lunes, 27 de febrero de 2012

Animal crossing

Era esa hora de afán y melancolía. Demasiado tarde para una cierta certeza intestinal, demasiado pronto para abandonar y dejarse caer en el letargo y la letanía; quizás ese difuso y dulce tobogán metabólico hacia la cetosis. No sé, algo así. Volvía del curro, después de una dura mañana de tareas y gestiones. Desayuno pobre, apenas un café y lazo de hojaldre muy de temprano. Lo de casi siempre en el sur; prisas y a dar tumbos en esto y aquello otro. De vuelta, la TF-1 siempre acaba teniendo un efecto hipnótico, pero esta vez algo más quedaba acentuado por mi lamentable estado de inanición y, sobre todo, por aquella música que escuchaba. En el pioneer sonaba "gist", de mi querido Wim Mertens. Música embriagadora, de textura tan pura y cristalina, tan llena de armonías elevadoras del espíritu, con todas esas notas tan delicadamente sostenidas o esas combinaciones de líneas melódicas, tan evocadoras e insinuantes. En fin, todo ese fraseo repetitivo de base mínimal y que me espolea a circularidades sonoras ascendentes. Cuando noté cómo todo tenía un sentido natural y profundo, nada invitaba a desarmonías ni discordancias. Todo fluía, la variedad infinita de vehículos motorizados, sus colores y sus brillos niquelados; la múltiple disponibilidad de las formas, el ademán de los peatones, la belleza intrínseca de las cosas. A mi izquierda, a mi derecha… en un sentido, en otro...
Un flujo indisoluble y rotundo antes de despertar, de pronto, en un mar de bocinas y estridencias. Welcome to the jungle. Adiós a pianos, violas y violines, que el animal se despereza, al reencuentro de la codicia y el disimulo.

martes, 21 de febrero de 2012

My flower power

Mr. C: Esta noche saldrá la mujer de Shangai, dragonísima ¡¡Uf!! Se convoca al CNR en peso y adláteres (Buitre, convence a Carmen)
Chitoski: Ahora en el reino de O. Domínguez. Bajaré más tarde. Carmen malita.
Chitoski: Ojo con el pirata. Luego t llamo. Nos vemos.
Mr. C: La seducción oriental contra el sexapil bucanero. Jumm, la noche promete.
Mr. C: Fer, ¿tú vienes, no?
Fer: Ya voy saliendo. ¿Dónde queda eso? ¿Yo no sé dónde es la calle esa de Miraflores?
Mr. C: ¡Cojones! No problem, ya te guío cuando te acerques. Déjate llevar por la vibration.
Dr R: Mr. Yo, en principio, causo baja. Oye, màndam x aqui tu correo, q no lo encuentro y mandè algo dl fanzine a todos, xra mandàrtel a ti.
Mr. C: Ok, Dr, tendrá noticias del pirata de tacoron(t), de la dragona chiang-pú, del chamo castigadol, de la charlestona de la montaña y demás ralea q se tercie.
Bisturí: Estaré por allí, camuflao.
Captain M: Lo siento, me gusta más el de aquí donde stoy, q lo llaman de los buches. Mañna tengo q ver barco. Salu2
Mr. C: Cabrones, rajados.
Mr. C: Bajaré por La Maldá y seguimos pal centro.
Chitoski: Ok, en la acera.





El pirata se transforma en gentelman florido. Dice que le gusta que le den unos azotitos (pa entral en calol). A la dama chiang-pú le gusta más suavecito. Y al chamo Fer... Ummm, mantenernos a raya y que los demás disfruten del contoneo.







PHOTO CESURED (Uf!)




PHOTO TOP SECRET (Uf!)




