sábado, 10 de enero de 2015
El Cuervo y la milana
(...) ¿Y no sigues escribiendo? Me cuestionaba Eduardo la otra noche. Había contactado con él por teléfono para dejarle un ejemplar de Nagasaki, la nueva novela de Antonio Gómez Charlín. Un encargo que el amigo Charlín me repite últimamente con cada nueva novela que publica, pero creo que será el último. Ya es hora de que se vean ellos directamente, qué cojones, que se digan lo que tengan que decirse y demás... sin intermediarios, face to face, pa ponerme en plan cool. El caso es que me vi contestando a esa pregunta casi con evasivas del trabajo y el poco tiempo (y no ha sido al único). Quizás la respuesta sea mucho más obvia. Simplemente escribes cuando tienes que escribir, cuando sientes que debes escribir, cuando salta la chispa que te ayuda a romper el hielo o el miedo o incluso la dejadez. La vida es traicionera a veces con este oficio, o simplemente dejas que te traicione o tan solo se hace duro escribir y lo dejas, sin más. En fin, no sigo, ni siquiera era esto de lo que quería escribir ahora.
Ayer me llegó otro encargo desde el sur, y me vi reservando entradas para la obra de teatro "El diario de Adán y Eva". Magnífico encargo, donde Ana Milán y Fernando Guillén Cuervo dan vida a una pareja radiofónica de los sesenta, que a su vez interpretaban un texto de Mark Twain sobre ese primer enamoramiento humano, marcando el paso a todos los demás. El amor y el humor se convierten así en protagonistas máximos de la ternura del vivir, de lo más importante del vivir, llevándonos por un inteligente tobogán de emociones que siguen dotando al teatro de pleno sentido en esta era multimedia que nos rodea y nos satura sin apenas acabar de entender nada.
Fue curioso ver el cartel de esta obra con la 'milana' (Eva) manteniendo una hermosa manzana en su mano y entre ella y él, el 'cuervo' (Adán). Fue curioso, digo, porque hacía poco que había llegado hasta mí un pequeño vídeo que denunciaba el peligroso brillo de las manzanas que comemos. En él salía raspando su corteza con una pequeña navaja, y al hacerlo obtenía unas virutas blancas de algo que las recubre. No es cera, como muchos piensan, decía, porque la cera se derrite con el calor, es plástico que da un pestilente olor cuando lo ponemos al fuego. ¡Ésto es lo que nos dan de comer, plástico!
Comentándolo me dicen acertadamente que es como en el cuento de Blancanieves, es la bruja quien nos vende la bella manzana para esconder el veneno que nos matará. La metáfora puede seguir este derrotero de apariencia y realidad o de brillo y muerte, pero en nuestra obra de teatro la manzana, sin ser lo de menos, no es sino el necesario camino para entender el amor, el primero y el último.
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