domingo, 9 de agosto de 2015

Carta a Sita o de la verdadera historia de la Rua do Corvo


¿Y por qué no cuentas la historia como fue? Me dice Sita al terminar de leer la entrada anterior, sin duda decepcionada por esa manera de contar lo que en realidad fue muy gracioso para nosotros. ¡Ay, Dioosss! Las verdaderas historias nunca se cuentan, Sita, incluso la que voy a contar ahora tampoco creo que sea la verdadera, solo una más entre otras muchas posibles. Pero tranquila, procuraré contarla más ajustada a lo que sucedió realmente, es decir, trataré de contar la verdad y nada más que la verdad.
Era una magnífica tarde de jueves en Coimbra y el fado se respiraba por todas las esquinas. Yo iba algo preocupado porque tardamos más de lo previsto en salir del hotel, pero el cansancio de la ruta mañanera nos había hecho mella. La escena de los padres franceses pegando y chillando a su hijo todavía nos retumbaba en la aurícola derecha. Muchos franceses garrulos por este país, bueno tampoco tantos, pero se hacían notar. Recuerdo que antes de Francia nos venía la cultura y la delicadeza de espíritu, pero esta crisis ha debido cambiarlo todo; ya solo quedan malas caras y a la mínima saltan chispas. Pero joder, que al final lo paguen los niños... tampoco me parece. En fin, que se nos agrió un magnífico arroz de polvo. Una digestión algo pesada después.
Bueno, que pierdo el hilo, tarde de fados, decía, y nos dirigíamos con cierta prisa al café Santa Cruz, otro de esos cafés con el encanto de finales del XIX, integrado en lo que debió ser una antigua capilla (o así) anexa a la iglesia de ese mismo nombre, en Praça 8 de Maio. LLegamos y ya los fadistas estaban en acción, buscamos sitio y sin querer molestar nos sentamos en una mesa de la primera fila. Para acompañar las melodías; branco seco tú y vinho verde para mí. La discusión con el camarero se centra en si el branco seco es bueno o del montón. --No no, senhoura, es vinho de la caisa, e bono, non e malo, e bono. Zanjada la cuestión nos centramos en el fado. La guitarra portuguesa sonaba abigarrada de matices, acompañada de guitarra española extrañamente acomodada entre la enorme barriga del guitarrista y su pie cruzado. Al principio cantaban juntos los dos fadistas, pero ahora se arranca solo el más viejo. Da la impresión de sentirse lo más feliz cantando, pero esta vez le falta algo de fuelle y sus años comienzan a pesarle. Tú comentas algo al respecto y pienso en que todos nos hemos dado cuenta, pero ahí está él todavía, con esas ganas de cantara pesar de todo, y eso ya es bastante. El otro fadista se muestra resolutivo, pero a mí quien me sigue maravillando es el de la guitarra portuguesa. Terminamos nuestras copas justo cuando dan las siete y el fado se acaba en Café Santa Cruz. Lástima, pero la tarde es joven todavía y nos dirigimos a Fado ao Centro (Éste es un espacio de una Associaçao Cultural da Universidade, cantera inagotable del estilo de fados de Coimbra), total once euritos de nada. La verdad es que merece la pena, porque dan mucha información de su origen y evolución, y después te invitan a una copa de oporto y el fadista José Branco se mostró muy cercano y afable. Tanto que nos sacaos foto juntos y nos firma dedicatoria en CD que compra Sita, total otros diez euritos de nada.
Salimos de allí medios zurumba por el tanganazo de oporto y sin tener un rumbo claro. Subimos callejones rumbo a Sé Velha y nos dejamos guiar por una nueva musicalidad, femnenina y sensual, a lo bossa nova. Allí nos dejamos arrullar mientras las hormigas se vengaban en nuestras posaderas. Culpa nuestra por interrumpir el paso de aquella manera.
Volvemos a dejarnos llevar por el callejeo a mitad de pirámide sin llegar aún a la parte noble, los grafitis y las fachadas neo anarkas vuelven a aparecer. Creemos que se tratan de okupas y en una de ellas ensayan con batería y guitarra eléctrica. Al final nos asomamos a la bella estampa del río Mondeo en el atardecer, con su puente Calatraba al fondo (esto le habría gustado mucho a nuestro amigo Jesús). Seguimos hacia La Baixa otra vez, pensando en que ya no habría más ritmos para escuchar. Nos equivocamos, pues al llegar a Praça 8 de Maio nos encontramos escenario y sillas bien montadas y gente esperando a que comenzara la actuación. Nosotros no teníamos ni idea de qué iba aquello hasta que me entero que no comenzaba hasta las diez. Joder, y comenzaba a hacer frío en aquella Praça. También escuchamos otros ritmos que salían de otro callejón, la Rua do Corvo, y hacia allí nos fuimos. Callejón abrigado y acogedor con música de jazz por fuera de local con pinta de alternativo. Un trompeta, un xilófono, un bajo y el batería improvisan armoniosamente, bien conjuntados, al quite en cada giro nuevo. Buen ambiente y nos quedamos allí como hipnotizados. De todas formas yo prefería la Praça, algo más local que el jazz. En mala hora.
Cuando regresamos todazvía faltaban veinte minutos para las diez y el frío volvía a estremecer nuestros esqueletos. Nos sentamos otra vez en primera fila y te propuse ir a buscar los abrigos al hotel. Total cinco minutos para ir y otros cinco para volver, me da tiempo de llegar antes de que comience todo esto. Salgo caminando pero termino corriendo para no dejarte tanto tiempo en fría soledad. Regreso exhausto pero a tiempo. Comienza el presentador, traduce al francés, pregunta por si hay españoles cuando sube al escenario el grupo que va a cantar. ¡¡Aaagggg, es José Branco y su compaña otra vez!! ¡¡Vámonos, qué vergüenza!! Y salimos escopetiados de allí, entre risas y aliviados de no volver a encontrarnos con fados ya escuchados apenas una hora antes. Risas y más risas. Escucho por la Rua do Corvo y nada, el jazz se había acabado por allí. Y el que no se ha escondido tiempo ha tenido.
Todavía pienso en la cara de más de uno/a con cara boquiabierta al vernos salir de allí a escape justo cuando iban a empezar los fados do Coimbra. Y me río del esfuerzo en vano y de las caras incrédulas y del cuervo convertido en rua musical. Y me río porque te veo reir, tan lejos de todo mal y del sinsabor que nos ha perseguido en los últimos tiempos. Y me río porque veo en tus ojos que mereció la pena venir hasta aquí, el rincón más insospechado de la Coimbra piramidal.

