Después de un par de semanas bastante olvidado de este blog, espero recobrar el impulso. Y nada como la disculpa de unos días de viaje; un diario de impresiones y algún que otro recorrido colorista. No será la primera vez, ni la última.
Al fin volamos. Adiós a la isla-paréntesis de Aldecoa; a la isla-jaula, según me contaba una vez mi amiga del sur. Dejamos atrás la isla-triángulo, como digo yo, rodeada de nubes, al norte y al sur; asomando su triángulo mayor, su pirámide-cúspide y su jardín pinacular. El área capitalina queda escondida por el mar de algodón. Los barrios de La Cuesta y La Maldad no se ven. Lástima, tenía curiosidad por ver al Súper Chicha desde aquí arriba, con su brazo extendido a lo Mazinger Z. Cajonera City tampoco se ve, pero imagino lo que sucede allá abajo en esta mañana triste para algunos de los que conozco de aquel Parnaso.
Volamos. Dejamos atrás el Atlántico y avanzamos por tierras lusas. Hay un gran estuario en la desembocadura de un río sobrio y oscilante, y una ciudad que se expande por todo ello. ¿Será Lisboa y será el Tajo ese río? No sé, pierde uno demasiadas referencias asomado a estas pequeñas ventanas de Boeing 737, a diez mil metros de altura. En la llanura de aluvión que bordea al río se ven numerosas parcelas agrícolas con toda la gradación de colores que van del verde clorofila más intenso hasta el pardo más agostado. Las viejas formas rectangulares compiten con las circulares de las nuevas técnicas de riego. Algunos círculos no se completan y adquieren dibujos que me recuerdan a aquellos comecocos de los ochenta.
Seguimos rumbo al norte, grandes extensiones parduzcas y grisáceas y, de vez en cuando, grandes pantanos que extienden sus formas azuladas por cuencas alargadas; con ramificaciones principales y adyacentes; con bordes quebrados, dibujando extraños animales, monstruos psicodélicos, tentaculares. El Boeing cambia de rumbo, hacia el noreste, y la gran meseta peninsular aparece abajo, mayormente pajiza, pero salpiqueteada de marrones y verdes. Magnífico pixelado de una anodina geografía, de horas de camino a la sombra de la repetitiva canción de las chicharras.
Continuamos. Anuncian el descenso a Bilbao. Los villorrios asoman entre nubes y manchas de verde oscuro cada vez más frecuentes. El Mar Cantábrico nos espera en lontananza y apenas he comenzado a leer Vasca Cultura de Altura, un libro de nuestro amigo y compañero tertuliano JMª. Le había preguntado hace unas semanas por un libro para ir ambientándome en este viaje a Bilbao y territorios anejos. No recordaba ya que tenía pendiente este Retorno estético a Oteiza e Ibarrola. Nada mejor para abrir boca en este viaje, 206 páginas (no sé los centímetros) de puro repaso vascongado.
Nos recibe una terminal no muy grande pero de puro costillar Calatrava. Una estructura blanca rematada de cristalería. Por los pasillos no veo nada de ese habitual bombardeo de imágenes; el tour de exotismo prefabricado. No, este País todavía no se representa y escenifica de esta manera, lo que es de agradecer. La saturación de imágenes entra por otras vías, pero no hasta el punto de verte en una historia que parece que ya te han contado hasta el final.
La aproximación al sitio donde reservamos la hacemos en guagua, como si fuéramos locales. Bueno, hasta uno que sí que lo era, pero despistado, me preguntaba a mí que dónde estaba no sé qué. --No no, no sé. --Le dije. Y él mirándome raro, como pensando que no quería colaborarle. Y yo con ganas de decirle ¡Que no, chaval, que es mi primera hora de estancia por estas tierras! Nada que ver con el camarero del bar al que entramos mucho más tarde, ya de noche. --¿Podemos coger esta mesa libre? –Le pregunto. –Sí hombre, ¿para qué, para llevártela? Ja ja–No no, le digo que si está libre, ja ja –¡Joder con estos canarios! ¿Qué, acabáis de llegar de las islas? –Sí sí… --Nada, reconocidos a las primeras de cambio. Luego nos enteramos que él había estado trabajando unos años por allí. Le pregunto dónde, y va y me suelta que en Las Galletas. ¡Joder, qué mundo!
Esta gente del vórtice es muy simpática con los foráneos y muy dada a echarse unos chatos en las calles, de tertulia nocturna, y... no sé qué más... porque nos vamos. Ya estamos hechos polvo. Joder, nos levantamos desde las cinco y media.
Mañana más, si es que vuelvo a tener un momento de conexión a la gran red.
domingo, 24 de julio de 2011
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