Me asomo a la ventana y veo dos hombres que van calle abajo fumando cabizbajos y ensimismados. Cada uno va por su acera a ambos lados de la calle. Bajan a la misma altura y al mismo ritmo cansino, casi dejándose llevar por la inercia de la pendiente y por una misma y pesada apatía. ¡Oh! una vida en paralelo, una curiosa empatía, como si fueran dos amigos de siempre afectados por un mismo halo, entrando ya a ese punto discreto del estar a la vuelta de todo. El de la izquierda lleva sombrero, el de la derecha morral cruzado. Van al compás, tanto en el paso como en la estela del humo al fumar. En una de sus caladas, el de la derecha cae en la cuenta del otro y lo mira solo brevemente. Ambos pasan de largo y llegan igualados a la siguiente bocacalle. El primero coge hacia su izquierda y el segundo, sin embargo, a su derecha. Abandonan, pues, su extraordinario paralelismo para abrazar una incierta simetría. No se despiden, no se conocen, su vida ha sido tan distinta y su pensamiento tan dispar… Qué triste final para tan formidable coincidencia. Un escalofrío en la sien, un desencaje de neuronas jugueteando los impulsos, un no sé qué de algo perdido... apenas reconociendo su rastro espectral.
Quién espera ya nada... Sí, algo sí
lunes, 10 de enero de 2011
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