sábado, 8 de agosto de 2015

Carta a Marielena y Quico


Después de un par de días estupendos en Porto, nos vamos con la pena de no haberle cogido mejor pulso a esta ciudad. Aún así ya nos llegábamos a atrever a caminar sin necesidad de mapa alguno, comenzábamos a distinguir calles y barrios, y también las ribeiras del Douro con sus cinco puentes. Aunque no llegamos a cruzar nunca hasta la ribeirinha, con sus caves do vinho do Porto, pues preferimos los caldos secos o ligeramente afrutados de un vinho verde, y los cafés modernistas como el Majestic o el A Brasileira, y también el encantador Guarany, donde Sita se desmarca con una inesperada foto. Lástima que no pudimos escuchar allí sus fados. Los fados en este país son de los jueves y de los sábados (nosotros llegamos un domingo y nos fuimos un martes), solo me pude desquitar comprando un par de CDs en Lello para escuchar durante el viaje a Coimbra, nuestra siguiente parada.
Coimbra, ciudad universitaria de reconocido prestigio desde su fundación en 1290 (como reza en documento que encuentro junto a la capilla de San Miguel), pero también por sus fados universitarios, imbuidos incluso de los aires de protesta de los setenta. La inconformidad universitaria se respira todavía en las proclamas grafiteras de sus calles y su modalidad de adornos de fachada con toda clase de cachibaches domésticos colgando. La ciudad, sin embargo, nos recibe fea y ajada, sin apenas interés. Tan solo algún edificio de cuando en cuando. ¿Dónde está mi bella ciudad medieval y universitaria? Me preguntaba siempre. Todavía no habíamos descubierto el café Santa Cruz, ni a Universidade Velha con su lujosa biblioteca Joanina, ni las cuestas de Sé Velha, ni el jazz callejero de la Rua do Corvo, ni el espectáculo de Fado ao Centro, ni...
Por algún lado leo que Coimbra es una ciudad piramidal, con la estructura social reflejada en su urbanismo encaramado en la montaña. Arriba del todo, dominando el territorio y camino de la divinidad, el poder monárquico y el saber de la universitas; más abajo los estamentos intermedios, el clero y los palacios nobiliarios; y abajo, en la base de la montaña-pirámide, las laberínticas calles de la "Baixa", donde vivía el vulgo. El salazarismo todavía seguía en cierta consonancia con esta disposición y volvió a situar su arquitectura gigantista de la Universidades Nova junto a la Vieja, arriba del todo de esa pirámide, pero los actuales derroteros comerciales abandonan las alturas, prefieren la llanura a la vera del río Montego, entre las ruas de Ferreira Borjes-Visconde da Luz y la Avenida de Fernao de Magalhaes. Y como en toda pirámide que se precie, siempre guarda un vestigio y un tesoro, pero para eso tendremos que volver otra vez, quizás escuchando mejor algún fado encontremos una pista. Los fados siempre cantan a Coimbra como mujer; bien como doncella o bien como madre protectora, pero el tono de lamento me lleva a pensar en historias de melancólico final, de saudade y nostalgia. Quizás el tesoro ya solo sea algo del pasado.
Tesoro sí que encontraron en las vecinas ruinas romanas de Conímbriga (a un par de kilómetros al sur). Allí los arqueólogos se encontraban vasijas enterradas con monedas de oro, en un intento de salvaguardar los ahorros en la época convulsa de las arribadas visigodas (ojalá ahora se nos hubiera ocurrido lo mismo y no hacerles caso a los pajaritos volando de los banqueros). Curiosa ciudad fortificada con murallas y con abundantes termas, que hablan de aquella vida placentera que los vándalos del norte vinieron a perturbar. Y bajo esas ruinas, otras más antiguas; "indígenas" llegué a leer. Sita pone una moneda de 50 céntimos y las termas parecen revivir, y otros visitantes más rácanos que ella pero al acecho como buitres, aprovechan para disfrutar del momento que apenas llega a durar medio minuto.
Y así me despido de ustedes: Marielena, si ves un escenario en Praça 8 de Maio, no vayas a escuchar fados en Fado ao Centro, porque son los mismos, y en la Praça los escucharás gratis, aunque subiendo más arriba de la rua Quebra Costas encontrarás otras dulces melodías; Quico, ya sabes, si vas a Coimbra no olvides pasar por el pórtico de Minerva rumbo al Patio de las Escuelas, la sabiduría de una vieja universidad te espera, pero ni se te ocurra buscar el Museu Antropológico porque te marearán de un lado para otro y jamás lo encontrarás, solo al final te dirán que de todas formas hacen falta un mínimo de 20 personas para poderlo visitar.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Carta a Charlín


