jueves, 22 de septiembre de 2011

Hormigueos de cuervo atigrado

El tigre y la serpiente no se llevan muy bien, me dice un experto gurú oriental. No sé si hacerle caso, pues no entiendo una papa de esas cuestiones. Tampoco sé si soy tigre, cabra, rata, mono o serpiente. Problemas filosóficos del ser aparte, cada libro o web que consulte, me ofrece un animal distinto. Ahora bien, sí sé que no hay pájaro volador alguno en el horóscopo chino, solo, y como excepción presente en toda regla que se precie, el dragón es volador, a pesar de que también tenga patas con las que poder andar.
Como córvido que sí soy, no me ofrece mucha confianza los designios de un horóscopo así, tan terrícola y discriminador de la animalia voladora. Sin embargo, de los chinos ya sabemos que les gusta mantener los pies en el suelo, pragmáticos y disciplinados hasta en su vertiginoso capitalismo. No es de extrañar, pues, que los caracteres humanos los hayan visto bien representados en esa panoplia zoológica.

No sé, se acerca el invierno y eso parece que lo saben bien las hormigas de por aquí. Así están ellas últimamente de hiperactivas y frenéticas, como intentando aprovechar al máximo las últimas oportunidades de almacenar algo para los tiempos duros que se avecinan. Su histeria colectiva ha llegado hasta el punto de invadir buena parte de mi casa, y cada vez que me siento a trabajar en este ordenador, veo cómo se me suben a las canillas, aprovechándose de mi poca movilidad. La obsesión, que ya tengo, hace que continuamente imagine como reales otros recorridos y picores de estos bichos por todo el cuerpo. Hace un rato, sin más, estaba convencido que me había entrado una al oído. Joder, me acordé de aquel explorador británico que trataba de encontrar las fuentes del Nilo y que, sin darse cuenta, una noche montaron el campamento sobre un hormiguero. A la mañana siguiente se despertó con miles de hormigas soldado por todo su cuerpo intentando defender con mandíbulas su territorio. Las del cuerpo no importaban porque podía sacudírselas fácilmente, pero no así las que estaban en el interior de su oído, chascándose literalmente su tímpano, y más allá, hacia el interior del caracol o la cadena de huesecillos, qué sé yo. Recuerdo que los alaridos de desesperación de aquel hombre, me impresionaron sobremanera, hasta que después de intentarlo con cera líquida ardiendo, pero sin ver que diera resultado, decidió clavarse un hierro hasta el fondo. ¡Clack!, un golpe seco y contundente. La sangre le manaba abundante desde el interior, pero, a cambio, consiguió que por fin dejara de tener aquella horrible sensación de verse comido por dentro en vida. Luego intentaba penosamente que aquella herida no se le infectara en medio de los rigores del trópico africano. Nunca más volvió a escuchar nada por aquel lado; sin duda, un daño colateral y menor comparado con el alivio de liberarse de aquellos insectos taladradores.

Esta noche pensaré en todo ello mientras duermo. Quizás, hasta tenga un dulce sueño de aves del paraíso devorando hormigas. Aves que, a su vez, sean devoradas de común acuerdo por un tigre y una serpiente bien avenidos. Y que los cuervos rieguen la noticia por todos los rincones de este bosque con su bello graznar. Quizás, todavía sea posible soñar en este mundo de locos. Quizás, soñar no, tan solo esperar. Quizás, los dados ya estén echados... Quién sabe.