miércoles, 17 de agosto de 2011

Cotidianas de maresía y ventolera (i)

Un estruendo de pavos y otras aves de corral cacareando por atrás. Voces desde la lejanía sin acabar de entender el qué. La arena yace hoy llena de piedras. Piedras sabiamente equidistantes en el capricho de las corrientes y su aparente dulzura de arribada a la orilla. Cuerpos flácidos y cuerpos fibrosos las recorren, esquivándolas. Ancianas, rechonchos, bajos, altas, calvos, depiladas, engreídos… Cuerpos de toda índole, en su infinita variabilidad y combinatoria. El lenguaje de los cuerpos se impone por encima de las vacuidades habituales; sus máscaras sociales más refinadas, hábitos, convenciones… La marea va y viene con su arrullo acostumbrado. Reclama viejos dominios, pero seguimos ahí, en la senda de los elefantes, a la espera. La cadencia de los cuerpos no se puede esconder, muestran inevitablemente su verdadera naturaleza, los pesos que cargan, y pienso en ello. Su expresión es siempre clara para quien quiera saber mirar. Nada, no importan emplastos, siliconas, tatuajes ni demás textiles en sus afanes por cambiarlos o camuflarlos. Es más, pienso que con eso sólo consiguen hacerlos más visibles aún, más locuaces en su querer decir, más desnudos y expuestos. Una verdad sin remisión, sin recovecos ni ambages. Me gusta verlos e imaginar cosas a partir del compás de sus movimientos. Caminan, deambulan… se solazan entre aires y luminosidades, hablando de sí mismos, absorbiendo y filtrando energías vitalicias como extrañas esponjas de aguas oceanas. Caminan y ofrecen su lenguaje particular, su fraseo gestual de vidas a punto de descarrilar; la perpetua exquisitez de la esquizofrenia humana. Nada nuevo, desde luego, pero todo parece que queda en suspensión cuando esas mujeres esbeltas se deciden a quitarse sus ropajes de litoral, cuando alzan sus brazos, cruzándolos, mientras arquean sus cuerpos durante el difícil tránsito para liberarse de ellos por la cabeza. Ah, memorable instante para el delicado embeleso, como de beldad clásica nunca antes esculpida ni retratada por artista alguno. Hasta que el soplo de la embriaguez pasa y todo regresa a mis usuales cavilaciones, taxonomías, caprichos orgánicos, nostalgias… Elucubraciones de pejeverde por la orilla del mar.