PHOTO CESURED (Uf!)


lunes, 13 de febrero de 2012

Tiros y sables bien afilados

Anoche anduve soñando guerras con cabezas cortadas y miembros descuartizados, pero nada de sangre o la que había me resultaba totalmente intrascendente; lo que contaba era esa terrible desazón de ver los trozos saltando por los aires, mezclándose en una danza macabra. Sé muy bien porqué tuve ese sueño, pues de esa guisa eran las dos películas que había visto en la tele antes de acostarme. Dos películas de escenarios y protagonistas muy distintos pero casi de una afín temática guerrera y despiadada, y, sobre todo, con una misma y bellísima actriz, Candice Bergen. Eran las películas setenteras de "El viento y el león" y "Soldado azul".

La primera habla de Abdallah al-Raisuli en el Rif de principios del s.XX, en los tiempos del sultán el Marruecos asediado por las potencias coloniales. El Raisuli (Sean Connery), había secuestrado en Tánger a una bella viuda estadounidense (una indomable Candice Bergen) y a sus hijos para pedir un fuerte rescate. Este hecho desencadena un conflicto diplomático y militar con el sultanato y en el que se verán involucrados el gobierno americano (Theodore Roosevelt, padre), así como tropas alemanas y rusas. La peli se mueve en esas claves más o menos históricas/reales, al mismo tiempo que muestra el carácter a veces humano y otras despiadado de el Raisuli (un artista cortando cabezas). Aunque la figura de el Raisuli daría para más de una novela, prefiero centrarme en el personaje de Candice Bergen; una viuda que nunca le perdió la cara al Raisulli, a pesar de la consideración que un jefe musulmán de la época podría tener por una mujer. Se dice que era muy atractivo y mujeriego, pero frente a esa viuda americana... En fin, lo mejor una carta que supuestamente el Raisuli mandó a Roosevelt padre, leyéndola bajo su gran oso disecado y que para él era el auténtico tótem americano "y no esa aguilucha medio carroñera" (sic.). En la carta el Raisuli le hablaba de un león y el viento (por eso el título); «mientras el león permanece quieto y sabe cuál es su tierra, el viento viene y se va. Golpea con fuerza un tiempo, pero termina por marcharse porque no es de ningún lugar. Yo soy ese león y tú sólo eres el viento», le acertó a decir a un Roosevelt pletórico bajo su tótem, pero que termina por perder su sonrisa ante el final de la carta.
Simbolismos y cinefilia aparte, parece ser que la carta existió realmente, pero no fue dirigida a ningún presidente americano sino a un comandante español en aquella época del 'protectorado'. La viuda tampoco existió, sino que el secuestro se hizo a un diplomático americano en Tánger. El 'león' al Raisuli sí que existió, y siempre supo cuál era su tierra. Lástima por esa viuda de tan fuerte carácter y belleza, rivalizando con el propio al Raisuli.

