lunes, 13 de febrero de 2012

Tiros y sables bien afilados

Anoche anduve soñando guerras con cabezas cortadas y miembros descuartizados, pero nada de sangre o la que había me resultaba totalmente intrascendente; lo que contaba era esa terrible desazón de ver los trozos saltando por los aires, mezclándose en una danza macabra. Sé muy bien porqué tuve ese sueño, pues de esa guisa eran las dos películas que había visto en la tele antes de acostarme. Dos películas de escenarios y protagonistas muy distintos pero casi de una afín temática guerrera y despiadada, y, sobre todo, con una misma y bellísima actriz, Candice Bergen. Eran las películas setenteras de "El viento y el león" y "Soldado azul".

La primera habla de Abdallah al-Raisuli en el Rif de principios del s.XX, en los tiempos del sultán el Marruecos asediado por las potencias coloniales. El Raisuli (Sean Connery), había secuestrado en Tánger a una bella viuda estadounidense (una indomable Candice Bergen) y a sus hijos para pedir un fuerte rescate. Este hecho desencadena un conflicto diplomático y militar con el sultanato y en el que se verán involucrados el gobierno americano (Theodore Roosevelt, padre), así como tropas alemanas y rusas. La peli se mueve en esas claves más o menos históricas/reales, al mismo tiempo que muestra el carácter a veces humano y otras despiadado de el Raisuli (un artista cortando cabezas). Aunque la figura de el Raisuli daría para más de una novela, prefiero centrarme en el personaje de Candice Bergen; una viuda que nunca le perdió la cara al Raisulli, a pesar de la consideración que un jefe musulmán de la época podría tener por una mujer. Se dice que era muy atractivo y mujeriego, pero frente a esa viuda americana... En fin, lo mejor una carta que supuestamente el Raisuli mandó a Roosevelt padre, leyéndola bajo su gran oso disecado y que para él era el auténtico tótem americano "y no esa aguilucha medio carroñera" (sic.). En la carta el Raisuli le hablaba de un león y el viento (por eso el título); «mientras el león permanece quieto y sabe cuál es su tierra, el viento viene y se va. Golpea con fuerza un tiempo, pero termina por marcharse porque no es de ningún lugar. Yo soy ese león y tú sólo eres el viento», le acertó a decir a un Roosevelt pletórico bajo su tótem, pero que termina por perder su sonrisa ante el final de la carta.
Simbolismos y cinefilia aparte, parece ser que la carta existió realmente, pero no fue dirigida a ningún presidente americano sino a un comandante español en aquella época del 'protectorado'. La viuda tampoco existió, sino que el secuestro se hizo a un diplomático americano en Tánger. El 'león' al Raisuli sí que existió, y siempre supo cuál era su tierra. Lástima por esa viuda de tan fuerte carácter y belleza, rivalizando con el propio al Raisuli.

La segunda película trata de otro hecho histórico/real como fue la masacre de indios cheyennes (mujeres y niños principalmente) por parte del ejército americano en Sand Creek. La caballería atacaba después del bombardeo del poblado a cañonazos, cuando antes habían alzado bandera blanca a tenor del tratado de paz vigente. Pero el sable del coronel se había afilado concienzudamente en la víspera y pedía sangre y venganza (otro artista cortando cabezas). No hubo tiempo de parlamentos, pues, y aquello se convirtió en un monumento a las tinieblas humanas. Dos testigos directos de la masacre, Cresta Lee (Candice Bergen otra vez) y Johnny, el 'soldado azul' (Peter Strauss, sí, el de "Hombre rico, hombre pobre"), son los protagonistas. ¡Ay, Cresta Lee, qué hermosa por dentro y por fuera! Y qué bella, como improbable, su escena en el carro del traficante de armas con los indios. Atados de pies y manos, y tumbados boca abajo sobre las tablas del carromato, ella le pedía a Johnny que se girase e intentara desatarle la cuerda de las manos con su boca, pero al hacerlo se dio cuenta que su improvisado traje rojo, a lo indio, y que apenas daba para cubrir sus posaderas, ahora éste se encontraba completamente ladeado, dejándolo todo al descubierto. Debajo no había nada sino pura naturaleza, ¡Glup!, como era ella misma toda, como la propia vida le había enseñado después de su rapto cheyenne. Joder, esta película es de 1970 y recordaba que el ejército americano ya había tenido 'otros Vietnam' antes.
1970, además, fue un año para un verdadero renacer de las pelis del oeste con otros dos títulos para la memoria: "Un hombre llamado caballo" y "Pequeño gran hombre". Las tres películas nos ofrecían por primera vez en Hollywood la conquista del 'far west' desde la óptica india.
Historia comprometida políticamente, entonces, y tremendamente explícita en las escenas de violencia (gore incluso), fue tachada en su momento como antiamericana y no tuvo demasiado éxito de taquilla en EEUU aunque sí en Europa. Quizás eso explique que la explosiva Candice Bergen no acabara de erigirse como otro de los mitos eróticos de Hollywood. Nunca entenderé por qué no soñé con ella sino con ese paisaje heteróclito y dantesco de partes desmembradas. Uf, no hago sino pensar en qué hubiera sucedido si en vez de cubrir de nuevo sus posaderas antes de intentar desatarla, lo hubiera hecho así, directamente y sin más remilgos, tal vez hundiendo la nariz entre esas nalgas (jumm, qué víspera de San Valentín).

Guerra también hubo por el sur, nuestra última frontera, aunque esta vez solo dialéctica. Como el amigo Jesús va a contar esa crónica, mejor lo dejo hasta ver por dónde salen los tiros (y los sablazos).