martes, 8 de noviembre de 2011

Córvido de buen agüero


Según el calendario de Sonia Muñoz para este 2011, noviembre es el mes del perro. Mes de perros, sí señor, demasiados calderos al fuego. Menos mal que ya me quité de encima los compromisos para el nuevo número de Lunula: fotos y cuento para el recopilatorio del 'Bar de la Ignominia'. Apunto estuve de no estar ahí a pesar de tener desde hace tiempo una idea bien clara de por dónde deberían ir los tiros. Pero nada, pasó el tiempo y yo todavía esperando a tener el momento. 'A veces mejor así, me comenta Chitosky, apurado se va más al clavo, y sin tanta bobería'.
Ahora me queda también ponerme más al día en este bosque maldito, con ganas de que lleguen las primeras lluvias para comenzar a reverdecer de nuevo.
Recuerdo nuevamente aquello que Juan Goytisolo comentaba en el SILA sobre las dudas y las certezas; de sus preferencias por las narraciones de Las mil y una noches (ontología de la duda), frente a las de la Biblia (ontología de la certeza).
Traigo a colación esta anécdota, a propósito de mis últimas lecturas: Harraga de Antonio Lozano, El monje y la hija del verdugo de Ambrose Bierce, y En las afueras del Balayo / Hospital principal del norte de Orlando Cova.
En Harraga su protagonista, el tangerino Jalid, se maneja en un mar de incertidumbres por la soñada emigración a España y la mezquina pobreza de su país, Marruecos. Un eje fronterizo para la transgresión de toda clase de legalidades, para el comercio de drogas,armas y personas, para la vorágine de organizaciones mafiosas, las puñaladas traperas, la hipocresía del statu quo marroquí y los espejismos del dinero rápido e ilegal. Buena primera novela de Lozano (premio Novelpol 2003), nacido en Tánger, pero canarizado en Agüimes desde hace varias décadas, y que ahora destaca como una de las firmas de novela negra con mayor proyección de estas islas.
De El monje y la hija del verdugo, decir que es un clásico de la literatura gótica, novela magistral que nos lleva por los devaneos del franciscano Ambrosius con la bella e inocente Benedicta, la chica de las delicadas flores silvestres edelweiss. El joven monje se debatía entre su dedicación exclusiva al altísimo y los atendimientos de las cosas terrenas, especialmente en lo que respecta a Benedicta. Entre el orden de las certezas de su venerable vocación sacerdotal, y el orden del desasosiego y la incertidumbre por su amor carnal, amor doblemente prohibido por la propia condición de Benedicta como mujer y como apestada social al ser hija del verdugo.
Ah, qué pobre y consabido es el reino de la certeza, y qué cerrado e injusto a veces! ¡Ah, qué seductor y escurridizo el reino de la duda y la incertidumbre! donde todo éxtasis parece que sucumbe al abismo de la inestabilidad y la destrucción. ¡Ah, pero qué grata es la apertura de miras, la exploración a nuevos territorios, caminar al encuentro de nuevos retos.
Pájaro soñador, asienta ya tus patas en la tierra, deja ya de volar de flor en flor y escucha el noble saber del filósofo caminante y peripatético.
Releo En las afueras del Balayo de Orlando Cova, en realidad una novela corta que seguramente habrá pasado por una simple recopilación de pequeños cuentos. Sin embargo, componen una constelación de historias donde los personajes mantienen continuidad y se impregnan del contexto de las otras historias. Sí, ciertamente un primer intento de lo que luego compondrá Orlando más canónicamente como novela en Nadie contó los días exactos. Parecida técnica fragmentaria empleó también en Hospital principal del norte. Ambos, una forma de abordar esa compleja dimensión del ser humano y que sin duda preocupaban y ocupaban la sensibilidad de Orlando, como son las relaciones de poder, algo de lo que a propósito de Foucault, hablé brevemente hace unos días en su homenaje en Librería Cabildo.
El orden y desorden de la manera narrativa de Cova es algo más que un mero juego, juego al que te somete el autor explícitamente, por ejemplo, en la elaboración del índice de En las afueras del Balayo, al establecerlo en modo distinto al orden tradicional de la paginación. La fragmentariedad no es solo condición de la realidad observada subjetivamente, sino del propio orden temporal de las cosas, dando lugar a escenas puzzle que hablan de los infinitos cuadros de la brutalidad y sensibildad humanas.
Hasta siempre Orlando. Ahora le toca a Jesús, que quiere participar en no sé qué acto sobre ti, y ya le tengo prometido pasarle estos textos tuyos. Buen provecho.