PERIPLO:
A Galicia llegamos el pasado sábado 1 de agosto, pero ya sabes que vamos de paso: noche en Santiago y el domingo 2 rumbo a Porto por la autopista E1. En Santiago primero muchas risas por el barracón multicolor donde nos toca dormir, pero finalmente resultó muy cómodo, ideal para una noche de camino a otro sitio. Luego visitamos al santo de blanco caballo, y probamos las mejores navajas que he comido, puro mar a la plancha. Departimos con el barman y resulta que trabajó unos años en restaurantes de Los Cristianos. El polvo a feira también buenísimo. La visita a Cambados, a pesar de estar tan cerca, la dejamos para el final, al regreso si se tercia, que espero que sí. De camino a Porto almorzamos en Vigo. Ooohhh, Vigo, y su encanto marineiro que se respira en el aire. Y comer... comer no podía ser en otro sitio que en A Pedreira. Mariscada de lo mejor de la Ría de Vigo, mesa con mesa con matrimonio jubilado encantador. Son de Bilbao, pero viven en Lanzarote- terminamos intercambiando direcciones y teléfonos, jajaja. A él le ponen casco y teléfono de los 50 y no hay quien lo distinga de Gila, hasta en la forma de hablar y de reir. Increíble. Me dice que en Lanzarote le dicen mucho eso mismo, jajaja. En el paseo post-ostrero/zamburiñeiro/vieiriñeiro/... me encuentro con la expresión 'mergúllate', claramente emparentada a la muy nuestra de 'margullir', y que seguramente nos venga, tanto a galegos como a canarios, del portugués. Análisis filológico pendiente, que delego en ti, Antonio. Ya me contarás.
Volvemos a la E1 y rumbo a Portugal. Cruzamos la frontera (todavía existen) y notamos la diferencia, aún sin saber que volvemos a
nuestra hora isleña. El paisaje es mucho menos poblado, solo árboles madereros por las colinas y vaguadas, y la carretera y sus puentes y desvíos mucho menos rutilantes pero igualmente funcionales. Es extraño oír hablar portugués al tiempo que encuentras casi todo igual: coches, moneda, gasolinera, frutos secos, refrescos... Después de estirar los pies un rato, seguimos rumbo al sur y a media tarde del 2 llegamos a Porto. La ruta de entrada es complicada después de perder la conexión a internet (vía roaming). De nuevo preguntar y el mapa de toda la vida se vuelven necesarios. Mi intuición masculina y algo de suerte, jajaja, hacen el resto para llegar a nuestra residencia Porto Madrid.

