Después de leer el artículo de Sibisse Rodríguez sobre 'bichos y literatura' (ver entrada de hoy en el blog de Jesús R. Castellano, y que también me ha gustado mucho), recordé alguna de las conversaciones entre Jesús y yo cuando construíamos aquella foto nocturna con las cucas del frontal de uno de aquellos viejos containers habitados, cerca del restaurante La Cofradía (St Andrews, in Teneriffa). La foto se publicó en Lunula 23, dedicado a 'la risa', con texto del supuesto diálogo filosófico entre ellas (la cucaracha que sube por la puerta metálica y el graffiti de una polla dibujado en ella, en Canarias las llamamos cucas a ambas). Jesús hablaba de la profunda zozobra que aún causa el encuentro con determinados bichos como las cucarachas o las ratas. "Estoy convencido que una buena papilla de cucarachas curaría muchas enfermedades", me decía.
Puestos a elegir entre elementos que todavía perturben y escandalicen nuestro ánimo, nada hay como acudir a estos pequeños insectos y animales de nuestro entorno. Dándole vueltas al asunto en aquel entonces, me acordé de la antropóloga Mary Douglas y su libro Pureza y peligro. Análisis de los conceptos de contaminación y tabú, donde se hablaba del profundo y significativo simbolismo cultural de las nociones 'puro' e 'impuro', conformando muchas actitudes, modos de ser y entender, pautas de conducta, etc., que son muy distintas, a veces, por relativas al grupo social y a la cultura de que se trate. 'Puro/impuro' se comportan como nociones de base, estructurantes, ayudando a definir esos grupos y culturas, a distanciarlos entre sí. Si bien lo 'puro' e 'impuro' remite inicialmente a lo ritual, a la investigación de lo sagrado y los símbolos religiosos, con Mary Douglas muchos otros conceptos de ámbito más laico son asociados a ellos, como ocurre con 'higiénico' y 'sucio', adentrándose, pues, en la cotidianidad social e indicándonos en todo momento lo que 'se debe' o 'no se debe' hacer. Tranquilos, no voy a extenderme mucho más en esto, sino a conectarlo ya con el tema de los bichos.
Pero antes Lévi-Strauss. Éste, a propósito de lo crudo y lo cocido, volumen I de su serie Mitológicas, interpretaba el acto de cocinar los alimentos como un intento de instaurar la civilización en la naturaleza, el orden cultural en el orden natural. Esto era especialmente importante para el acto de comer, es decir, para un delicado y decisivo acto de interiorización, para el paso simbólico de lo externo a lo interno. La boca como puerta, como umbral, cuyo paso debe quedar ritualizado, es decir, sometido a 'control' para garantizar su inocuidad.
Otro acto de instaurar el orden cultural en el natural ha sido la separación cada vez más radical entre lo urbano (espacio humanizado), lo campestre (espacio de transición) y lo selvático (espacio de naturaleza). Esto es especialmente manifiesto en el ámbito doméstico, donde se vive y se reproduce más íntimamente lo social y lo cultural. La casa, como expresión casi absoluta del dominio y el control sobre el orden natural; el hogar como espacio de exclusión de cualquier gobierno natural; y la necesidad de una autoafirmación jerárquica. Allí todo es distinto de lo natural, y aunque pueda haber elementos de naturaleza (plantas o animales), éstos se deben encontrar bajo el dominio de lo cultural: macetas, jaulas, correas, domesticación, podas, selección, artificio...
