sábado, 21 de enero de 2012

Libro del Cuervo

Leo y envío para El Perseguidor reseña de Marcelino sobre Libro del cuervo. Veo que coinciden el Dr R y el Capitán M en calificar como ‘imperfecta’ la última novela de Jesús R. Castellano. No sé muy bien qué significa esto, supongo que se referirán a eso que también llaman una novela ‘redonda’. De momento, lo que sí veo es una novela rectangular, y cuyas proporciones desgraciadamente tampoco guardan ninguna relación áurea, lo cual me devuelve igualmente a su ‘imperfección’. Como buen pitagórico, mido y compruebo que le sobran 16 mm por el lado largo, pero precisamente como pitagórico pienso que en esta diatriba, poco ‘triangular’, falta un tercer elemento crítico y que encuentro (a dios gracias) en el prologuista. Defendió este último en su presenta, bajo categorías estéticas de hondo calado, la ostensible fealdad de su portada, para concluir finalmente que ésta y la novela son cosas bien distintas.
El afán de perfección es también la búsqueda de belleza, del pulimento absoluto a las aristas discordantes, al encuentro de proporción y armonía, del acabamiento a cualquier punto de partida. Nada más alejado de la intención de este escritor.
Por otro lado, pienso que la portada lo dice casi todo, es un anticipo, una representación de lo que le espera adentro al lector. No olvidemos que la portada es también obra del propio escritor. Luego, nada arbitraria ni gratuita. De algún modo ambos elementos guardan relación, manejando distintas gramáticas, pero alimentándose mutuamente de una misma intencionalidad.
Comenta Sibi (lo cual me jode ya la crítica pitagóricamente triangular prevista), que no es una portada que invite precisamente a leer la novela.
A mi juicio, el criterio estético seguido para ambos elementos (portada y texto) es el del extrañamiento; la veladura del motivo para situarnos del otro lado de la realidad, el de las sombras de la existencia y el de su papel en el propio quijotismo de la literatura y sus personajes.
«Octubre» y «un capítulo de la novela de Carles Burrot» dan las claves: “Desde entonces me quité las prisas, dejé de mirar al pasado, al presente y al futuro, confundidos todos los tiempos en una opaca tiniebla, y una distancia infranqueable se instaló entre la ciudad y yo, entre el recuerdo y la memoria. Ahora los muertos eran los otros.” (…) “y a veces creo que la vida real que he vivido está en los sueños y en las pesadillas, y que lo que llamamos realidad no es sino brumas, nubes con forma de acontecimientos que se suceden o se confunden en el recuerdo de los días que han quedado atrás, grabados en la órbita de ese satélite llamado Destino.”
Y una explicación en «el Dragón», cuando “el ángel se durmió y los diablos siguieron bailando y riendo… alrededor de la sombra de una mujer.”
Me decía el Dr R que cuando trataba de enseñar a Jesús el primer montaje del audiovisual para la presentación de la novela, le comentó: ¡Sí, muy bien, pero faltan mujeres aquí, que haya mujeres!
…Y así fue. Y en aquella noche del MAC hubo mujeres, vaya si las hubo. ¡Como nunca!
Y el Capitán… buscando su barco.

