miércoles, 9 de febrero de 2011

Der verbrannte Wald

Anoche, en el post de Tijuana y en las entrañas de Atlantic City, el Capitán América se dignó a pedirme el nombre de mi blog (quiere visitarlo, se entiende). ¡Qué honor! Pero no se contentó sólo con eso, sino que a continuación sacó un extraño artilugio. Algo así como una suerte de PlayStation pero más delgada y con tapa desmontable. El manejo y la posición eran idénticas a la de la Play, por un momento pensé que se iba a poner a jugar con los marcianitos, pero no. Debía ser un diccionario electrónico (intuyo, porque no me lo enseñaba), pues al momento me escribía en una servilleta el nombre de mi blog en alemán: "Der verbrannte Wald". Por poco se me saltan las lágrimas de la emoción. Esto ya empieza a tener otra hondura, otro calado. ¡Viva la germanía del Capitán América!
Yo, que ya venía feliz del Agapea, pues, al fin me habían conseguido un ejemplar de La guardia, de Nikos Kavvadías. Ya voy por la página 102 y no me ha defraudado en lo más mínimo. Lo siento por Omú, de mi querido Herman Melville (que ya me divertía bastante), pero tendrá que esperar a que acabe con Kavvadías. En cuanto me adentro en sus páginas me llega, automático, el inolvidable olor de aquellos viejos correíllos que hacían las travesías desde esta isla con La Gomera y La Palma todavía en los 60 y los 70; esa especial mezcla de aromas a hierros oxidados, salitres de maresía y vapores de fuel, colándose sutilmente por todas las hendijas del casco mientras el run-run de las máquinas nos hacía avanzar cabalgando las olas en la noche. Al Catire marino y a la Serpiente de St. Andrews, seguro que les gustará saber con qué letras se escribe desde el mar.