Cuando el otro día leía la entrada ‘monstruosa’ de García Rojas en El Escobillón (9-enero), tuve un extraño encuentro con mi memoria cinematográfica. Varias de las películas reseñadas allí recordaba haberlas visto hace muchos años en el cine Marino de Los Cristianos. Éste era uno de esos grandes cines de pueblo que ya casi han desaparecido de nuestros más modernos urbanismos; uno de esos cines que alimentaban nuestros sueños infantiles en las tardes de los domingos o nuestros deseos posteriores en las sesiones nocturnas del fin de semana. Cuando a finales de los 80 vimos Cinema Paradiso, el cine Marino ya no existía, ni tampoco muchos otros que como ese habían pasado a mejor vida o agonizaban sus últimos días completamente cerrados y defenestrados. Cuando Cinema Paradiso llegó a las pantallas, se decía habitualmente que era una película homenaje al propio mundo del cine, a su historia fílmica y demás, pero para mí (y seguro que para muchos más) el homenaje era, sobre todo, para las viejas salas de proyección de los pueblos, que eran mucho más que cine. En el cine Marino (imagino también al resto de salas desperdigadas por esas geografías) el espectáculo estaba tanto en la pantalla como fuera de ella; en el patio de butacas, en la sala de proyección, en el bar, en los baños, en el palco, en la taquilla… todo él era un espacio maravilla donde siempre sucedían cosas, emociones, sorpresas, miradas, besos, compincheos, risas, trastadas, … ¡Qué sé yo!
Pura nostalgia, tal vez, pero alguna de esas historias habrá que contarlas, aunque mejor otro día.
De todas esas películas que recordaba a propósito de los ‘monstruos’ del Escobillón, como decía al comienzo, hubo una que me llamó especialmente la atención, Holocausto caníbal de Ruggero Deodato (1980, rebusco en internet). Esa película debí verla (si no repaso mal) en los últimos años antes del cierre definitivo del Marino. Recuerdo que me impactó ese ‘infierno verde’ en el que se convirtió aquella llanura arbolada por la que culebreaban innumerables ríos y riachuelos.
Holocausto caníbal empezaba con la voz de un reportero que nos hablaba desde el Empire State, mostrándonos imágenes panorámicas de New York, cumbre de la civilización, centro del nuevo mundo y todo eso.
—El progreso tecnológico triunfa y lo que a principios de siglo parecían sueños imposibles, hoy han sido ampliamente superados. Hace aproximadamente 80 años no se volaba, hoy la llegada del primer hombre a la luna es solo un recuerdo. Durante el siglo XX la civilización ha avanzado más que en los milenios anteriores. Ahora el mundo nuevo de los escritores y futuristas llama ya a la puerta. Y, sin embargo, no debemos olvidar que existen aún salvajes sobre la Tierra. [y aquí, al mismo tiempo que sigue hablando la voz del periodista, la cámara baja a ras de suelo para mostrarnos, más de cerca, imágenes de lo que parece que es esa otra jungla, la Gran Manzana] Hombres cuyo nivel social no ha pasado de la edad de piedra, seres cuyo nivel moral se ha quedado en el instinto de la jungla, seres primitivos que viven en un mundo hostil y despiadado donde aún rige la ley del más fuerte [siguen las escenas de miles de coches y personas en las calles de NY]. Para recordarnos esto, cuatro jóvenes reporteros viajaron para filmar un reportaje de gran interés. Para recordarnos que el progreso tecnológico no es la única meta que existe frente a la humanidad. No puede existir una verdadera ciencia sin una auténtica conciencia.
En los prolegómenos de la expedición les preguntan a los protagonistas si no tienen miedo de ir al encuentro de esos seres en algún lugar perdido de la selva. No no, contestan sonrientes y tranquilos, como quien sabe cuáles son los verdaderos ‘salvajes’ y que los verdaderos seres para ser temidos son ellos mismos.
Aquellos reporteros se habían especializado en dotar al público occidental de imágenes sobre la violencia humana en el mundo. Guerras, conflictos, rituales… todo valía para alimentar la sed de sangre de los ‘civilizados’, siempre que fueran ‘otros’ los que la provocaban y los que la sufrían. Como si necesitaran de esa prueba palpable que les diferenciara absolutamente, como si necesitaran disfrutar de la sangre en la distancia, en una nostalgia ancestral que todavía nos subyugara.
Nada de eso vi entonces, era demasiado joven quizás, demasiado ingenuo. Sólo recuerdo la fascinación por la selva en su lado aventurero y la inquietud de su abigarrado claroscuro; donde cualquiera te podía observar de cerca sin ser visto, donde te podían asaltar en cualquier momento, y, sobre todo, donde vivían esos seres extraños de los que cualquier cosa cabía esperar, comiendo brazos y vísceras humanas.
No recordaba al antropólogo que trató de salvarles, ni al reportero, ni a los productores que vieron en la historia de los periodistas perdidos del Amazonas oro puro para sus índices de audiencia.
Pero nada de eso valió porque los realmente ‘salvajes’ eran los propios periodistas, los que se aprovechaban de los estereotipos y los prejuicios de los más ‘civilizados’ para alimentar sus demandas de otredad, de sangre y de una cierta dosis de barbarie. Los verdaderos ‘salvajes’, pues, los que sí que vivían en una verdadera jungla, eran otros. El lugar donde efectivamente se había dado el avance científico pero sin el progreso de (o acosta de) la conciencia, por aludir nuevamente al juego de palabras que nos proponía el reportero al inicio de la película.
Deodato quiso hablar de la violencia que en general afecta al ser humano, más allá de esa supuesta dicotomía civilizado-salvaje. Al director italiano le surgió la idea a raíz de la violencia gráfica y el sensacionalismo que encontraba en muchos de los reportajes y documentales sobre el mundo, algunos de ellos en la propia Italia donde se explotaba el morbo de los asesinatos, especialmente en el tratamiento que tuvo la muerte de Aldo Moro a manos de las Brigadas Rojas tras su secuestro a finales de los años 70, justo antes del comienzo de este proyecto. Ya vemos que la cosa todavía no ha cambiado mucho.
La película y el director tuvieron una accidentada historia judicial y de crítica no solo por la manipulación de las culturas indígenas de la Amazonía (casi nada caníbales, por ejemplo), sino fundamentalmente por lo explícito y provocador de las imágenes más potentes, empalamiento incluido. Quizás ese sea siempre el precio a pagar cuando se tocan las fibras más sensibles. Por último (ya acabo), muchos metros de esta película me parecen ahora sacados del más exigente decálogo del grupo Dogma 95 (fantástico), hasta veo que influyó en la realización de El proyecto de la bruja de Blair (1999).
En fin, totalmente recomendable para las mentes más desprejuiciadas y para los amantes de lo 'monstruoso' humano.
viernes, 14 de enero de 2011
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