Me llega la noticia. Más de un centenar de cartas componen la relación epistolar entre Millares y Westerdahl, publicada ahora bajo el título El artista y el crítico (en la colección Blow Up Libros Únicos de La Fábrica Editorial). Uf, un libro que se me antoja imprescindible para entender una época; las fecundas décadas (a pesar de todo) de los 50 y los 60 del pasado siglo (correspondencia 1950-1969 es el subtítulo), con las nuevas generaciones artísticas de estos pedazos de tierra atlántica (Planas de Poesía, Grupo El Paso, Grupo ZAJ y demás), continuando la labor de vanguardia creativa de los surrealistas de Gaceta de Arte. Westerdahl, siempre como nexo necesario y privilegiado de continuidad. Y Millares, la pintura local que supo encontrar el camino de la universal. Manolo Millares, el pintor de las arpilleras, de la abstracción, de los homúnculos, antropofaunas y neardenthalios... El hombre impactado por los 'aborígenes' del Museo Canario, el existencialismo transmutado en momia mancillada por el devenir histórico y viceversa; el ritual, el exterminio y el arqueoexpolio. La muerte como designio de una época y como metáfora plástica del 'ser'.
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Al desplumado sanandresino: los pelos de conejo son ideales para pintar aguadas orientales, a ver cuándo continúas esa ardua tarea que dejaste a medio terminar a la sombra del volcán.
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Al desplumado sanandresino: los pelos de conejo son ideales para pintar aguadas orientales, a ver cuándo continúas esa ardua tarea que dejaste a medio terminar a la sombra del volcán.