miércoles, 1 de febrero de 2012

Conversaciones de La Puerta (ya Tijuana se acabó) y a propósito de Puerto Santo y Telarañas

Hablaban de una novela que aún no he leído, aún sin salir del horno, todavía cocinándose a fuego lento a este lado del Gran Canal. Ellos sí, el uno autor, el otro corrector. Y a mí qué, nos referíamos a otra cosa, a aquella novela en particular pero también a cualquier otra en general. En fin, lo normal, hasta que llegó un Espíritu Caristi y al buitre no le importó andar con carroñas de pepes y sanpepes. El argumento era de lo más chorra, pero no importaba, sólo quería bailar al son de labios carnosos acercándose al micrófono, prefigurando ansias de chupar la marimorena.

«¿Y cuál de esos personajes eres tú?» —preguntó con cierta vehemencia—. «No sé, supongo que algo de mí habrá en todos ellos. Aunque una vez me encontré con un escritor que decía que el personaje principal de una novela siempre es el lector». «Bueno, no sé, no creo que esté muy de acuerdo con eso». «Creo que se refería al hecho de que siempre escribimos para alguien». «Sí, de hecho a veces hasta se hace explícitamente como cuando el autor se dirige abiertamente al lector». «Ya, pero también puedes escribir para ti mismo». «En ese caso, ¿no crees que tú mismo te conviertes en ese lector, en ese personaje al que le cuentas tu historia y sin el que probablemente no tendría sentido escribir nada?». «Sí, quizás sea así, aunque no termine de verlo claro».

«Bueno no sé. El arte de aquellos tipos era evidente. Y yo en ese entonces solamente estaba preocupado por saber quién de mí mismo era el hombre-mosca: ¿Sinesio Fernández?. ¿Jeremías Santos?, ¿Raúl Policarpo?, ¿Juan Celes? ¿Quién de mí mismo era la víctima?, ¿Somares? Eso trataba de adivinar (a quién de mí mismo debía aniquilar para que mis días sólo estuvieran dominados por el 4, salir de una vez del 5) cuando me encontré aquella porcelana en mis manos, herida, una belleza triste como la señal de mi cielo, en el momento de nacer.
Yo de mujeres sabía poco. ‘Una vez ví una’ —me diría más tarde el effrit»

…Y todos ellos eran yo, me decía, mientras esquematizaba con el grafito en la blanca pared. Trazos de improviso, casi al salir por la puerta. Las flechas partían radiales desde un centro-eje, como un yo celeste y precopernicano. Como un sol refulgente que tratara de echar luz en todo aquello. Y sobre el sol, el sur (que era el norte), y bajo el sol, el norte (que era el sur). Así fue la jornada de ayer, marcada por el extravío y la pérdida de ojos cristalinos. Y la voladura del yo en mil pedazos. Pura telaraña de Puerto Santo.

Lágrimas

Tiempo de lágrimas. El otro día me hablaba alguien, recién culturizado en la cata vitivinícola, de la importancia de las lágrimas del vino. Y sí, le daba toda la razón. De tal forma imaginaba la evocadora maniobra de darle unas vueltas a la copa para, a continuación, dejarme embelesar con sus lágrimas, deslizándose frescas y untuosas hacia el rico néctar del que procedían. Cuentan los expertos que si la lágrima baja abundante y deprisa es gracias a su buen contenido alcohólico, y que, por el contrario, si baja más lenta y espesa es gracias a su mayor contenido en glicerina y azúcares. Así imagino yo a mi sirena favorita, con las lágrimas densas de su azucarada y líquida ambrosía. El rico caldo de su secreto.
Uf, y yo escuchando al Drogas con su ‘Animal caliente’ en mi bólido dorado, mientras callejeo la noche por esos barrios del puerto que se hizo ciudad, escalando las laderas hacia el valle de Aguere.

…Atrapado en la noche
vigilante de la oscuridad
sin decir adiós
frente al cansancio de no poder más
segura de sí misma
te utiliza para ganar
sin cerrar los ojos
déjate enamorar.

Como animal caliente
su lengua violenta tu boca
invisible caricia
dejate arrastrar por la noche...

Hace unos días también salió en la conversación otra clase de lágrimas. Una plática improvisada frente al anaquel de historia de estas islas y de su historia económica postconquista. Hablamos de la importancia de la pez en aquellos tiempos y de las industrias que los maestros pegueros supieron montar para extraer la preciada sustancia del corazón resinoso de nuestro pinus canariensis. Hablamos largo y detenidamente ante la curiosidad y el asombro del oyente. Y le contaba yo de cómo en las paredes de esas construcciones quedaban fosilizadas, en forma de lágrimas, pequeñas cantidades de esa sustancia resinosa y naturaleza ambarina, licuada por el efecto del cocimiento de los leños, pero que al enfriarse se volvía viscosa hasta solidificar completamente. No sé si por efecto del tiempo o de la propia constitución, esas lágrimas se habían tornado ahora de un hermoso color azabache. Unas lágrimas propias de un bosque quemado como éste. Sí. El recuerdo de un tiempo de frontera y depredación para construir un nuevo mundo. Así es, nada se crea ni se destruye sino se transforma, aunque quede atrás un rastro hermoso y siniestro; un rastro de lágrimas negras.

Y es ahora cuando recuerdo el compás de aquel texto que quería acompañar la imagen que tanto te gustó, y que decía: El tono pausado de tu respiración, el ladeo de tus senos entre las sábanas, tu sonrisa cómplice al despertar... en aquella mañana de lágrimas como perlas.