miércoles, 5 de agosto de 2015
Carta a Charlín
PERIPLO:
A Galicia llegamos el pasado sábado 1 de agosto, pero ya sabes que vamos de paso: noche en Santiago y el domingo 2 rumbo a Porto por la autopista E1. En Santiago primero muchas risas por el barracón multicolor donde nos toca dormir, pero finalmente resultó muy cómodo, ideal para una noche de camino a otro sitio. Luego visitamos al santo de blanco caballo, y probamos las mejores navajas que he comido, puro mar a la plancha. Departimos con el barman y resulta que trabajó unos años en restaurantes de Los Cristianos. El polvo a feira también buenísimo. La visita a Cambados, a pesar de estar tan cerca, la dejamos para el final, al regreso si se tercia, que espero que sí. De camino a Porto almorzamos en Vigo. Ooohhh, Vigo, y su encanto marineiro que se respira en el aire. Y comer... comer no podía ser en otro sitio que en A Pedreira. Mariscada de lo mejor de la Ría de Vigo, mesa con mesa con matrimonio jubilado encantador. Son de Bilbao, pero viven en Lanzarote- terminamos intercambiando direcciones y teléfonos, jajaja. A él le ponen casco y teléfono de los 50 y no hay quien lo distinga de Gila, hasta en la forma de hablar y de reir. Increíble. Me dice que en Lanzarote le dicen mucho eso mismo, jajaja. En el paseo post-ostrero/zamburiñeiro/vieiriñeiro/... me encuentro con la expresión 'mergúllate', claramente emparentada a la muy nuestra de 'margullir', y que seguramente nos venga, tanto a galegos como a canarios, del portugués. Análisis filológico pendiente, que delego en ti, Antonio. Ya me contarás.
Volvemos a la E1 y rumbo a Portugal. Cruzamos la frontera (todavía existen) y notamos la diferencia, aún sin saber que volvemos a
nuestra hora isleña. El paisaje es mucho menos poblado, solo árboles madereros por las colinas y vaguadas, y la carretera y sus puentes y desvíos mucho menos rutilantes pero igualmente funcionales. Es extraño oír hablar portugués al tiempo que encuentras casi todo igual: coches, moneda, gasolinera, frutos secos, refrescos... Después de estirar los pies un rato, seguimos rumbo al sur y a media tarde del 2 llegamos a Porto. La ruta de entrada es complicada después de perder la conexión a internet (vía roaming). De nuevo preguntar y el mapa de toda la vida se vuelven necesarios. Mi intuición masculina y algo de suerte, jajaja, hacen el resto para llegar a nuestra residencia Porto Madrid.
DETALLE:
Antonio, saludos desde la Livraria Lello, la "librería más bella del mundo", y la frase no es solo mía, sino también de nuestro (muy) querido Villa-Matas. Deberías venir alguna vez a Porto, ciudad preciosa, barroca, industrial y decadente. Una combinación, que con permiso de Lisboa, Sita me dice que sólo ha visto en Buenos Aires. Y esta librería es ciertamente increíble, de cuento de Harry Potter, y seguramente por ello abarrotada de turistas. Los dueños (cuando redactaban la guía de viaje que leo) ya se pensaban cobrar entrada por la riada de gente que entraba, sacaba fotos y no compraba nada, pero eso ahora ya es una realidad. Te cobran 3 euros por persona. Yo le digo que soy profesor a ver si evitaba el pago, pero nada. --Muchos profesores españoles me dicen eso, ¿es que en España no pagan entrada? --En muchos museos y lugares culturales no, ni estudiantes ni profesores. O no pagan o tienen descuento. --Ah, pues en Portugal no es así.
En fin, que pago después de hacer tremenda cola, pero lejos de quitarme las ganas todo esto, la curiosidad se me acrecienta, dado que el abigarramiento ornamental y el turístico van de la mano en esta ciudad. Mientras, Sita se va de compras. Yo aprovecho para tomar café, leer, escribir algo, descansar del trajín de la mañana. Cuando volvemos a eso de las dos y media para entrar, la cola es enorme. --¿Pero la gente no almuerza o qué? Nos vamos entonces al Museo de la fotografía, que está cerca y parece de interés. Antiguo edificio carcelario, una metáfora quizás del universo imaginario posmoderno. Reflexión pendiente para Foucault y Baudrillard.
A la vuelta por fin entramos a la Livraria Lello y respiro el ambiente de su creador el ingeniero Esteves y de su librero D. Domingos y de los hermanos Lello. Lugar de cita para escritores, editores, artistas y pensadores de aquella época en que los intelectuales todavía tenían un lugar y un estatus distinguido junto a los libros. Ahora ya nada, hasta los libros se venden junto a los televisores y neveras de la gran superficie comercial. Camilo Castelo Branco, Eça de Queiroz, Guerra Junqueiro y muchos más pasaban por allí. Pero ya pocos reparan en eso, ahora solo ven la famosa escalera y sus oropeles, y hasta la leyenda que figura en la gran vidriera del techo solo queda como anécdota en medio del cuadro colorista, nadie repara en ella, está en latín además. ¿Quién entiende el latín hoy día, quién entiende el sentido de un "Decus in Labore"? Y Hemingway montado en su pez, riéndose de todo. Así es la cosa Antonio.
Carta a Chito
Escribir es abrir una ventana distinta al mundanal ruido de la vida. Viajar es vivir de otro modo lo que de otro modo no viviríamos. Viajar y escribir es aunar dos mundos que cojean de una misma pata, primos hermanos con un aire de familia que les viene de una genética particular. Prometí viajar y escribir, cosa nada fácil en este tumulto acelerado donde vivimos, pero aquí va mi promesa cumplida, amigo Castellano. Escribo hoy, en la madrugada del cuatro de agosto, desde la residencia de una calle inspiradora, la Rua do Alexandre Herculano, de la ciudad de Porto. Según leo, Herculano fue gran escritor portugués del XIX, introductor de la novela histórica en este país. Una ciudad deliciosa este Porto, que rezuma historia e historias por todos lados. Construida a la ribera del Duero, muy cerca de su desembocadura, pero sin querer asomarse al mar (en esto me recuerda a Bilbao), montada sobre colinas de roca que provocan una urbe de pendientes y sacrificado pulular de gentes y vehículos. Creo que casi todas las ciudades portuguesas tienen su parte antigua así, supongo que es herencia de la época de murallas defensivas y castillos almenados. Todavía se ve alguno de cuando en cuando, como guardianes o vigilantes celosos del extraño devenir de la modernidad. Porto tiene la extraña cualidad de haber preservado todo su encanto populoso y de viejas industrias y tranvías, puentes Eiffel, monumentalidad recargada (neogótica me parece que leí en algún lado), al tiempo que una modernidad desigual, con barrios de bella descomposición, entre el crack y cocinas ambulantes de pobres. Por lo demás, la riada turística lo fagocita todo. Pero algo queda, siempre queda algo si te detienes a mirar desde la ventana.
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