La segunda película trata de otro hecho histórico/real como fue la masacre de indios cheyennes (mujeres y niños principalmente) por parte del ejército americano en Sand Creek. La caballería atacaba después del bombardeo del poblado a cañonazos, cuando antes habían alzado bandera blanca a tenor del tratado de paz vigente. Pero el sable del coronel se había afilado concienzudamente en la víspera y pedía sangre y venganza (otro artista cortando cabezas). No hubo tiempo de parlamentos, pues, y aquello se convirtió en un monumento a las tinieblas humanas. Dos testigos directos de la masacre, Cresta Lee (Candice Bergen otra vez) y Johnny, el 'soldado azul' (Peter Strauss, sí, el de "Hombre rico, hombre pobre"), son los protagonistas. ¡Ay, Cresta Lee, qué hermosa por dentro y por fuera! Y qué bella, como improbable, su escena en el carro del traficante de armas con los indios. Atados de pies y manos, y tumbados boca abajo sobre las tablas del carromato, ella le pedía a Johnny que se girase e intentara desatarle la cuerda de las manos con su boca, pero al hacerlo se dio cuenta que su improvisado traje rojo, a lo indio, y que apenas daba para cubrir sus posaderas, ahora éste se encontraba completamente ladeado, dejándolo todo al descubierto. Debajo no había nada sino pura naturaleza, ¡Glup!, como era ella misma toda, como la propia vida le había enseñado después de su rapto cheyenne. Joder, esta película es de 1970 y recordaba que el ejército americano ya había tenido 'otros Vietnam' antes.
1970, además, fue un año para un verdadero renacer de las pelis del oeste con otros dos títulos para la memoria: "Un hombre llamado caballo" y "Pequeño gran hombre". Las tres películas nos ofrecían por primera vez en Hollywood la conquista del 'far west' desde la óptica india.
Historia comprometida políticamente, entonces, y tremendamente explícita en las escenas de violencia (gore incluso), fue tachada en su momento como antiamericana y no tuvo demasiado éxito de taquilla en EEUU aunque sí en Europa. Quizás eso explique que la explosiva Candice Bergen no acabara de erigirse como otro de los mitos eróticos de Hollywood. Nunca entenderé por qué no soñé con ella sino con ese paisaje heteróclito y dantesco de partes desmembradas. Uf, no hago sino pensar en qué hubiera sucedido si en vez de cubrir de nuevo sus posaderas antes de intentar desatarla, lo hubiera hecho así, directamente y sin más remilgos, tal vez hundiendo la nariz entre esas nalgas (jumm, qué víspera de San Valentín).

Guerra también hubo por el sur, nuestra última frontera, aunque esta vez solo dialéctica. Como el amigo Jesús va a contar esa crónica, mejor lo dejo hasta ver por dónde salen los tiros (y los sablazos).

miércoles, 8 de febrero de 2012

El Poeta

Hoy los perros no ladran, todo anda tranquilo y el aire parece más frío. Mañana gélida, invierno duro sin lluvias. 'Frío en seco, año seco', decía mi padre, palmero de ancestral cultura agrícola, y hasta ahora no le falta razón. El Poeta se levantó hacendoso hoy, lo veo de lejos armado con guantes de trabajo, y comienza a bregar contra hierros oxidados que se hunden en la tierra, restos de viejas divisiones parcelarias. Parece que llegaran aquellos tiempos que cantaba Víctor Jara "¡A desalambrar, a desalambrar! que la tierra es nuestra, es tuya y de aqueeeel, de Pedro y María, de Juan y Joséeeee(...)".
Al final lo veo llevándose una cuantas varillas a su huerto. Las lleva entre las manos formando haces como los de aquellas flechas con el yugo. Ese contraste con la canción de Víctor Jara recién rememoriada me hace sonreir. Un humor irónico e inesperado. Al acercarse a su casa, algunos perros ladran al amo, pero poca cosa, habrá habido un buen desayuno hoy, seguro. Y el Poeta anda tranquilo, confiado, sin los usuales aspavientos e imprecaciones al cielo, sin echar a correr detrás de sus propios compañeros cuadrúpedos hasta calmar la angustia de la permanente provisionalidad de la vida. Así es la trastienda en que vivo, como una ventana al paraíso del porvenir.

sábado, 4 de febrero de 2012

Hombres G(-20) o memorabilia de los 80 (That's the generation)



MALDICIÓN/REDENCIÓN:
Como me sigas llamando 'buitre' te quedarás como 'mamón', sentenciaba. Y dejarás de volar, y tu negro plumaje caerá por los suelos, y tu pico retorcido dejará de articular ese graznido bronco y cavernoso. Y te covertirás en un ser esplendente y abominable, como el propio dios Mammón, cuyo único fruto será ramilletes de bayas verdes. Unas bayas de jugosa pulpa amarilla, que tendrá tal esquisitez y propiedad que estómagos y paladares de medio mundo lucharán por su aridulce embeleso. Y no habrá catigüire ni pumagás, ni cotoperí o pepaguama que rivalicen con ellas, y se llamará mamones al conjunto, y mamón a cada una de ellas por separado.

