lunes, 14 de mayo de 2012

Noche en la Pusanta y algún que otro cristal para romper (crónica-finde II, y alguna cosa más)



Vuelven los calores y los ánimos se aplastan, y las hormigas se soliviantan (acabo de matar cinco que subían por mi pie izquierdo). Ánimos intensos que van escachándose con el paso de los días. Un día soñé con un barranco lleno de seres misteriosos, donde se podía divisar el roque de los hermanos y escuchar la alegre canción del agua en su fondo más íntimo. Pequeñas cascadas donde las ninfas se remojaban entre el bullicio de risas y dulces cantares. Un paisaje rocoso, de grandes precipicios a los lados, formando la típica uve que va abriéndose hasta el mar. Allí era a donde se asomaba el gato hasta quedar su cabeza también petrificada, dejando ver sus inquietas orejas entre los montes de basalto. Allí, donde se escuchaba el chre chre chre... de la curruca y se olía el frescor del toronjil recién cortado. Un sueño donde las anguilas de los charcos se me enroscaban por los dedos de los pies, sin poder subir más arriba aunque quisieran; un sueño donde al final la serpiente dejó que viera su rastro magmático y ondulante, cuando subía ya con las piernas cansadas, entre tomillos y veroles carnosos, de camino al bosque de las sabinas-bonsai y al viejo drago de las tres ramas.

"Yo no he salido nunca de aquí. No conozco nada de la isla, por eso lo que escribo es siempre urbano. Escribo de lo que conozco, de Santa Pus". Así se expresaba el Dr R aquella tarde en el Ateneo de Miraflores, en su presentación de la novela Cucarachas con chanel. No es mi caso, soy animal omnívoro y no paro de dar vueltas por esta isla. Pero él no, su mundo es la urbe y le gusta la carne. Carne contra carne, sin aderezos. Una urbe que no es 'gran' ni 'santa', pero con suficiente fauna dentro como para darle de comer al zoo que queremos tener. Un zoo, un circo, un asesino en serio, una colección del esperpento, el temblor del ser despojado de caretas, el abismo, el límite... qué más da. Gabriel, el prota de su novela, es un masajista y yo alguien que de vez en cuando necesito que me masajeen. Pero, uf, prefiero no mirar, sólo dejar que las vértebras dejen de doler, que los músculos se relajen, que al girar el cuello no sienta los aguijonazos, ni el crujir, dejar que me pongan en el potro de torturas y me cojan de las extremidades y estiren bien, que todo vuelva a su lugar natural, hasta poder deslizarme otra vez como la serpiente.

Las cosas raras, los cristales rotos y el ir más allá de uno; como si todo se tratase de tirar y esconder la mano. Como si no se entendiese que hay cosas que sólo se pueden hacer de forma coral, festiva, generosa, donde la sabiduría de lo azaroso y de la multiplicidad deje atrás algo de la soberbia del yo creador. De eso hablé el martes con el académico Chitoski y algo de eso encontré cuando el Dr R me picaba el ojo en la terraza frente al Guimerá o cuando Cristian se percataba de la foto que había pedido el Colibrí de las espaldas de la chica de azul o cuando... Bah, no me pidan que continúe por ahí, sólo hablo de pequeñas empatías, sin más. Sí sí, ya sé por dónde andan los egos, que también los hay, como si no lo supiéramos nosotros, pero no se trata únicamente de eso ¿o sí? Tal vez todo sea cuentión de tiempo. Sí, como siempre. Menos mal que al final, y sin querer (el azar, siempre el azar), sale el guerrero ante el torbellino, y, en medio, un fantasma que nadie convocó, que se alimenta de lo uno y lo otro, del rojo y del negro, como una visión inefable y espléndida.


Sí, probablemente me haya dejado muchas cosas atrás en esto que quiso ser crónica y que ahora ya no sé. Quizás no anden desencaminados esos otros cronistas de la Cosmopista: "Escribir. Pero tal vez no directamente: los acontecimientos necesitan un poco de tiempo para volverse palabra. Como si su sentido, e incluso su forma, debieran recorrer un largo camino interior antes de encontrar su cohesión." Sí, probablemente me haya dejado muchas cosas atrás, quizás algunas importantes, pero que ya no están en mí o ya han dejado de ser tan importantes o, simplemente, no han podido encontrar su propia coherencia en los entresijos de la memoria. Quizás, el tiempo para la crónica pasó en el ánimo de ese extraño tránsito a lo escrito y ahora lo que cuenta sea otra cosa. El guerrero, el torbellino y su fantasma.