Ayer andaba yo sumamente embotado, incapaz... (JR, cabrón, tú tienes la culpa). Mejor. Las críticas y las crónicas también merecen un cierto reposo, un reposo innegociable para otros, pero en estas pequeñas repúblicas blogueras afortunadamente el ritmo de los acontecimientos sólo lo marca cada uno... como quiere, y como puede. Al cuervo, ya saben, le gusta volar en bandada o solitario, esperar a que los escritores pasen bajo el umbral, bajo sus pies, mientras trata de mantener un precario equilibrio sobre la fría y pulida cabeza de la diosa guerrera y sabia.
Ayer me levantaron pronto... demasiado pronto para quien merodea con nocturnidad y alevosía.
Un ronroneo especial y extraño el de la otra anoche en la capital de este reino. Salí pronto, sin embargo, a mi paseo mañanero de los sábados en busca de la prensa y otras mercaderías que se tercien. En el comienzo de la gran recta veo un gran gusano marrón reptando por todo el centro de la acera. Parecía un pequeño puro palmero ('señoritas' creo que le dicen) ¿Quién me estuvo hablando de tabaco palmero la noche del viernes?, ya no sé, éramos unos cuantos en aquella mesa del francés, como 21 o así, y las conversaciones se entrecruzaban. Sí, parecía un pequeño puro animado a lo Svankmajer, y de pronto me miró con cara compasiva. Pasé de largo, sin más, recordando precisamente la conversación con una simpática animalista que coincidimos aquella tarde en el butaqueo de la sala MAC. De entrada me sorprendió ella y luego hablamos hasta de Peter Singer el filósofo, uno de los fundadores de ese movimiento (recordaba algo de su compendio de Ética leído en aquella época universitaria). De vuelta, venía absorto en la crónica de El Perseguidor, y la profusión de imágenes del evento G21 por medio periódico (¡portada incluida!), cuando escuché un ¡¡choff!!. Lo siento por el animalismo (o el animismo cinematográfico, vaya usted a saber), pero fue sin querer. Serán las cosas de este mundo literario isleño, a veces, y sin querer, cometemos algún ¡choff!
Veo a un editor feliz y también lo vi así el pasado viernes. Me alegro mucho amigo y compañero de Radio Unión Tenerife. No todo han de ser malas noticias en esta vida (él sabe a qué me refiero). En esa Radio y alrededores, hemos participado de algunos emotivos y hasta viscerales debates sobre nacionalismo. Hasta ha salido un libro al calor de los mismos, un libro antinacionalista: Canarias, diversos nacionalismos, de nuestro también compañero de las ondas, José María Lizundia. Por ello ya sabes que en esto yo soy de su mismo bando y siempre he visto esa opción política llena de trampas e inconvenientes. Sin embargo, en el terreno cultural y literario ya vamos teniendo otro feeling. Aunque con diferencias en los gustos y autores, siempre me he sentido muy cercano a tu empeño editor y a la decidida reivindicación de los valores de nuestro entorno.
Planteaba muy acertadamente el propio Lizundia en su libro, que una cosa es el nacionalismo político y otra el nacionalismo cultural. Que la propia reivindicación, estudio o defensa de lo más o menos singular cultural no necesita del nacionalismo político, pues en el fondo sólo desea instrumentalizarlo y convertirlo en soporte-justificación de un nuevo ansia o delirio estatal a diferente escala. Cualquier activismo cultural (escribir y publicar desde luego que lo es) también necesita de políticas que lo propicien y desarrollen pero ni eso es patrimonio exclusivo de alguna opción política en concreto, ni eso debe convertirse en patente de corso para el debate partidista en su cotidiana lucha por el poder.
Anghel, obviamente salvando las distancias, al igual que Herder (en lo que respecta a éste último me vale continuar con Lizundia).
I) Herder, el filósofo-historiador-crítico literario y primer gran exponente del volksgeist, hablaba de las canciones populares no como algo que estaba ahí esperando a que él las descubriera, sino que cobraban existencia y realidad solo después de que alguno se decidiera a cantarlas. Otorgaba con ello el total protagonismo a sus legítimos detentadores y sin, eso sí, considerar que otras expresiones culturales 'ilustradas' fueran superiores a ésta. Ahora bien, los discursos del miedo, el victimismo y la esencialidad definitoria de estas herencias para establecer un determinado orden de gobierno no hacen más que enmascarar el oportunismo político de unos intereses espurios a lo cultural, cosa que Herder rechazó. Es por esto que el supuesto padre del nacionalismo, sentencia Lizundia, en realidad lo fuera del nacionalismo cultural.
II) Anghel ha expresado en distintos momentos que con esta antología de narradores él no ha querido descubrir nada nuevo, ellos y sus obras ya estaban ahí y sólo ha querido hacerse eco de algo que por sí mismo ya existía y tenía valor, pero que adolecía de algún otro evento que lo reflejara y comunicase a la sociedad. Anghel, al igual que Herder, sólo se hace eco de lo que ya está. El don de Anghel es haberlo visto y trabajado para establecerlo con la propia literatura de algunos de sus protagonistas. Son ellos, y en ellos no hay caras tristes, victimistas... en la presentación hay alegría, autocrítica y retos a la búsqueda de nuevos lectores. La pujanza, quiero pensar, de lo que se sostiene a sí mismo, sin muletas ni servilismos. La fuerza de lo que se abre camino porque está ahí y no puede ser cortado sin más. La necesidad del espejeo literario en una sociedad culturalmente madura, el deseo de traspasar sin complejos los círculos y circuitos más habilitados porque se hacen pequeños o interesados. Una narrativa desprejuiciada que se defiende por su propio valor cultural y no para la reivindicación folklórico-política de 'lo nuestro'.
Así quiero verlo yo, no sé si los aludidos estarán de acuerdo. Otro día, si hay ganas, hablaré de los cuentos que también lo merece, pero (y en eso discrepo del serpiente) la entidad y repercusión de la antología también merecía esta pequeña reflexión, lo otro son minucias o ganas de joder. Sí, ya sabemos que cualquier criterio antologador (¿se dice así?) finalmente siempre es arbitrario y subjetivo, pero también hay más.
domingo, 1 de mayo de 2011
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