lunes, 31 de diciembre de 2012

2013 o lo que vale un pimiento

Para todos aquellos que todavía esperan algo de este bosque, un saludo en este fin de año que se aproxima. Saludos a los Magos del poniente y del naciente, que son todos ellos reyes y sabios. Saludos a los Magos del norte: todos ellos dandis, eruditos y benditos. Porque si son del sur... Los Magos del sur no valemos ni un pimiento a decir de alguno. Con mucho cariño, se entiende, y lo sabemos. Y eso, casualmente, lo digo el día en que biografío las últimas horas de uno de ellos, de un pimiento, me refiero, lo que venía a propósito de un año y de una portada de revista que esperamos como agua de mayo. Y es que hay pimientos y pimientos, pimientos imprescindibles para un buen cocido de gourmet y pimientos de repudio que alegran el buen yantar de comensales menos distinguidos.

...A todos ellos, ellas y elles, que el nuevo sol nos de un nuevo comienzo.

martes, 4 de diciembre de 2012

Tuning art (II)

No entendía por qué no le veían y por qué no hacían algo, por qué no trataban de ayudarme. Hasta que empecé a verme las uñas y la ropa con restos de pintura. Mis propias manos confabulándose con mi perseguidor. Pero qué sé yo de pinturas, si hace ya más de diez años que me juré no volver a intentarlo, a pintar para esa zarandaja de ignorantes, para esos malolientes pijos de mierda que se creen que se las saben todas, que te hablan de tendencias, modas y de todos esos efectos estéticos, de lo más cool. ¡Qué coño sabrán ellos! Sí, hace ya muchos años que los mandé al carajo; un harakiri completo. Todo mi arsenal de pinturas, telas, disolventes y espráis lo mandé al sótano, y allí se pudrirá hasta acabar con esta triste vida que llevo. Abandoné ese mundo de fuegos artificiales por otro, más gris, pero menos patético. Y ahora… de nuevo asediado por la pintura. Pero quién me lo iba a decir, asediado y de qué manera. Mis manos… qué coño harán mis manos para estar así de pintarrajeadas. No no, no puedo seguir así, tendré que encontrarle y hacer que se trague toda esta tortura. Por qué a mí, por qué yo. Eso es lo que debo hacer, acecharle hasta cogerlo in fraganti. Seguramente pinta por las noches, oliéndose por qué lado caminaré a la mañana siguiente. Sí, eso debe ser, por la noche podré encontrarlo tuneando alguna pared, aprovechando mientras cree que duermo. No, esas pintadas no se hacen con cuatro trazos y dos pasadas. No, tardará al menos una hora si tiene bien claro lo que va a hacer, tal vez dos. Pero tampoco voy a poder estar toda la noche vagando por ahí hasta encontrarlo, necesito dormir. Como pierda el sueño sí que voy a acabar chiflado del todo. ―Tiene que dormir sus ocho horas siempre― Me exigía el médico la última vez en su consulta. ―Si no duerme lo suficiente, no habrá medicina en este mundo que lo devuelva a la normalidad― Me insistía.
Si no duerme lo suficiente… Sí sí, ya. Como si eso fuera tan fácil con este ir y venir casi desquiciado, de sobresalto en sobresalto. Todo el mundo me teme o me odia, quizás ambas cosas. Me toman por un chiflado más, pero yo sé bien que ese me las pagará algún día. ¡Ay Dioosss, cuando lo tranque despistado por ahí! Ese día se va a acordar. Quiera Dios que no me ciegue del todo, porque no sé qué podría llegar a suceder.
Hoy me decido a recorrer estas calles a oscuras. Hace frío, después de un día completo de lluvias. El invierno llegó y ha llovido tanto en esta maldita ciudad, que ahora falló la luz eléctrica. Siempre pasa igual, cuatro gotas y todo comienza a fallar; se va la luz, los bajos se inundan, algún muro se desmorona... Ay, la ciudad a oscuras, y yo chapoteando por estas calles, entre los fogonazos de luz de coches y motos que todavía deambulan por el barrio. Camino en busca de ese cabrón, con la rabia apenas contenida por quien ya no encuentra sosiego. Sí, esta noche me decidí a buscarlo todo el tiempo que sea preciso. En algún lugar debe estar componiendo su nueva obra, ese arte macabro que no deja de torturarme desde hace algún tiempo. Sí, esta noche lo encontraré y le daré su merecido. Solo así podré descansar en paz. Solo así podré recuperar mis rutinas, mi miserable normalidad, pero en paz conmigo y con el mundo.
De pronto, un coche que gira en la esquina me ilumina y en el reflejo del escaparate de enfrente veo la figura lúgubre de alguien que porta un cubo grande lleno de espráis y trapos sucios, y una pequeña escalera al hombro, por la que introduce el otro brazo. El hombre se me queda mirando fijamente, parado en la misma posición al caminar. Fue solo un instante de luz y todo volvió a quedar oscuro cuando el coche siguió de largo, haciendo saltar el agua de los charcos que encontraba a su paso. El instante en que el corazón me daba un vuelco y giré hacia atrás. No lo vi. Miraba a un lado y a otro, atrás, adelante, mientras me repetía: ¡Era él, era él…! ¡Al fin le había visto! Era real, era el grafitero que me había estado jodiendo la vida últimamente. Y era extraña su mirada, como si yo estuviera contenido en ella. Como si… como si yo y él… fuésemos la misma persona.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Tuning art (I)