¡Sufre... mamón! Devuélveme a mi chica
o te retorcerás entre polvos pica-pica.
¡Sufre... mamón!
Devuélveme a mi chica (...)

Viejo, es verdad, toda maldición es una redención. Así es, el avechucho mirándose al espejo.

jueves, 2 de febrero de 2012

Escribir, leer

Escribir… Escribir, leer, y reconocerse en lo escrito, ese es el mejor placer del escribir, del leer. Divertimento para algunos, sufrimiento para otros, pero escribir, escribir y escribir... y leer, leer y leer. Partir de una imagen más o menos vaga y quebradiza, según los casos; de una emoción vaporosa y desleída, quizás; de un pensamiento divagante y amorfo… tal vez; pero siempre de unos demonios que te cuchichean al oído esto, aquello, lo otro. Todo tan etéreo y vahído como un sueño, como un sueño que se vuelva pesadilla o miedo, miedo a que todo se evapore sin más. Ese oscuro desasosiego hasta encontrar la forma que lo fije y lo defina, que lo exorcice. Una forma a veces desconcertante, inesperada, defraudando tantas veces, pero al fin una forma que lo concrete, que lo expulse y lo conjure. Y la forma es el lenguaje, con sus propias limitaciones y leyes de estructura, belleza y verosimilitud, de armonía y ritmo. Una forma tal que te provea de esa atmósfera especial, que se respire sin saber de qué lugar exacto proviene o qué clase de tecla mueve. Una atmósfera que sepas que está por ahí, que la sientas, que juegue su papel, promoviendo el asombro, quizás, una cierta épica del vivir. Ese afán de persuadir y empatizar.
Mala cosa si no terminas de reconocerte en lo escrito, lo leído, y peor aún si todo ello carece de cierta atmósfera. Casi como esto mismo que acabas de leer, y que quise escribir a pesar de notar cómo algo importante quedaba atrás y se me fuera escurriendo entre las palabras, a penas sin terminar de encontrar su forma.
No tendré más paciencia esta vez, no volveré a darle más vueltas (mentira). Así, tal cual, te quedarás esta vez, aunque no acabe de saciar a esos malditos diablillos que no son yo, ni soy yo nada sin ellos.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Conversaciones de La Puerta (ya Tijuana se acabó) y a propósito de Puerto Santo y Telarañas

Hablaban de una novela que aún no he leído, aún sin salir del horno, todavía cocinándose a fuego lento a este lado del Gran Canal. Ellos sí, el uno autor, el otro corrector. Y a mí qué, nos referíamos a otra cosa, a aquella novela en particular pero también a cualquier otra en general. En fin, lo normal, hasta que llegó un Espíritu Caristi y al buitre no le importó andar con carroñas de pepes y sanpepes. El argumento era de lo más chorra, pero no importaba, sólo quería bailar al son de labios carnosos acercándose al micrófono, prefigurando ansias de chupar la marimorena.

«¿Y cuál de esos personajes eres tú?» —preguntó con cierta vehemencia—. «No sé, supongo que algo de mí habrá en todos ellos. Aunque una vez me encontré con un escritor que decía que el personaje principal de una novela siempre es el lector». «Bueno, no sé, no creo que esté muy de acuerdo con eso». «Creo que se refería al hecho de que siempre escribimos para alguien». «Sí, de hecho a veces hasta se hace explícitamente como cuando el autor se dirige abiertamente al lector». «Ya, pero también puedes escribir para ti mismo». «En ese caso, ¿no crees que tú mismo te conviertes en ese lector, en ese personaje al que le cuentas tu historia y sin el que probablemente no tendría sentido escribir nada?». «Sí, quizás sea así, aunque no termine de verlo claro».