jueves, 19 de enero de 2012

Carroñas del paraíso

Al tiempo que leía, subrayaba con ímpetu y apuntaba comentarios en los márgenes. «A los libros hay que torturarlos así para irles sacando el dulce néctar de sus frutos», me dijo una vez aquel viejo profesor de bachillerato. Y, desde entonces, procuro hacerle caso. Bastó, sin embargo, solo un leve roce del grafito contra el canto de aquel libro para dibujar un trazo estilizado, como de perfil de albatros que se recortara contra el cielo, en pleno giro de su vuelo escudriñador de piélagos y corrientes de buenaventura. La imagen me cautivó, y me llevaba a escenarios muy distintos de los que leía, hasta el punto de imaginarme sus planeos de amplios horizontes, en medio de la brisa fresca de la mañana, sus capturas saladas, su vida toda al paso de las nubes rumbo al ocaso… Una imagen demasiado bucólica, sí, un breve idilio del pensamiento, como una breve y necesaria bocanada de oxígeno para luego devolverte a la inevitable existencia, al implacable y cicatero paso del tiempo. Como para no imaginarse un albatros de plumaje desastrado y hambriento. Un pajarraco de aceitosa glándula uropigial inflamada y sanguinolienta por las basuras de comida encontradas en aquellos mares corrompidos. Eso también le había fortalecido el espíritu, pero le propiciaba episodios de supurante y dolorosa picazón. Una figura nada digna de altos vuelos, sí, ni para una depurada semblanza alada. Si acaso para la de un pirata superviviente, de ralo gesto al pasar. Su olfato, perturbado por persistentes mucosidades, le desorientaba en el encuentro de los vientos más favorables o para prevenirlo de págalos, falaropos, alcatraces o rabihorcados. Malditos avechuchos que trataban de imponerse con malas artes, aprovechando su menor envergadura para giros y quiebros insospechados. Eso había tornado su natural mirada en mohína y desconfiada. Afortunadamente, su aguda visión no había quedado tan afectada, lo suficiente al menos para liberarlo de palangres y trasmallos o de toda esa panoplia de manchas y plásticos que vagaban a la deriva, y que a tantos hermanos suyos habían llevado a la lenta agonía y la muerte. Malos tiempos para este errante de mares pelágicos, tiempos de crisis para dejarse de ensoñaciones más o menos poéticas. Espabila, son tiempos para el cuchillo entre los dientes (o en el pico), y que escape el que pueda.
«¡Sangre, sangre!» reclamaba el ‘hermano’ hace unos días. Me dieron ganas de buscar un machete y decirle «¡Qué coño sabes tú de sangre. No tienes ni puñetera idea de lo que dices! ¡Anda, cógelo, y demuéstranos qué sabes hacer con esto!» Pero callé. Callé por no estar con el esfuerzo de llenar de adrenalina este maltrecho cuerpo. Bueno, por eso y porque, sintiéndolo mucho, hasta tenía que estar de acuerdo con algunas cosas que decía en medio de su histrionismo y necedad. Cómo nos encanta arreglar las cosas de un plumazo, pero qué alarde de inteligencia y virtud. «¡No, no. Nada de centro ni socialdemocracia —decía— Derechas y punto, sólo la derecha de toda la vida puede ser honrada y sacarnos de este pozo al que los socialistas nos han abocado!» «Sí, como en Valencia y Baleares» «¡Esos son unos socialistas, están en el PP pero son socialistas. Sólo los socialistas roban. Todo el que robe es socialista o comunista! Menos mal que todo eso se va acabar ahora. ¡Rajoy acabará con toda esa ralea de socialistas, que ya era hora! ¡Ésta es nuestra era!». «Sí, la era de Acuario» —añadió JMª entre risas. «Sí, como cuando la Guerra Civil. Toda una nueva era, y muy sangrienta», me dije yo.
Yo no sabía si eran los virus, mi cobardía por no ir a buscar el machete o si mi tope para aguantar memeces había sido superado de largo… pero no veía la hora de salir de allí en busca de aire fresco. «Que se queden con el mono y sus monerías», me dije.
El paso del tiempo… decía. Sí, del tiempo habla el “Libro del cuervo” y nos recuerda que “el tiempo es ese señor de la soga que se va anudando alrededor de nuestro cuello”… Pero de ese libro mejor hablo en otra entrada.
En el Monterrey, la otra noche, Fernandito me decía «Ramón, y ¿tú qué tomas?» «¡No, de Ramón nada! -le dije- Llámame cuervo, que aquí estamos el buitre y el cuervo. Faltaron el cernícalo y la pardela. Todos avechuchos de estas tierras desalmadas». «No, buitre no, tío, yo no soy buitre que se alimenta de la carroña y eso… ¡uf!» «Cállate, que aquí carroñeros somos todos, pero hay algunos que ni siquiera saben volar».
Ahora veo la última entrada del buitre y veo que seguimos en la misma jonda (u desbandada).

viernes, 13 de enero de 2012

Cría cuervos...

