jueves, 10 de febrero de 2011

Sirenas en la encrucijada

"El sonido de la sirena, la humedad, el calor y la fatiga se mezclan.
Desnúdate. Te daré la bruma por vestido... Beberé otra copa a la salud del mar... A la salud de la sirena que llevo tatuada en el brazo. Cada noche salta al mar y me pone los cuernos con Poseidón. Vuelve por la mañana cuando estoy durmiendo, llena de algas y de ortigas marinas. Cuando permanecemos en tierra un largo espacio de tiempo, se marchita y pierde sus colores... Una casita en el campo. Y dormir una noche cada dos años. Sin ninguna mujer al lado. Por la mañana, hacerse a la mar... Nuevamente el vaivén del motor, el olor a lejía y a barco, el cocinero que se corta las uñas con el cuchillo de cocina. Siempre de guardia, la litera repleta de chinches, las reparaciones, el olor del minio, del alquitrán hervido, el pozo negro, el agua turbia en el cubo. Agua con pelos de león, agua fluvial, infestada de cocodrilos, palabrotas en la mesa, el arroz con leche quemado, blasfemias a guisa de saludo, la enfermedad de la chatarra. Relevo de guardia tirándote del dedo gordo del pie. Levar ancla. Echar ancla. Encrucijada..."

(...)

"¡Si existiera una mujer bautizada con aceite de pescado! Con la carena pintada de minio, calafateada con alquitrán, la saliva salada, el pelo de algas, tentáculos por brazos, los ojos de agua, las piernas... no, mejor sin piernas, como la de la vitrina de Acuario en... No, en ninguna parte. Tan sólo en mis sueños. Que se llame Marina. Que hable la lengua de los peces."

N. Kavvadías, dos fragmentos de La guardia (1954)