«Bueno no sé. El arte de aquellos tipos era evidente. Y yo en ese entonces solamente estaba preocupado por saber quién de mí mismo era el hombre-mosca: ¿Sinesio Fernández?. ¿Jeremías Santos?, ¿Raúl Policarpo?, ¿Juan Celes? ¿Quién de mí mismo era la víctima?, ¿Somares? Eso trataba de adivinar (a quién de mí mismo debía aniquilar para que mis días sólo estuvieran dominados por el 4, salir de una vez del 5) cuando me encontré aquella porcelana en mis manos, herida, una belleza triste como la señal de mi cielo, en el momento de nacer.
Yo de mujeres sabía poco. ‘Una vez ví una’ —me diría más tarde el effrit»

…Y todos ellos eran yo, me decía, mientras esquematizaba con el grafito en la blanca pared. Trazos de improviso, casi al salir por la puerta. Las flechas partían radiales desde un centro-eje, como un yo celeste y precopernicano. Como un sol refulgente que tratara de echar luz en todo aquello. Y sobre el sol, el sur (que era el norte), y bajo el sol, el norte (que era el sur). Así fue la jornada de ayer, marcada por el extravío y la pérdida de ojos cristalinos. Y la voladura del yo en mil pedazos. Pura telaraña de Puerto Santo.

Lágrimas

Tiempo de lágrimas. El otro día me hablaba alguien, recién culturizado en la cata vitivinícola, de la importancia de las lágrimas del vino. Y sí, le daba toda la razón. De tal forma imaginaba la evocadora maniobra de darle unas vueltas a la copa para, a continuación, dejarme embelesar con sus lágrimas, deslizándose frescas y untuosas hacia el rico néctar del que procedían. Cuentan los expertos que si la lágrima baja abundante y deprisa es gracias a su buen contenido alcohólico, y que, por el contrario, si baja más lenta y espesa es gracias a su mayor contenido en glicerina y azúcares. Así imagino yo a mi sirena favorita, con las lágrimas densas de su azucarada y líquida ambrosía. El rico caldo de su secreto.
Uf, y yo escuchando al Drogas con su ‘Animal caliente’ en mi bólido dorado, mientras callejeo la noche por esos barrios del puerto que se hizo ciudad, escalando las laderas hacia el valle de Aguere.

…Atrapado en la noche
vigilante de la oscuridad
sin decir adiós
frente al cansancio de no poder más
segura de sí misma
te utiliza para ganar
sin cerrar los ojos
déjate enamorar.

Como animal caliente
su lengua violenta tu boca
invisible caricia
dejate arrastrar por la noche...

Hace unos días también salió en la conversación otra clase de lágrimas. Una plática improvisada frente al anaquel de historia de estas islas y de su historia económica postconquista. Hablamos de la importancia de la pez en aquellos tiempos y de las industrias que los maestros pegueros supieron montar para extraer la preciada sustancia del corazón resinoso de nuestro pinus canariensis. Hablamos largo y detenidamente ante la curiosidad y el asombro del oyente. Y le contaba yo de cómo en las paredes de esas construcciones quedaban fosilizadas, en forma de lágrimas, pequeñas cantidades de esa sustancia resinosa y naturaleza ambarina, licuada por el efecto del cocimiento de los leños, pero que al enfriarse se volvía viscosa hasta solidificar completamente. No sé si por efecto del tiempo o de la propia constitución, esas lágrimas se habían tornado ahora de un hermoso color azabache. Unas lágrimas propias de un bosque quemado como éste. Sí. El recuerdo de un tiempo de frontera y depredación para construir un nuevo mundo. Así es, nada se crea ni se destruye sino se transforma, aunque quede atrás un rastro hermoso y siniestro; un rastro de lágrimas negras.

Y es ahora cuando recuerdo el compás de aquel texto que quería acompañar la imagen que tanto te gustó, y que decía: El tono pausado de tu respiración, el ladeo de tus senos entre las sábanas, tu sonrisa cómplice al despertar... en aquella mañana de lágrimas como perlas.