lunes, 31 de enero de 2011

Nikos Kavvadías y el mar

Hace varios días, en una de las entradas a este blog, hacía referencia a la banda sonora de una película de Wim Mertens (director del film y autor de la música). Aquí su título original se cambió por el de Entre dos mares y está basada en una novela de Nikos Kavvadías, Li. Cuál no es mi sorpresa cuando al par de días de escribir sobre eso me encuentro en el suplemento cultural de El perseguidor el artículo “¿Quién fue Nikos Kavvadías?". Desde que vi esa película allá por 1996 (creo), siempre quise poder leer la novela Li, pero por mucho que pregunté por Kavvadías en las librerías nunca encontré nada. Así fue que terminé por pensar que la obra de ese escritor griego (eso creía) nunca debió ser traducida al español. Tuve más suerte, sin embargo, con la banda sonora, que me había impresionado igualmente, y desde hace muchos años he disfrutado con ella.
Resignado desde aquella época de los noventa, no había vuelto a intentar leer algo de Kavvadías, ni siquiera se me había ocurrido buscar nuevamente en esa magna enciclopedia en la que se ha convertido internet. Con el artículo de Iván Cabrera Cartaya en El Perseguidor me entero, al fin, de varias cosas que desconocía de la biografía y obra de Kavvadías. El artículo me anima a bucear por la gran red de redes y sigo encontrando más datos de este misterioso y subyugante escritor, al menos desde la versión cinematográfica que conozco de él y desde los versos que hasta ahora he podido leer.
Nikos Kavvadías es hijo de griegos pero no es griego de nacimiento, pues su ciudad natal está en Manchuria (Nikolski Ousouriski) donde su padre, comerciante, mantenía un negocio de importación-exportación. Con la Primera Guerra Mundial la gran inestabilidad de la zona hace que la familia regrese a Grecia. Posteriormente su padre muere, pues había vuelto a Manchuria para intentar defender el negocio y terminó volviendo arruinado y enfermo por los estragos de esa guerra. Así Kavvadías tuvo que ganarse la vida desde muy pronto, para lo que se enroló como radio-telegrafista de barcos, profesión a la que se dedicó toda su vida. Ahí están algunas de sus claves biográficas y que se reflejan en toda su obra; Oriente, el mar, los barcos, el viaje, nostalgia, cosmopolitismo, Grecia y los puertos y ciudades portuarias de medio mundo.
Su poesía es muy popular en Grecia porque después de su muerte (1975) sus versos fueron incorporados a muchas letras de canciones que forman parte ya de la memoria musical griega. Esa obra poética se recopila en sólo tres publicaciones: Marabú (1933), Niebla (1947) y De través (1975, justo antes de su muerte). De ellas sólo conozco poemas sueltos, pero en los que ya me hago alguna idea de su ser existencial, plagado de imágenes saladas y de esa tierna sensación de la vida golpeteada por los acontecimientos. Sólo este poema de muestra (por esos mundos de dios seguro que encontrarán algunos más), “Salónica”, perteneciente al libro Niebla:

Era aquella noche en que soplaba el Vardar,
la proa ganaba al oleaje braza tras braza.
Te envió el primero de a bordo a sondar el agua,
pero tú te acuerdas de Smaró y de Calamariá.

Has olvidado aquella melodía que entonaban los chilenos
—san Nicolás, protégenos, y santa Marina—
Una muchacha ciega te guía, hija de Modigliani,
a la que amaba el grumete y los dos de Mármara.

Hace aguas el fore peak, se anegan las cubiertas,
pero a ti te mece un extraño mareo.
¿Con invisible tatuaje te ha marcado la española
o la muchacha que danza sobre la cuerda?

Sobre tu cama duerme una serpiente perezosa
y el mono se pasea rebuscando en tu ropa.
Aparte de tu madre nadie se acuerda de ti
en este espeluznante viaje de perdición.

El marino echa las cartas y el fogonero el dado,
y el que es culpable y no se entera, va haciendo eses.
Acuérdate de aquel estrecho bazar chino
y de la muchacha que sofocaba su llanto dentro del rickshaw.

Bajo luces rojas duerme Salónica.
Hace diez años borracha me dijiste “te quiero”.
Mañana, igual que entonces, y sin oro en las mangas,
en vano buscarás la calle que lleva a Dépot.

En cuanto a la prosa, veo ahora que Li sigue sin traducirse, una verdadera lástima, aunque hay otra novela, La guardia (1954), que sí lo está. Publicada en 1994 por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo (esa también caerá, espero), narra las historias que varios marineros van contando en cubierta durante sus horas de guardia nocturna. Esa fascinación por las vidas del mar y de los barcos la comentaba hace unas semanas con Marcelino (capitán de navío, además de escritor), en una de aquellas sesiones donde dejó de ser ‘El oyente’ para convertirse en un ‘tripulante’ más de Tijuana. Él había sacado el tema marinero durante el programa de radio, y yo luego en el bar le hablaba de Gran sol de Aldecoa, de Moby Dick de Melville, de los cuentos de Jack London, El viejo y el mar de Hemingway … En fin, de todas esas grandes narraciones sobre el mar. Esa fascinación marinera, sin embargo, no me viene de la literatura ni del cine sino del puerto de Los Cristianos, de cuando en los años 70 se había convertido en uno de los de los principales enclaves canarios de la pesca del atún, con sus grandes bermeanos, sus redes de cerco soleándose en el muelle y el espectáculo de la casi cotidiana descarga de miles de toneladas de patudos, rabiles, albacoras, bonitos... Muchos de mis amigos de entonces eran pescadores o hijos de pescadores, y sus historias, su idiosincrasia y hasta sus olores marinos pertenecen a esa parte mítica de la infancia que nunca se olvida.