domingo, 1 de febrero de 2015

Nagasaki


Cuatro cosas diré sobre Nagasaki, pero nada de juicios ni prejuicios, eso se lo dejo para los amantes de las urbes japonesas. Por cierto, hoy el blog El Escobillón me pone al tanto de las novedades con la primera semana negra de nuestra ciudad capitalina, 'Tu Santa Cruz Noir'. Gran invento ese de las semanas negras, las noches blancas, los mamotretos grises y otras crestas de gallo kíkere, que abundan por estos lares. Pos nada, veo que uno de los finalistas al premio se titula 'Los amantes de Hiroshima', de Tony Hill. Joder, el otro día, y a propósito de la novela de Charlín, me preguntaba yo por los amantes de Kokura y Nagasaki, y ahora...

En fin, como ya mencionaba en la anterior entrada, la obra el autor la divide en dos partes; 'Hiroshima', donde Óscar Neuman es el escritor de una novela que titula asimismo Hiroshima, pero que resultará ser la segunda parte de esta novela que firma Antonio Lorenzo Gómez Charlín como Nagasaki, publicada en Letras de Autor (Madrid, nov-2014), y que también titula 'Nagasaki'. En 'Hiroshima' los personajes de Valentina Osorio y Lorenzo Guzmán son imaginados por un Neuman que trata de recuperar la fluidez narrativa perdida y en 'Nagasaki' Lorenzo Guzmán cuenta sus venturas y desventuras con dos bellas mujeres, Valentina Osorio y Karen, mientras escribe también su última novela, pues tiene el firme propósito de suicidarse (lo que también hace Óscar Neuman) después de ofrecer a la posteridad su mejor fruto narrativo, y al tiempo que también imagina a Andrés Caicedo y Nagasaki Neuman, amigo y sobrina de Óscar Neuman (de la primera parte). Un fruto, el de Charlín, que finalmente me deja un sabor agridulce, con buenos momentos, principalmente en la historia de Valentina Osorio y otros más irregulares en las historias de Óscar y de Karen.

Hay en esta novela varias constantes que señalar, constantes que además forman parte ya del estilo narrativo de este autor. Los cruces de personajes y de historias entre las distintas partes de la novela es una de ellas y eso creo que ya queda claro en el párrafo anterior, como también lo es la autoreferencialidad del escritor que escribe acerca de un escritor que escribe sobre un escritor, en un laberinto de espejos que me recuerda a aquellas famosas imágenes de La Dama de Shangai. Allí la historia se resuelve con balazos que también rompen los espejos y aquí con el suicidio ritual. Y esa es otra de esas constantes de las que hablo, el ritual. Esta historia está llena de pequeños rituales cotidianos que se repiten una y otra vez como pequeños armazones donde el protagonista se refugia para sobrellevar la pesada carga de la vida, es decir, que son algo más que meras rutinas. La repetición más o menos ritualizada entiendo que es muy propia de su autor, de su carácter y formación deportiva anterior al comienzo de sus publicaciones literarias. En el deporte la repetición de movimientos es la base del perfeccionamiento y de la estructuración de los entrenamientos y la competición, algo que al cabo de los años penetra en la forma de ser del individuo, dándole sentido y vertebrando su acción en el mundo. Las cosas que se hacen (nadar, correr, coger la guagua...), los lugares a donde se va (Playa Paraíso, Sarou, Los Cristianos, la peluquería Jazmín, cafetería de las italianas...) o en donde se lee y escribe (el Songko 2046, la cafetería Soho, el Lino´s Café), no solo se vuelven repetitivos sino que forman un telón de fondo pareciendo tratar de evitar el naufragio emocional de los protagonistas (Óscar y Lorenzo), y que en definitiva son uno solo (Antonio Lorenzo, quizás). Pero de todos estos rituales el que más me extraña es el del baño después de cada 'penetración', porque así se describe el sexo con ellas: acoplamiento, penetrar, entrar dentro de, orgasmo y finalmente, ducha. Una forma un tanto aséptica, distante y mecánica de describirlo para alguien que se supone estar enamorado, una relación de contacto íntimo que termina siempre con una limpieza física y ritual. Debería traer aquí a colación a Mary Douglas, pero no tengo ganas, no tengo ganas esta vez de parecer crítico literario, de tomármelo tan en serio o académico como eso, solo se trata de un amigo que escribe algo de otro amigo. Nada importante. Lo que sí es cierto es que para Lorenzo Guzmán el sexo es "igual que el depresivo que necesita el prozac. Era un tratamiento paliativo para poder soportar la realidad" como termina afirmando en algún momento. Aunque también es más que eso, más que puro deseo, porque se enamora de ellas, moviéndose en una ambigüedad de sentimientos que le desconciertan y le hacen daño. En esas relaciones el límite entre el interés económico y el sentimiento verdadero se desdibuja y le traiciona. Así, Lorenzo Guzmán prueba el amargo sabor de la incertidumbre y ellas demasiado listas o demasiado realistas como para dejarse atrapar en sus enredos emocionales. Tal es la situación que a Lorenzo solo le queda pensar en el acto sexual como el único de verdadera entrega, el único puro y perfecto ("un gran momento de pureza espiritual"), tras el cual vuelve la cruda realidad de la traición, la ambigüedad y la incertidumbre. Una de cal y dos de arena ("amarte es como pretender cazar el viento, es imposoble pero hay que intentarlo"). Quizás sea eso lo que explique el baño, la salvaguarda del momento, donde lo sucio sea lo de afuera y no lo de adentro, la necesidad de entrar limpio a una verdad trasmutable y líquida, que lejos de asir se le escurre entre los dedos. Solo las fotos parecen algo tangible e sus relaciones, de ahí la obsesión por no solo sacarlas sino también por imprimirlas en papel, fijarlas, hacerlas físicas, una obsesión compartida con ellas, como trofeos de una realidad que tal vez también se les escurra entre las manos. "Houston tenemos un problema. Aquí Houston, ¿Cuál es la naturaleza del problema? La realidad Houston, ¿Cómo podemos saber que la realidad es real? Nadie es capaz de responder a esa pregunta". No sé, quizás este intento de explicación sea algo un tanto rebuscado, pero que me permite dar sentido a mi extrañeza, porque naturalmente que todos terminamos bañándonos tras el acto amatorio, pero esa insistencia en remarcarlo una y otra vez... no sé, denota algo, algo extraño que antes de atribuirle contradicción, trato de desentrañar desde el personaje.