Cuando encontramos alguna clase de bicho en nuestra casa (la propia noción de bicho alude a lo natural que escapa a domesticación), por pequeño e inocente que sea (arañas, hormigas, polillas, escarabajos, grillos, milpiés, cochinillas...), lo que encontramos realmente no es un ser 'asesino' que atenta contra la continuidad de nuestras vidas, cosa que ya sabemos improbable con esta clase de animalitos. No, lo que nos horroriza cuando aparecen en nuestro domicilio es la transgresión, la violación intolerable de una jerarquía preestablecida, la burla de nuestro ámbito de control y dominio. Son seres que aunque no nos hagan realmente casi ningún daño, el caso es que escapan a nuestro orden cultural, no están sujetos a ninguna clase de doma, no se atienen a normas, es más, son libres de pulular por donde les plazca en nuestra propia casa y eso nos inquieta y perturba grandemente porque violan sistemáticamente la frontera de lo que creemos que 'se debe' y 'no se debe' hacer. Son los seres que atentan contra nuestro orden simbólico y por ello son vistos especialmente como fuente de suciedad, de inmundicia, de enfermedad... y origen de nuestras más horribles pesadillas. Es casi imposible resistirse a intentar exterminarlos de nuestras casas, y quien no lo haga acabará contaminado por ellos y terminará por sufrir algún tipo de desprecio social (cuidado con tus mejunjes, ja ja).
La definición de 'puro/impuro' o 'higiénico/sucio' que nos da Mary Douglas es, finalmente, 'contextual'. Lo que cultural o simbólicamente definimos como 'impuro' o 'sucio' no es una cualidad intrínseca de las cosas o seres referidos, sino que depende de si responde adecuadamente o no al orden preestablecido de lo que debe o no debe hacerse. Así, el azúcar cuando está dentro de un recipiente que llamamos azucarera es puro/limpio, está donde 'debe estar', pero cuando se derrama accidentalmente sobre un plato de paella ya es 'impuro', está 'sucio' y deberá tirarse a la basura. No es un tema de higiene comestible, pues la paella nos la estábamos comiendo en ese momento sobre la mesa antes de que se nos derramara el azúcar en ella. Es un problema del lugar que ocupa antes y después del accidente, de lo que consideramos que 'debe' y 'no debe' hacerse con ella. Naturalmente que el paradigma higienista-médico es decisivo en nuestra cultura para establecer ese orden, pero la estructura de sentido general en el que se enmarca es más compleja que eso.
Cuando nuestra cocina es invadida por las hormigas, nuestra consternación no proviene de la cantidad de alimento que se llevan, ni siquiera de las enfermedades que pudieran transmitirnos (que no existen), sino de la violación del orden preestablecido. Probablemente, si pudiéramos enseñarles a corretear por los espacios habilitados para ello y a comer en su propio plato, es decir, si pudiéramos domesticarlas, no tendríamos esa clase de reacción, esa extraña y poderosa mezcla de espanto, antipatía y asco.
Las hormigas, las cucarachas, las polillas y demás, si se atuvieran a nuestras normas serían más bien unas buenas amigas; pequeñas, sociables y simpáticas vecinas, pero no lo hacen.
Así, pues, los bichos siempre tendrán asignados ese papel realmente turbador de seres inmundos que se atreven a violentar hasta nuestro orden más íntimo (más aún si se trata de nuestro propio cuerpo), el de los seres que siguen empeñados en demostrarnos y recordarnos una y otra vez que, en realidad y a pesar de todo, nuestro orden cultural todavía continúa supeditado al orden natural. Es por ello que la literatura, y también las otras artes, los ha sabido explotar como símbolo transgresor, como conector hacia nuestros más bajos instintos, como desencadenante de nuestras más irreprimibles pesadillas. Su fuerza está en el tabú que representan.
Y ahora, vamos a ver qué nos depara la sesión tijuanera de esta tarde del martes, esperemos que esté ciertamente animalada.
lunes, 28 de marzo de 2011
Breviario de cuentos relativos (I)
Soñaba ser amada... y no vio al de la motocicleta.
(lo breve del cuento para algunos,
a ella nunca se lo pareció.
Hoy en día es una gran aficcionada
a las carreras de motos.)
(lo breve del cuento para algunos,
a ella nunca se lo pareció.
Hoy en día es una gran aficcionada
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