sábado, 4 de diciembre de 2010

A la vera del Gran Zigurat

En un viaje ligero y acunado por la conversación de Campanilla, saludando de pasada al poeta de la autopista, y previa parada para comprar unos roscos de Guía, llegamos a Icod. Por allí se nos aparecen, de tanto en tanto, bellas estructuras escalonadas de piedra negra que la memoria de las gentes no alcanza a comprender bien. O sí, pues para algunos está claro que no son más que meros amontonamientos, producto del despedregar aquellas tierras para ganarle la partida a las arrojaduras del volcán. Son zigurats, sentencia Jesús. Joder, por un momento me sentí retrotraído a los orígenes de la civilización, a las tierras fértiles del Tigris y el Éufrates, a la escritura cuneiforme, a la cultura de sumerios, babilonios… y demás. Dicen, incluso, que la famosa Torre de Babel, aquella pintada por el viejo Pieter Bruegel, momento único y decisivo para la humanidad, no fuera más que eso, un enorme zigurat. Y ya me imaginaba en esas viejas historias acerca de la grandeza y los enredos de las escrituras y las lenguas de los hombres cuando, subiendo por las poderosas rampas de las laderas de Icod, se nos presenta frente a nosotros un Teide majestuoso y refulgente por las últimas nieves caídas y los rayos de aquella mañana clara. Es el cono mágico, la pirámide perfecta, el padre guía, el eje vertebrador del mundo, el mejor camino de conexión entre los cielos, la tierra y sus entrañas, la más conspicua plataforma del Atlántico… ¡El verdadero zigurat!
Saludamos a Víctor, primo del padre de Jesús y vecino de su finca, a la que nos dirigimos. Víctor se calentaba a la luz de la puerta de su casa, a la que entramos para recoger algunas cosas que le tenía preparadas. Bajamos la empinada cuesta para salvar el desnivel desde la carretera y al traspasar el umbral veo una extraña casa decorada con multitud de raíces cuidadosamente pulidas y barnizadas. Aquellas raíces están por todas partes, en suelos, paredes y techos. Nos rodean. Era casi como visitar la casa de un topo, no, mejor aún, era como viajar a la matriz, al embrión mismo de la tierra, al principio de todo, al mejor templo rizomático que haya visto jamás… al basamento mismo del gran zigurat, de donde todos seremos proveídos con la vieja simiente de la regeneración. ¡Qué día!
Sólo pude reponerme de tanta emoción con los dulces tragos de La Corujera, otra vez circulando por las rampas de otro pueblo casi enriscado en las laderas del volcán.