Aciaga noche. Bueno, no sé, tampoco creo que esa sea la palabra. Cita a ciegas, decía ayer, y ya sabía yo que tratándose de la presentación de una novela de Jesús, la cosa iba a ser de todo menos convencional y almibarada. Las intervenciones de la mesa se acercaban al esperpento; editor que criticaba al editado, prologuista que arrasaba con la portada y no hablaba del libro, un doctor que quiso curar y no encontraba la penicilina adecuada. Menos mal que en medio de todo aquello Jesús supo sacar algo de pecho (mérito tiene) y por momentos hasta le acompañó el sentido del humor. Algunos dijeron que había destripado mucho la novela. Yo no lo creo así, afortunadamente no creo que sea de esa clase de historias que cuando descubres al asesino o sabes el final pierde todo interés. No, esto es otra cosa, el gusto por leer el qué y el cómo, sin ese hilo de misterio que te pida más y más. No es que sea mala táctica (ya sabemos de toda su gran efectividad), pero ¿es eso solo lo que nos cabe esperar? ¿es eso lo único que pedimos para leer? ¿será eso lo único que nos lleve a escribir? ¿Acaso debemos supeditar todo a eso? Éstas eran las preguntas que me hacía hablando con Juan en el post. Juan, el que descubrió en el ‘Libro del cuervo’ los ingredientes perfectos para una novela negra. Sí, pero por algo no la hizo. De eso, y de esas preguntas, tenían que haber hablado JMª y Dr R… Y yo me quedé con las ganas.
Luego, en la ruta hasta el Platillo volante… Esa sí que fue otra historia. Yo acabé vomitando en casa. Será de indigestión.

jueves, 12 de enero de 2012

Tres momentos

LA FOTO
En aquella ocasión el Buitre mantenía pensamientos fosforescentes mientras se movía en la noche. Efluvios de calamar de las profundidades dejaban rastros encendidos, como de planes erráticos con ansias de noquear al primero que se le pusiera por delante (recuerdo aquella noche). «¡Jii, jiaah, jiiaah…!» Gritó el Buitre. Dos granchos seguidos al estómago y un directo a la mandíbula. ¡Jum!, menos mal que se trataba de Chani, y todo quedó en los gestos. «¡Quita p’allá maricón, no te me pongas cachondo que saco mi derecha y te reviento!». El Buitre insistía, pero ya con la precaución de ir más a cámara lenta, y que Chani recibía entre risas. Ejercicio de coleguitas, midiendo los tempos y las confianzas. Camino del Monterrey se disolvió el fogaje y se acabaron los fuegos artificiales. Pero solo duró aquel rato de distraído ronroneo. Luego la fiesta continuó en el cuarto, rodeado de fantasmas e historias por descifrar.

ANOCHE
«¡Maldito hijo de puta. Querías follártela tú solo. Me cago en toos tus muertos. Pues te vas a joder porque ésta no te la voy a pasar. Maldito cabrón hijo de puta. Esta vez la vas a pagar, lo juro por mi santa madre, esta vez la jodiste del todo. No sabes lo que te espera, cabrón, hijo de la gran puta!». Yerto y enérgico en los movimientos (como si lo viera), así se las gastaba mi vecino anoche. Una de las voces era ronca en extremo, y creí que se embroncaba con otro, pero cuando me asomé a la ventana descubrí que las dos voces eran del mismo. Un delirante desdoble de la personalidad y en medio de la carretera gritando con el torso desnudo y los brazos en alto con una botella de no sé qué, esquivando a los coches que pasaban (más bien lo contrario). Entraba luego a su casa dando un portazo tras de sí. Y volvía a salir más tarde, repitiendo escena unas cuantas veces. Los goznes del aluminio de la puerta estaban a punto de saltar. «¡Maldito hijo de…! No me dejará dormir tranquilo este carajo»

OTRA CITA A CIEGAS
«¿Y en la mesa no estará tu querido prologuista?» «No no, estarán el Dr R y el Capitán. Bueno, si no se arrepiente o se va en busca de ese barco que nunca acaba de encontrar.» «Ah, bien» «Pero si no viene Marce estarás tú ¿no?» «¿Cómo? No no…» «Sí, que solo sería leer» «¿Leer?» «Sí, que el Capitán M dice que si no venía dejaba un texto para leer» «Jodeeer, y me dejan el muerto a mí» «Sí, je je» «¡Qué cabrones!»

(del resto, no pienso dar más explicaciones)