martes, 27 de enero de 2015

Palabras de pájaro mudo



Leo la crónica de Jesús sobre su viaje al sur. Admiro la música de su escritura por encima de verdades y mentiras, estamos hablando de literatura, de literatura de hechos pero de literatura al fin y al cabo. Creo que eso ya dice mucho. Como bien comenta Jesús, el protagonista de estos días ha sido Charlín, Antonio Lorenzo Gómez Charlín, como le gusta poner en sus novelas. Un nombre demasiado largo para mi gusto, pero eso ya... total, una cuestión que no es meramente anecdótica sino más bien deudora de un escritor al que todavía le falta relajar su ego, algo que sí he aprendido de Jesús. El ego traiciona a muchos escritores, es uno de los males de este oficio, me decía un día contradiciendo la teoría de Juan Cruz. Al escritor que le sobra ego, le sobra presencia y le sobran palabras. En la escritura cuando el autor sobresale a la obra... no es buena señal, porque es la obra la que debe sobresalir, la única que importa, el resto no son sino fuegos artificiales que pueden incluso brillar, pero siempre será un brillo fugaz. En fin, volviendo al tema, presentaba Charlín el pasado viernes su última novela Nagasaki, una novela que me es muy cercana pues no solo me encargué de hacer la composición de la portada, sino que el amigo/escritor de cuando en cuando me iba poniendo al día de sus vicisitudes con la historia y los personajes. Uno de ellos era yo mismo, y, como en el caso del blog de Jesús, la mezcla de realidad y ficción está al servicio de su retórica particular. ¡Ramón, vas a estar hasta en la sopa, no te puedes quejar! me decía, algo que me dejaba un poco aturdido, pues no esperaba tanta atención de su parte. Sin embargo, a lo largo de este fin de semana con Jesús hemos hablado mucho del 'caso Charlín', sobre su obra y su vida, su relación con las mujeres y demás, y saltaron varios temas e hipótesis, pura especulación muchas veces, pero que nos hacían reír y pasar el rato. En una de éstas le digo a Jesús, joder, pues yo salgo como una quincena de veces pero nunca digo nada, soy como un mueble del decorado que de vez en cuando saca fotos, una especie de subnormal con trompa fotográfica. Reímos. Tú por lo menos sales una vez y dices algo aunque sea con mala leche, Antonio Núñez sale también diciendo aquello de 'tahúr del Misisipi' y Ramallo diciendo no sé qué. Y Jesús reía y reía. Me gustó verlo reír así después de encontrarlo tan encogido. Lo hice pesar y aquel cacharro marcó 63,6. ¡Joder, tío, tienes como diez kilos menos! Sí sí, es que... yo qué sé, es como si el estómago se me haya encogido. Encogido sí estás tú, le digo, con esa pata arrastras, más flaco que nunca y tullido de frío como palomo enfermo. Pues nada, otro día contaré algo de esta novela que para mí tiene tres partes: Hiroshima, Nagasaki y una tercera que yo titularía Kokura, la ciudad elegida para la segunda bomba atómica y que se salvó por el poco combustible del B-29 que la cargaba y un cielo lleno de nubes impidiendo ver el objetivo con claridad. Esa tercera parte es la referida a los amoríos de Lorenzo Guzmán con Karen. Me pregunto qué sentirían las parejas de enamorados de Kokura al enterarse de cómo se salvaron, de los amores arrasados en la otra ciudad por ese cambio de rumbo a última hora, me pregunto si incluso llegarían a sentirse culpables, culpables de seguir como si nada hubiera sucedido mientras los otros, los supervivientes, veían sus vidas abrazadas por la hecatombe, por el infierno inimaginable. Nada de eso encontraremos en la novela de Charlín, pero algo de la metáfora de esas ciudades sobrevuela en lo mejor de esta historia de amores y desamores que es Nagasaki. Y Nagasaki, también, para mí la mejor de las tres partes, con momentos memorables, pero luego ya en Kokura vuelve a decaer, limitándose a recrearse demasiado en un afán descriptivo sin vuelta de tuerca y en el tobogán emocional con Karen, inevitable, quizás, para justificar el final, pero en el que echo de menos los fogonazos de Nagasaki. Pero no adelanto más, otro día seguiré con la novela y el 'caso Charlín', un caso clínico para Jesús y no sé si para alguno más. Sea como sea, el caso que mantiene viva a la novela y eso ya es bastante.

sábado, 10 de enero de 2015

El Cuervo y la milana



(...) ¿Y no sigues escribiendo? Me cuestionaba Eduardo la otra noche. Había contactado con él por teléfono para dejarle un ejemplar de Nagasaki, la nueva novela de Antonio Gómez Charlín. Un encargo que el amigo Charlín me repite últimamente con cada nueva novela que publica, pero creo que será el último. Ya es hora de que se vean ellos directamente, qué cojones, que se digan lo que tengan que decirse y demás... sin intermediarios, face to face, pa ponerme en plan cool. El caso es que me vi contestando a esa pregunta casi con evasivas del trabajo y el poco tiempo (y no ha sido al único). Quizás la respuesta sea mucho más obvia. Simplemente escribes cuando tienes que escribir, cuando sientes que debes escribir, cuando salta la chispa que te ayuda a romper el hielo o el miedo o incluso la dejadez. La vida es traicionera a veces con este oficio, o simplemente dejas que te traicione o tan solo se hace duro escribir y lo dejas, sin más. En fin, no sigo, ni siquiera era esto de lo que quería escribir ahora.
Ayer me llegó otro encargo desde el sur, y me vi reservando entradas para la obra de teatro "El diario de Adán y Eva". Magnífico encargo, donde Ana Milán y Fernando Guillén Cuervo dan vida a una pareja radiofónica de los sesenta, que a su vez interpretaban un texto de Mark Twain sobre ese primer enamoramiento humano, marcando el paso a todos los demás. El amor y el humor se convierten así en protagonistas máximos de la ternura del vivir, de lo más importante del vivir, llevándonos por un inteligente tobogán de emociones que siguen dotando al teatro de pleno sentido en esta era multimedia que nos rodea y nos satura sin apenas acabar de entender nada.
Fue curioso ver el cartel de esta obra con la 'milana' (Eva) manteniendo una hermosa manzana en su mano y entre ella y él, el 'cuervo' (Adán). Fue curioso, digo, porque hacía poco que había llegado hasta mí un pequeño vídeo que denunciaba el peligroso brillo de las manzanas que comemos. En él salía raspando su corteza con una pequeña navaja, y al hacerlo obtenía unas virutas blancas de algo que las recubre. No es cera, como muchos piensan, decía, porque la cera se derrite con el calor, es plástico que da un pestilente olor cuando lo ponemos al fuego. ¡Ésto es lo que nos dan de comer, plástico!
Comentándolo me dicen acertadamente que es como en el cuento de Blancanieves, es la bruja quien nos vende la bella manzana para esconder el veneno que nos matará. La metáfora puede seguir este derrotero de apariencia y realidad o de brillo y muerte, pero en nuestra obra de teatro la manzana, sin ser lo de menos, no es sino el necesario camino para entender el amor, el primero y el último.