Leo y envío para El Perseguidor reseña de Marcelino sobre Libro del cuervo. Veo que coinciden el Dr R y el Capitán M en calificar como ‘imperfecta’ la última novela de Jesús R. Castellano. No sé muy bien qué significa esto, supongo que se referirán a eso que también llaman una novela ‘redonda’. De momento, lo que sí veo es una novela rectangular, y cuyas proporciones desgraciadamente tampoco guardan ninguna relación áurea, lo cual me devuelve igualmente a su ‘imperfección’. Como buen pitagórico, mido y compruebo que le sobran 16 mm por el lado largo, pero precisamente como pitagórico pienso que en esta diatriba, poco ‘triangular’, falta un tercer elemento crítico y que encuentro (a dios gracias) en el prologuista. Defendió este último en su presenta, bajo categorías estéticas de hondo calado, la ostensible fealdad de su portada, para concluir finalmente que ésta y la novela son cosas bien distintas.
El afán de perfección es también la búsqueda de belleza, del pulimento absoluto a las aristas discordantes, al encuentro de proporción y armonía, del acabamiento a cualquier punto de partida. Nada más alejado de la intención de este escritor.
Por otro lado, pienso que la portada lo dice casi todo, es un anticipo, una representación de lo que le espera adentro al lector. No olvidemos que la portada es también obra del propio escritor. Luego, nada arbitraria ni gratuita. De algún modo ambos elementos guardan relación, manejando distintas gramáticas, pero alimentándose mutuamente de una misma intencionalidad.
Comenta Sibi (lo cual me jode ya la crítica pitagóricamente triangular prevista), que no es una portada que invite precisamente a leer la novela.
A mi juicio, el criterio estético seguido para ambos elementos (portada y texto) es el del extrañamiento; la veladura del motivo para situarnos del otro lado de la realidad, el de las sombras de la existencia y el de su papel en el propio quijotismo de la literatura y sus personajes.
«Octubre» y «un capítulo de la novela de Carles Burrot» dan las claves: “Desde entonces me quité las prisas, dejé de mirar al pasado, al presente y al futuro, confundidos todos los tiempos en una opaca tiniebla, y una distancia infranqueable se instaló entre la ciudad y yo, entre el recuerdo y la memoria. Ahora los muertos eran los otros.” (…) “y a veces creo que la vida real que he vivido está en los sueños y en las pesadillas, y que lo que llamamos realidad no es sino brumas, nubes con forma de acontecimientos que se suceden o se confunden en el recuerdo de los días que han quedado atrás, grabados en la órbita de ese satélite llamado Destino.”
Y una explicación en «el Dragón», cuando “el ángel se durmió y los diablos siguieron bailando y riendo… alrededor de la sombra de una mujer.”
Me decía el Dr R que cuando trataba de enseñar a Jesús el primer montaje del audiovisual para la presentación de la novela, le comentó: ¡Sí, muy bien, pero faltan mujeres aquí, que haya mujeres!
…Y así fue. Y en aquella noche del MAC hubo mujeres, vaya si las hubo. ¡Como nunca!
Y el Capitán… buscando su barco.
sábado, 21 de enero de 2012
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