viernes, 20 de mayo de 2011

Maguas del Atlántico

Está claro que para nosotros el Mare Nostrum está en el Atlántico. Ayer nos vimos por la vieja San Cristóbal de La Laguna, por su Ateneo, más concretamente. Y ya se respiraba esa atmósfera previa al sentido homenaje que se avecina: Hoy a las 19 horas y en el Ateneo de La Laguna, momento para el recuerdo de la figura y de la obra de Ezequiel Pérez Plasencia. Ayer, como decía, quise encontrar alguna cosa más de Ezequiel y nos acercamos a la librería El Águila. Allí conseguí El regreso de Calvert Casey, viaje interior en los barrios de La Habana y Santa Cruz de Tenerife, de la editorial del drago, Benchomo Ed. Un hermoso encuentro con Nuestro Mare Nostrum, entre la habanía y el chicharrerismo (ese que nunca deberíamos dejar en manos solo del enfrentamiento más pueblerino). Los dos lados del charco, 'nuestro charco', ese que brincamos con más asiduidad de la esperable por la distancia, ese que nos baña y que nos une desde los comienzos. Así fue como he ido saltando yo hasta Praia con su cercana Cidade Velha; a Essaouira desde el siempre fascinante Marrakech; a Cartagena de Indias, Barranquilla y Santa Marta donde descansa el Libertador; a Dublín, Londres y Estocolmo; a Pontevedra, Vigo y Santiago de Compostela; a New York y más al norte Hartford, por el estado de Conecticut, y más adentro Buffalo y Toronto con aquella magnífica colección de esculturas de Henry Moore... Y ya me hubiera gustado ir más abajo, por Atlantic City y Baltimore con sus art cars y su Chesapeake Bay, donde imagino está ahora JMª devorando cangrejos.
De todo ese Mare Nostrum diverso y cosmopolita, hoy Ezequiel me habla de dos ciudades isleñas; de la isla en una isla que es la magua, de la magua que es tener un pie a cada lado del charco, y de la inevitable incompletud que te desasosiega para siempre, estés donde estés, de cada uno de esos lados. Y en el homenaje a esa magua, la autoidentificación con el ya muerto en ese entonces y también escritor, Calvert Casey; la imposibilidad del encuentro completo, el placer de reconocerte en otro, en otro lugar, pero con la fantasmagoría de hacerlo en un espejo cuyo sujeto ya no está. Por lo demás, todo el gran placer que es contar cuentos de esa condición de la existencia que es el vagamundo.
--¿A qué edad murió Clavert Casey? --Le preguntaba una amiga. --A la de 46. --Ah, pues todavía te quedan unos añitos. --Contestaba irónica.
Al fin, resultaron algunos más, pero tan solo algunos más. Si la verdadera vida comienza a los 40 y concluye a los 65, pues esa era su propia teoría y esperanza de vida; si los cuarenta es la edad madura de la juventud donde comenzar a dar lo mejor de ti y los cincuenta la juventud de la edad madura, donde hay muchas posibilidades de encontrar momentos de felicidad, (...) casi que te han quitado el caramelo de la boca, y, seguramente, también a nosotros como tus lectores.