Sí, no lo pude evitar. Comencé a tener claro que alguien estaba tras mis pasos cuando empezaron a aparecer aquellos extraños grafitis por todos los sitios de mis rutas cotidianas. Al principio sólo me llamaban la atención por su crueldad extrema; cortes sanguinolentos en partes sensibles del cuerpo; hojillas y navajas hundiéndose en pezones y uñas, ojos desorbitándose por extraños instrumentos, lenguas bifurcadas o labios colgando entre rojas salpicaduras con un realismo extraordinario. Me los encontraba de forma arbitraria a la vuelta de una esquina o al subir las escaleras de una plaza. Como eso, como quien supiera de mi vida y de mis pasos, adelantándose siempre a lo que haría al día siguiente. No sabía bien cómo interpretarlos; si como una amenaza o como un aviso. Miraba y miraba en todas direcciones, pero nada. Tenía la intuición de que aquella obra de arte no se completaba hasta llegar yo, hasta incluir mi sorpresa o mi incomodo por aquel cuadro. Sí sí, su autor tendría que estar observando mi reacción en el momento de verlos, escondido por algún lado, asomando de algún modo la mirada para deleitarse conmigo ante su obra. Yo mismo era parte de su obra. Pero por qué yo, por qué un ser tan anodino como yo iba a ser objeto de tantas atenciones. El azar, sí, quizás habrá sido eso, tan solo un ser escogido al azar. Fue cuando comencé a descontrolarme otra vez, cuando dejé de hacerle caso a mi médico, a abandonar la vida tranquila y ordenada que tenía que seguir, a dejar de tomar las pastillas en las horas que debía. Pero cómo hacerlo en este estado de alteración que me imponían esas pinturas, el encuentro con ellas cada día. Cómo digerir ese sobresalto en mis paseos por el barrio. Cada vez eran más crueles, más vivas, más reales y turbadoras. Quién será, quién tratará de reírse de mí, de esa manera tan desalmada. Y para qué. Así fue que comenzaron a asediarme sombras y desconfianzas. No quería ver a nadie, ni salir, pero la comida se acababa y las paredes parecían que me enterraban vivo. Tenía que salir y con cada salida una nueva pintada; el estupor donde menos lo esperaba. Toda esa desolación que acudía a mi espíritu. Hablaba, sí, hablaba solo y le veía ya, le veía escondiéndose y riéndose de mí. Y le gritaba, le gritaba con todas mis fuerzas. Y la gente no me entendía. Gritaban ellos también y salían corriendo, huyéndome sin comprender mi agonía e injusticia. ¡Que no, que es él quien tiene toda la culpa! ¡Que es ese maldito loco, que se asoma por allí y por allí… y por allí! Trataba de explicarles, pero de quien tenían miedo era de mí.