miércoles, 12 de mayo de 2010

Putas gallinas

Esta mañana llovía en La Laguna. Llevaba a mis hijas al colegio en medio de la marabunta de vehículos ocupados en llegar cuanto antes a sus destinos. En la autopista voy detrás de un camión de gallinas, cientos y cientos de pequeñas jaulas de plástico, apiladas hasta lo más arriba para aprovechar el viaje. Llovía y pensé «Pobres gallinas, mal día para viajar así, casi a descubierto». En eso pensaba cuando me desvío hacia la rotonda del Padre Anchieta, todavía en paralelo a la autopista. Al hacerlo nos quedamos a la par con la carga de gallinas, pero, según avanzaba por este carril, nos íbamos quedando cada vez más altos con respecto al camión, hasta ver la parte alta de la montaña cúbica de jaulas. «¡Mira, una gallina!» grita mi hija. «¿Una, serán mil y una?» pienso. Miro de nuevo y veo que una de las jaulas de arriba se había abierto y una de las gallinas se había salido fuera. A duras penas se agarraba con sus patas para no ser llevada por los aires y soportando como podía aquella fina lluvia lagunera. Y pienso en que todos vamos igual de enjaulados por esta vida, como gallinas al matadero. Sin saberlo. Y pobre de aquél que se eche fuera de su jaula para embriagarse de una falsa libertad; tullidos como estamos de tanto tiempo enjaulados; ateridos por los fríos nubarrones que se ciernen en la distancia; amordazados por la autocomplacencia y nuestros pequeños cálculos de ombligo; esperando que este camión nos conduzca, sin más, a dulces granjas donde disfrutar mejores días. ¡Qué ilusión!