus anhelos y conflictos, pero el fútbol, particularmente, es un juego colectivo que se trasmuta en la colectividad misma por el grado de seguimiento y de apasionamiento que genera; es la dramatización perfecta de las euforias sociológicas y de las ansiedades colectivas; es el rito, la sublimación, la anamnesis, la síntesis, y... en un Mundial, es la épica visualizada del propio despliegue del espíritu hegeliano... ¡Quién da más!
Bueno, pues después del regreso de nuestras legiones a Roma en olor de multitudes, algunos con bandera autonómica incluida, dejo ya este largo excurso que el cuerpo me pedía por el nacionalismo deportivo. Y ahora me tocan unas merecidas vacaciones de este blog (al menos). Uf, y es que con estos calores saharianos me quedo bajo mínimos, menos mal que en unos días emigro a territorios sakespearianos. Si me quedan ganas, algún otro día escribiré de eso.
martes, 13 de julio de 2010
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