DETALLE:
Antonio, saludos desde la Livraria Lello, la "librería más bella del mundo", y la frase no es solo mía, sino también de nuestro (muy) querido Villa-Matas. Deberías venir alguna vez a Porto, ciudad preciosa, barroca, industrial y decadente. Una combinación, que con permiso de Lisboa, Sita me dice que sólo ha visto en Buenos Aires. Y esta librería es ciertamente increíble, de cuento de Harry Potter, y seguramente por ello abarrotada de turistas. Los dueños (cuando redactaban la guía de viaje que leo) ya se pensaban cobrar entrada por la riada de gente que entraba, sacaba fotos y no compraba nada, pero eso ahora ya es una realidad. Te cobran 3 euros por persona. Yo le digo que soy profesor a ver si evitaba el pago, pero nada. --Muchos profesores españoles me dicen eso, ¿es que en España no pagan entrada? --En muchos museos y lugares culturales no, ni estudiantes ni profesores. O no pagan o tienen descuento. --Ah, pues en Portugal no es así.
En fin, que pago después de hacer tremenda cola, pero lejos de quitarme las ganas todo esto, la curiosidad se me acrecienta, dado que el abigarramiento ornamental y el turístico van de la mano en esta ciudad. Mientras, Sita se va de compras. Yo aprovecho para tomar café, leer, escribir algo, descansar del trajín de la mañana. Cuando volvemos a eso de las dos y media para entrar, la cola es enorme. --¿Pero la gente no almuerza o qué? Nos vamos entonces al Museo de la fotografía, que está cerca y parece de interés. Antiguo edificio carcelario, una metáfora quizás del universo imaginario posmoderno. Reflexión pendiente para Foucault y Baudrillard.
A la vuelta por fin entramos a la Livraria Lello y respiro el ambiente de su creador el ingeniero Esteves y de su librero D. Domingos y de los hermanos Lello. Lugar de cita para escritores, editores, artistas y pensadores de aquella época en que los intelectuales todavía tenían un lugar y un estatus distinguido junto a los libros. Ahora ya nada, hasta los libros se venden junto a los televisores y neveras de la gran superficie comercial. Camilo Castelo Branco, Eça de Queiroz, Guerra Junqueiro y muchos más pasaban por allí. Pero ya pocos reparan en eso, ahora solo ven la famosa escalera y sus oropeles, y hasta la leyenda que figura en la gran vidriera del techo solo queda como anécdota en medio del cuadro colorista, nadie repara en ella, está en latín además. ¿Quién entiende el latín hoy día, quién entiende el sentido de un "Decus in Labore"? Y Hemingway montado en su pez, riéndose de todo. Así es la cosa Antonio.


Carta a Chito


Escribir es abrir una ventana distinta al mundanal ruido de la vida. Viajar es vivir de otro modo lo que de otro modo no viviríamos. Viajar y escribir es aunar dos mundos que cojean de una misma pata, primos hermanos con un aire de familia que les viene de una genética particular. Prometí viajar y escribir, cosa nada fácil en este tumulto acelerado donde vivimos, pero aquí va mi promesa cumplida, amigo Castellano. Escribo hoy, en la madrugada del cuatro de agosto, desde la residencia de una calle inspiradora, la Rua do Alexandre Herculano, de la ciudad de Porto. Según leo, Herculano fue gran escritor portugués del XIX, introductor de la novela histórica en este país. Una ciudad deliciosa este Porto, que rezuma historia e historias por todos lados. Construida a la ribera del Duero, muy cerca de su desembocadura, pero sin querer asomarse al mar (en esto me recuerda a Bilbao), montada sobre colinas de roca que provocan una urbe de pendientes y sacrificado pulular de gentes y vehículos. Creo que casi todas las ciudades portuguesas tienen su parte antigua así, supongo que es herencia de la época de murallas defensivas y castillos almenados. Todavía se ve alguno de cuando en cuando, como guardianes o vigilantes celosos del extraño devenir de la modernidad. Porto tiene la extraña cualidad de haber preservado todo su encanto populoso y de viejas industrias y tranvías, puentes Eiffel, monumentalidad recargada (neogótica me parece que leí en algún lado), al tiempo que una modernidad desigual, con barrios de bella descomposición, entre el crack y cocinas ambulantes de pobres. Por lo demás, la riada turística lo fagocita todo. Pero algo queda, siempre queda algo si te detienes a mirar desde la ventana.