jueves, 13 de enero de 2011

Palestinos y suecos

Hace un tiempo el diario El Mundo ofrecía un paquete de películas que tituló “XX-XXI: La crónica del cambio de siglo”. Hoy he estado viendo una de ellas, Paradise Now (2005), con el descriptivo subtítulo de 24 horas en la cabeza de un ‘kamikaze’ palestino. Dos amigos palestinos desde la infancia, Said y Khaled, son elegidos para autoinmolarse en atentado como hombres-bomba contra los israelíes. El film retrata las dudas, los convencimientos y las peripecias de los dos amigos durante las horas previas al atentado. Los diálogos se suceden con el cúmulo de luchas, creencias y contradicciones del callejón sin salida donde viven. Los israelíes apenas se ven; esto es una historia de palestinos y entre palestinos, de la pluralidad de sus voces y pensamientos en su vida desquiciada. Al final los amigos (los palestinos todos) toman distintos caminos en su desesperado propósito de encontrar algún futuro… para acabar con las víctimas y los asesinos, los humillados y los invasores. En fin, todo muy complicado y ambiguo o lógico y sencillo, según se mire.
Uno de los amigos protagonistas, Said, el ahora elegido para convertirse en héroe del panteón palestino, es, sin embargo, hijo de un antiguo colaborador de los israelíes, que murió a manos de sus propios compatriotas después de ser descubierto y ajusticiado cuando él solo tenía 10 años. Quizás por eso extraigo uno de estos diálogos, en su sobresaliente ironía y desquicie.
—¿Sabéis una cosa? [Comenta uno mientras come]. En Suecia los coches siempre paran en los semáforos y los peatones miran siempre por dónde van. Y aún así tienen la tasa de suicidios más alta del mundo. ¿Qué les pasará a esos tíos?
—¿Qué tiene que ver eso con esa zorra? [Contesta el dueño de la casa de comidas, refiriéndose a las declaraciones de alguna política]
—… ¡Están locos!
—En mi vida había visto una tía tan fea como esa.
—¿Cómo se atreve esa tía a decirnos lo que tenemos que hacer con los informadores. Esa puta se preocupa más por los colaboradores que por el pueblo.
—Deberíamos cargárnoslos sin más. Eso es lo que tendríamos que hacer.
—Sí, habría que arrastrarles del pelo por las calles y luego despellejarlos.
—¿A quiénes?
—A los colaboradores.
—Ah, claro que sí.
—Y a sus familias y vecinos. Y también a los que les prestan dinero.
—Y no quedaría nadie en Gaza [interviene Khaled, el amigo de Said, que también come en otra mesa]. ¿Por qué van a tener que pagar por ellos sus familias y sus vecinos.
—¡Pero qué pasa contigo, es que eres sueco!