viernes, 16 de abril de 2010

Chatarras, aquí no hay quien escape

Llevo varios días pendiente de un repuesto para el Ibiza de mi hermana. En el cuadro de relojes dejó de funcionar el cuentakilómetros, un fastidio para los cambios de aceite y demás. No voy a detallar las idas y venidas que este percance me ha hecho dar esta semana (no hay blog, ni bloguista, que resista tanto), pero sí que, entre otras cosas, me tuve que recorrer varias chatarras. Las chatarras son un mundo aparte, un paisaje encantador por la inmensa acumulación de despieces y de armazones automovilísticos, por el permanente y característico olor a aceite de máquinas. La que más, la nave de Polo. Allí me perdí por sus pasillos sin fin y sus escaleras industriales para ir de un piso a otro. Las estanterías abarrotadas del desarmado de miles de marcas, de millones de modelos… blancos, negros, rojos, todos con su etiqueta colgando. Me pregunto cómo harían en los tiempos en que no había ni ordenadores, ni cámaras digitales para la identificación, qué clase de mente pragmática abarcaría la totalidad de piezas y su ubicación exacta. Me encanta esta desmesura de amontonamientos civilizatorios, este rastro monotemático, especializado. La gente que los habita llevan en las manos y guantes el signo de su entrega diaria, operarios al servicio de los glóbulos que pueblan nuestras arterias de ciudad, de isla, de continente.
Mientras espero, un cliente prevé la hecatombe, dice «La cosa anda muy mal. Primero los vientos, las nieves y las lluvias, luego los terremotos, ahora los volcanes». «¿Los volcanes?» pregunto yo. «Sí, el volcán ese, ahora ya no se puede ni volar con los aviones» «No sé, hace algunos días que no tengo tiempo ni para ver las noticias» contesto. «¡Hombre, el volcán ese que está echando ceniza hasta treinta mil metros de altura. Un avión no llega sino a once mil o doce mil metros nada más, así que…». «¡Ah! ¿Usted dice ese volcán que está por Sudamérica?». «Sí, ese, y el Teide también es un volcán, que cualquier día nos deja bonitos aquí». Me río «¡Sí sí, o tú te crees que eso no está comunicado todo por debajo!»
Bueno, ya veo que el mundo está quemado por todas partes. Esta guerra sí que es ‘total’, José María. Como la del Líbano, que en la peli del TEA para este fin de semana, “Je veux voir” (Quiero ver), la actriz francesa Catherine Deneuve se une al artista libanés Rabih Mroué para recorrer las ruinas de este país a la búsqueda de algún atisbo de belleza entre tanta devastación. Cuando menos, me intriga el cierto paralelismo (salvando las distancias) con mi Bosque Quemado. Habrá que ir.

De regreso

Hermosa mañana la de ayer en el bosque. El refugio de la noche resultó perfecto. Creo que nunca había dormido tan solo, así, en medio de un bosque como éste, esquelético, sin vecindades de ninguna clase; sin voces ni gritos, ni radioCDs a todo gas de domingueros advenedizos, sin pájaros ni lagartos, ni hormigas tan siquiera. Todo se esfumó con las llamas; el fuego aniquilador, pero también el fuego purificador. Sólo la tierra primigenia, al punto de una nueva fecundación.
Comenzaba ya a recordar a Thoreau cuando suena el móvil. Es mi hermana, y de pronto la mañana se me llena de recados pendientes. Así es, no me queda más remedio que cambiar de planes y regresar al mundo del ajetreo y las prisas. Había llamado antes Jesús, preocupado casi, me decía «¿Cómo es que te fuiste tan lejos? Tienes que irte a otro lado, tío, donde haya más vida». Sí ya, ni que me fuera a quedar por aquí mucho tiempo, al final incluso menos del que pensaba. Pero regresaré, me temo que muchas veces.
Recojo mis bártulos y de vuelta al coche me encuentro con el guarda forestal. Hablamos de cosas intrascendentes, casi que de hablar por hablar. Pero no, quiere averiguar de qué voy y qué grado de chaladura tengo. Todos los lugares tienen su portero, su guardián, mejor llevarse bien con ellos. Así que cumplo con mi papel y no paso de ser alguien un tanto extraño e incauto, pero al fin y al cabo juicioso.
Jesús temía, seguramente, que esta tarde no me pasara por su presentación estelar en Agapea. Tranquilo, no me fui tan lejos (aunque lo parezca), estamos en una isla y aquí todo está lejos y cerca a la vez. Sólo necesito un santo lugar a donde ir de cuando en cuando para dejar atrás al mundo. Un cambio de aire, un refugio en el margen. No para olvidarme del mundo, que es imposible, (y tampoco lo quiero, todavía no me veo como un anacoreta) sino para verlo desde el limbo, desde su contorno; fuera del torbellino cotidiano, de la cacofonía y el ruido de la redundancia.
Pero esta noche, cita con Agosta y sus eróticas veleidades. La noche promete.