viernes, 23 de septiembre de 2011

El arte del pixel

Ayer, cuando íbamos de camino al SILA para ver al triunvirato J. Goytisolo, A. Sánchez Robayna y A. Glez. Jerez, saqué esta foto. Recordaba la conversación con Ramallo el otro día, cuando hablábamos de la exposición de Isabelle Pozzi en El Corte Inglés y de toda aquella teorización del trampantojo (trompe-l’oeil, como decía el presentador) y la pixelización en el arte. Cientos de pequeñas fotografías, a modo de pixeles, componían finalmente una imagen mayor, perfectamente observable desde cierta distancia. La idea no está mal como metáfora de la biografía de las personas; toda esa serie de yoes instantáneos para recomponer el retrato de una vida. Sí, me gusta, una idea para explorar. Sin embargo, nada de eso veo en las fotos de Pozzi. Todas sus imágenes son de personajes u objetos famosos de probado glamur mediático: actores y actrices como Paul Newman, Marilyn Monroe, Charles Chaplin; Banderas como la Union Yack o la del Tío Sam; políticos como Nelson Mandela o John Fitzgerald Kennedy… Imágenes fácilmente identificables, fácilmente consumibles.
El formato y temática de las imágenes me hace pensar más en decoración que en arte. No hay ningún afán creativo, ni de reflexión biográfica de las personas, sino una depurada técnica de tratamiento fotográfico a la búsqueda de clichés del imaginario de la cultura de masas, con un cierto ‘estilo’ para el consumo chic de una clase media y alta. Imágenes ya sin alma, producto de la estandarización y la reproducción infinita, pura esteticidad vacía.
Por otro lado, el fenómeno de la pixelización, que es producto de la descomposición de la imagen, aquí se muestra invertido, es decir, al servicio de la recomposición interesada, mostrando imágenes finales perfectamente nítidas, que es la propia negación de la pixelización. Cuando Salvador Dalí llevó a cabo aquel famoso cuadro con la cara de Lincoln, sí jugó a la pixelización, sin que todavía existiera el menor asomo de la moderna digitalización de las imágenes, sólo exploraba el universo de las novedosas teorías científicas de la composición de la imagen de aquel momento y la manera de ver que tiene el ojo humano. Nada de Photoshop, nada de ordenador ni televisión tdt.
Y a eso iba, al tdt. Ramallo comentaba que eso era el lateral del TEA que da al barranco, pura pixelización. Y es cierto, pero no en el sentido del acercamiento brutal a la imagen hasta hacer muy visibles los pequeños pixeles que la componen. No, más bien creo que se trata de la corrupción de la imagen, de los restos del naufragio de información pixélica, producto de la putrefacción del archivo digital. Algo así como esos fallos de trasmisión televisiva, esos instantes de suma interferencia, que se nos aparecen en nuestro televisor con esos extraños barridos de colores. Colores puros que terminan por formar pequeños puntitos discontinuos; el rastro arbitrario y fantasmagórico de una imagen.

(Disculpen, pero mi ordenador (tigre)
y mi móvil (serpiente), se han peleado.
Durante la transmisión de datos por
USB debió pasar algo extraño y he
perdido la imagen de la fachada
barranquera del TEA. Tuve que reiniciar
el sistema y el arranque se había
quedado jodido. Menos mal que él
solo se recompuso. Pero ahora el
archivo ya no está ni en un lado
ni en el otro. ¿?)

Menos mal que todavía conservo la foto irremplazable
que le saqué a Jesús en el guachinche del Coromoto,
con Franco de fondo en la pared. Pero eso será materia
para otra entrada a este blog si resuelvo las
desavenencias entre mi cacharrería digital. Espero que mi
ángel de la guarda me proteja esta vez.