jueves, 9 de junio de 2011

De encantos y ensoñaciones

La isla es un paréntesis... Todavía le doy vueltas a esa expresión de Aldecoa, el otro día en el documental, y que ahora releo. Expresión de viajero, de viajero que encuentra un oasis en medio de la orfandad, de la redundancia, en medio de lo reiterativo y adverso. El paréntesis es para entornar los párpados, difuminar luces y colores, dejar que la piel se esponje en la delicadeza del clima, romper amarras con el día de la marcha (...) Aquí sí que partir es morir un mucho (...) la marcha cierra un paréntesis y acaba el perfil de una isla. Una isla es acaso un paréntesis en la monotonía de la mar, como un lago es un paréntesis en la monotonía de la tierra.
Me pregunto ahora cuál será nuestro paréntesis, nosotros que vivimos ya en él. Paréntesis que también constriñe y separa, que ombliguea. Acaso nuestro paréntesis se halle en la llanura sin fin. Llanuras de tierras aluviales o meseteras, de muchedumbres metropolitanas; en inmensas llanuras de arena o de aguas marinas; llanuras de retos e incertidumbres, llanuras ingratas de monotonías y hartazgos sobrevenidos, de vorágines y excesos.
O marchar para siempre de la isla, hasta conseguir el extrañamiento de querer volver a saborear, al fin, como algo distinto y fresco, el paréntesis de isla. El encanto del paréntesis que conlleva, necesariamente, la tragedia del tener que marchar de él nuevamente.