"Después del sexo Valentina dice: vámonos de compras. Mientras se viste yo le digo: eres más lista que los ratones colorados. Natalia y la hija de Mireia se rien. Valentina se mira una y otra vez en el espejo, se está poniendo unos vaqueros ajustados para que se marque la flor de su sexo. Nos despedimos de las chicas y cogemos el ascensor. Salimos a la calle. De camino a la tienda de bolsos paramos en dos perfumerías, las dependientas de los locales nos miran con suspicacia. Yo me siento como si estuviera interpretando una obra de teatro en la que tengo que improvisar el texto. Vamos a la tienda de bolsos, el dueño me conoce, antes vivía en Playa Paraíso. Después de mirar y remirar se decide por un bolso negro con las letras D G grabadas. Volvemos a entrar en una de las perfumerías. Al final se decide por un Dolce Gabbana. Luego vamos a la peluquería Jazmín, la peluquera es china. Mientras le lavan el pelo, yo voy a una dulcería a comprarle algo para comer. Su amante la llama al móvil. Me hace un gesto para que no hable. Dentro de media hora viene a buscarme, me dice. Yo sufro un ramalazo de celos que trato de disimular. Al salir de la peluquería le acompaño hasta una calle cercana, nos despedimos con dos castos besos en las mejillas." (...) "El sexo con Valentina había resultado decepcionante, frustrante. Me di cuenta de que yo ya no la poseía a ella, porque ella ya no me poseía a mí, me parecía tan impenetrable como sus tatuajes. Sentado en la cafetería en la más plena de las soledades, llegué a la triste conclusión de que esa mañana no me veía, que cuando me tocaba, o cuando me follaba era invisible para ella" (fragmentos de la segunda parte, 'Nagasaki')

Como digo, la parte que más me ha gustado es la de la historia de Lorenzo con Valentina Osorio y en ella quiero destacar ahora esas escenas donde Lorenzo arriesga su vida en la ruleta rusa para disponer del dinero que le pide Valentina. "Tú me pides que arriesgue mi vida por ti, tienes un montón de hombres en ese puto teléfono, tienes a tu amante de los fines de semana, y me lo pides a mí, menuda jeta. Lo voy a hacer, pero no te confundas, no lo hago porque te quiera o sienta algo por ti, lo voy a hacer porque no me importa morir. Espero sobrevivir para escribir Nagasaki, por lo demás todo me da igual". De los sesenta mil euros ganados en la ruleta donde unos extravagantes ricachones disfrutaban viendo volarse los sesos a los participantes solo le da quinientos a Valentina, lo que no parece gran cosa en relación a lo ganado, menos mal que luego las cuentas no cuadran y dice que le sobraron cincuenta y cinco mil, luego debieron ser cinco mil lo entregado a valentina en una situación donde ambos se humillan mutuamente con la disculpa del dinero. Una escena poderosa, de una energía que te pega a la historia como a la realidad misma.

"A Valentina la empiezan a peinar, yo saco de la mochila el ejemplar de Canadá y lo hojeo, le enseño a Valentina la portada, es preciosa dice ella, estoy de acuerdo. Karen sigue de espaldas, apenas percibo su rostro, su silueta si, es una chica atractiva, pero por suerte o por desgracia en esos momentos estoy observando con una fijeza sobrenatural el rostro de Valentina. Me pide que le pague las extensiones con el dinero que gané cuando arriesgué mi vida jugando a la ruleta rusa. Yo al principio le digo que no. Karen mientras tanto observa la escena por el rabillo del ojo. La peluquera china me mira fijamente y me dice: ella habla muy bien de ti, que eres una buena persona, que la cuidas mucho. Yo al escuchar esas palabras me ablando y le digo que le ponga las extensiones, el rostro de Valentina cambia de expresión, nunca la he visto tan feliz, ni siquiera después de echar un buen polvo. Karen lo está pasando pipa, presencia la obra de teatro que Valentina y yo representamos gratis sin ningún pudor."

Estupendo, sin duda de lo mejor de Nagasaki, pero hay más. A los incautos que quieran comprobarlo ya saben qué tienen que hacer, buscarse un ejemplar de la que para mí es la mejor novela que nos ha entregado este autor, un corredor de fondo al que todavía le queda dar lo mejor de sí, pero ya comienza a vislumbrar, a poco que se desprenda de algunas inercias narrativas.

Por último, no quisiera olvidarme del apartado culinario cuando Karen prepara unos exquisitos espaguetis con atún. Ese plato me devolvió a los años de estudiante universitario, a aquellos platos de socorrido auxilio de inexpertos chef abandonados a la buena de dios en los pisos compartidos de la vega lagunera. Joder, qué ganas me dieron de volver a probar esos espaguetis con atún.