martes, 8 de febrero de 2011

Millones, nada menos

Hoy toca fideos chinos con verdura salteada. No no, no se preocupen, los fideos son chinos pero de Bélgica (leo prospecto), es decir, nada maoístas. Y la verdura es fresca, me la traje ayer de la medianía del sur isleño, es decir, nada de picadillo precocinado y ultracongelado. Como ven, me cuido muy mucho de ciertos radicalismos gastroanómicos. La delicadeza de mi estómago obliga, qué le vamos a hacer. Quedaban, sin embargo, algunos otros ingredientes que comprar y me voy de mercamóbile. CampoVerde primero, donde, mientras cogía unos tomates, oigo a una pureta que le dice a otra: --¿No es martes? --Claro, miniña --¿Y no es esta tarde cuando ponen ese programaa...? ¿Cómo era que se llamabaa...? --¿Sálvame? --¡Qué va! En la radio digo yo. --¡Ay, sí sí...! ¡En la radio! Esto se llama… El Bosque, El Bosque de dee... --¡Qué bosque ni bosque! Eso se llamaa... Ti... Tif... --¡Que no, muchacha, que ya sé lo que dices tú! Eso es… La Puerta, La Puerta de...
Yo asistía atónito a semejante titubeo memorístico. Hasta los nervios me traicionan y se me caen los tomates al suelo. Joder, al intentar recogerlos pasillo abajo, me pierdo el desenlace de tal disquisición nemotécnica. Sin embargo, semejante alusión radiofónica ya era suficientemente extraordinaria como para hacerme perder el temple. Joder, quién se iba a esperar un alcance como ese en las ondas hertzianas de nuestro pequeño programa. Cuando regreso a las postrimerías de la conversación sólo alcanzo a entender no sé qué de --(…) esperemos que hoy lea el de siempre, con esa voz tan bonita, y que no se digan esas cosas, que parecen chiquillos en la plaza. --¡Ja! Cualquiera sabe. Ellos todos son como hermanos, hasta en la peleas, por cualquier cosa se te reviran. --Pero aprende una de todo eso que hablan. --Bueno, de eso vaya usted a saber… Más bien entretienen a una un rato. --Pues nada, a ver en qué para esto hoy. --Bueno, adiós comadre.
El periplo mercamóbile me lleva luego a visitar a las mercadonnas. Una me mira varias veces, lo que llama mi atención, pero ella finalmente desiste cuando ve que me percato y, algo ruborizada, sigue con sus quehaceres tras la barra de embutidos. En la sección de panadería me dispongo a abastecerme de hidratos de carbono varios, cuando otra empleada me dice… --Oiga, disculpe ¿no es usted el del programa ese de… de Tijuana? --¿Perdón? --Naturalmente ante la nueva sorpresa y el intento de conservar mi anonimato público, resuelvo hacer que no entiendo nada del asunto--. --No, es que se me parece tanto su voz con la de un señor en un programa de radio que oímos varias de nosotras, que… --¿Un programa… de radio? (sonrisa hipócrita) --No, nada, sólo iba a decirle que… --Arqueo mis cejas al tiempo que pongo cara de yonofuí--. --¡Ay perdón, señor! --Y la chica sale despavorida ante la vergüenza de la confusión--. --¡Espere, espeere… que…!
¡Joder, al final debe ser verdad eso de los millones de oyentes, que dice Jesús!