viernes, 25 de junio de 2010

En el filo

Leo en la revista Samudra una reseña sobre una película de los israelíes Avner Faingulernt y Macabit Abramzon. El título de este largometraje, Hombres en el filo: diario de unos pescadores (90'/2005), habla de la coexistencia entre israelíes y palestinos a través de las vidas de unos pescadores de sardina en las costas de Gaza. Después de los acuerdos de Oslo de 1993, los pescadores palestinos tienen derecho a faenar hasta 20 millas, pero en la práctica los militares israelíes sólo les dejan hasta 7 millas de la costa. El argumento, como siempre, la seguridad. En 2009 la franja pesquera se redujo a tan solo 3 millas, haciendo totalmente inviable la pesca y desapareciendo toda actividad en la zona. El rodaje empezó en 1999, antes de la escalada de hostilidades entre los dos pueblos, y entonces los pescadores de ambos lados convivían y compartían la vida tanto en el mar como en tierra. Los palestinos eran más expertos y los patrones de las embarcaciones, los israelíes eran los marineros y servían de mano de obra en todas las faenas y aprendían el oficio con ellos a cambio de poder cruzar al otro lado de la frontera. El ambiente es cordial entre ellos, respetándose y bromeando, a pesar del duro conflicto y el difícil equilibrio de ambos pueblos más allá de sus comunidades costeras. Las escaramuzas de las embarcaciones pesqueras con las patrullas militares israelíes se incrementan y el malestar por la presión militar y terrorista que les rodea va en aumento. A pesar de este contexto, los pescadores palestinos e israelíes han conseguido crear una frágil hermandad para poder seguir con su pesca diaria. Unos y otros comparten muchas cosas, pescando juntos en el reducido espacio del barco. Cuatro años más tarde los directores volvieron a continuar la grabación, pero ya no había pescadores palestinos por allí, se habían tenido que marchar, y la pesca se fue desmoronando sólo con los pescadores israelíes, pues no conseguían apañárselas ellos solos. Las escenas del principio, charlando unos con otros, compartiendo los avatares de su tipo de vida y de la tensión política y militar de la zona, ya había cambiado radicalmente. Ahora solamente quedaban por allí las patrullas de vigilancia israelíes y los restos abandonados de aquella pequeña flota artesanal en la playa de Sikma. Un mundo que agoniza, una metáfora de lo que ocurrirá con todo lo demás por el mero triunfo de las armas frente a la convivencia, pero, quizás, con esa esperanza de un tiempo en que sí fue posible y de poder volverla a encontrar algún día en el futuro.

Good, Good!


Anoche soñé con la banda de Larry McCray. Una vez terminado el concierto, nosotros estábamos tomando algo en una mesa de las terrazas de la calle Candelaria, en lo poco que queda del viejo Santa Cruz de Tenerife. Desde el backstage de la plaza de La Concepción aparecieron Larry y sus compinches, ya de retirada con sus maletas de instrumentos. Pero nosotros los saludamos, Kiko les decía «¡Good, good!» y al bajista le hizo mucha gracia la expresión, como si se refiriera a ellos y su música en plan comida. Ja ja. Quisimos sacarles unas fotos y nos incorporamos todos al festín improvisado. Juana la primera en ganarse al grupo con su gracia personal, a la que se une Kimi, sacándose las dos una instantánea flanqueando al mismísimo Larry. Un magnífico sándwich de oro y obsidiana. Jesús, remiso a este revoloteo, se queda sentado a la expectativa, pero disfrutando el panorama. Yo me pongo a ejercitar el mejor lenguaje gestual del que dispongo para complementar mi limitado inglés de garrafón. Me dirijo a Larry y pongo mis manos en disposición para hacer alguna clase de mejunje en una olla imaginaria y le voy echando ingredientes, nombrándolos uno a uno al mismo tiempo que hago el gesto de revolverlos: «¡Blues!... ¡Soul!... ¡Funk!...» Y en medio de las risas de todos, les digo: «It's similar you and similar this», señalando a la botella de ron Santa Cruz que teníamos en nuestra mesa. Y subrayo el juego de palabras «Santa Cruz / Santa Blues». Al fin las similaridades y las empatías funcionan y se animan a probarlo y quedarse con nosotros. Kimi haciendo de intérprete cuando no nos hacíamos entender. Risas, pequeñas complicidades y ronroneo hasta terminar todos borrachos de aquel añejo, y ellos… y nosotros… repitiendo una y otra vez «¡Oooh good, good... Johnny B. Goode!».