lunes, 2 de julio de 2012

Entre el 2 y el 3

Hoy todavía bajo el inevitable influjo de la marea nacional futbolera. Qué le vamos a hacer. Leo la prensa y casi toda ella es pura loa a los tricampeones. Nada de análisis, solo exaltación, tiqui-taca y demás. Nada de epopeya o algo que rescatar para una épica que ennoblezca al puro acontecimiento. No, todo muere en el propio acontecimiento, regodeándose en sí mismo, nada que lo trascienda a otro orden de cosas. Quizás a una cierta épica de la existencia, a un despliegue del conocimiento o a una forma de triunfo de la voluntad sobre la arbitrariedad. Pero nada, a lo sumo una secuencia histórica de la participación en las distintas competiciones. Si acaso Manuel Rivas, pero busco a Valdano como filósofo futbolero y no lo encuentro. Y tras el derrotismo consuetudinario que olvidaba incluso la eurocopa conquistada por Marcelino en el 64, ahora la euforia actual, que también abunda en aquel olvido. Nada existió antes del tricampeonato, como ese poderoso brillo de las estrellas que no deja ver otros planetas que orbitan por sus cercanías, por gigantescos que sean. Una ceguera que olvida lo más importante, que comienza donde el brillo estelar no alcanza. Qué fácil es quedarnos con el relumbrón, con la sobreabundancia emotiva, con la marea roja que toma las calles. Entre ritmos de pasodoble y olés de banderas-capote al pasar los coches, que así estuve yo anoche. Calles colapsadas henchidas de orgullo e identidad futbolística. Esto somos, sí, esto es lo que somos, no lo otro, lo que no queremos ver, ni recordar, ni reconocer, ni asumir. Alegría-símbolo, júbilo-metáfora, pura marea desatada tanto en el extraordinario alborozo como en lo trágico asombroso.

Contra Portugal se habían desatado todas las alarmas de una selección que no acababa de tener un juego brillante, a pesar incluso de Francia. Muy rácana de cara a la portería contraria, tan rácana que parecía que tomaba el medio como un fin en sí mismo. ¿Será posible que el tarro de las esencias se hubiera vaciado del todo? me preguntaba yo mientras muchos alegaban sobre si nueve verdadero o falso. Luis Aragonés, sin embargo, dio en la clave ayer en una entrevista: a la selección lo que le falta es velocidad, velocidad en la combinación. Pero la velocidad no es un problema técnico para estos jugadores, es un problema de claridad mental. ¿Será, pues, eso mismo lo que le pasaba a esta selección? Una claridad que quedó muy en entredicho ante Portugal.

Ante Italia se les veía muy distintos, con afán de revancha, de revancha ante sí mismos, sabiendo en qué habían fallado, como la necesaria lección previa para aprobar en la cita final. Así fue, y Xavi Hdez. volvió a tomar la batuta, y los tortuosos caminos se convirtieron en autopistas que aprovechaban hasta delanteros insospechados como Jordi Alba.

Al final, el espejismo resultó ser Portugal, un espejismo lleno de cansancio, casi seguro, por la rocambolesca organización de tener que ir a entrenar a Polonia cuando se estaba en Ucrania, para luego tener que volver a Ucrania a jugar ese partido. Y todo ello cuando los portugueses disponían de dos días más de descanso que los españoles. En fin, y la UEFA empeñada en expandir el campeonato a toda Europa en la próxima edición. A ver cómo se come todo esto cuando llegar hasta Kiev fue toda una odisea.

Y el espejismo, la mejor estrategia para pillar desprevenida a una Italia que se sentía ya superior después del partidazo contra la otra favorita, la Alemania de Ozil. Solo un viejo zorro como Del Bosque sabía la trama urdida. Pero estuvo a punto de costarnos un disgusto.