jueves, 29 de septiembre de 2011

Que se me pegue la lengua del paladar

¡La vida no es literatura!, me dice Germán el otro día en el bar de Dionisio, cuando volvía de conseguir un hermoso medregal (kilo y medio pesó el cabrón). Yo iba pensando en caldos nutricios, en filetes a la plancha con un buen mojo colorao a lo pobre, sin ajos, ni tanta mierda moderna (cocinero, dedícate a cocinar). Germán se reía y me contaba novedades de unos y otros, gentes del pueblo, amigos comunes. Y cómo lo contaba, el hijoputa, sin dejar títere con cabeza, y con qué ritmo y expresión. Cómo pasar todo eso al texto, imposible. No, Germán, la vida no es literatura, tienes razón. La literatura no te da tregua, no hay margen para el aburrimiento. En la vida sí; para el aburrimiento, la desidia y la pesadez, pero eso en la literatura es un pecado mortal. La literatura es una machacadora, chack, chack, chack... Allí no debe faltar ni sobrar nada; fuera el pajullo, fuera el delirio mental onanista, sólo la hierba fresca y jugosa, recién cortada por una implacable guadaña de filo bien afilado. Algo que nutra bien y sacie nuestra sed de leer de verdad, nuestra sed de vida.
La vida, amigo, tiene su peso, pensaba yo el otro día después de tanto sepelio seguido que llevo últimamente. Nada de lo que hagas es gratuito ni pasará inadvertido. Para ellos, para ellas, para tí... La vida, amigo mío, tiene cuerpo de hipopótamo, que a veces flota grácil en las aguas y otras avanza grave y torpemente fuera de líquido alguno. La vida, amigo mío, tiene un peso hondo y telúrico que nos lleva por caminos insospechados.
El domingo, viaje sorpresa a St. Andrews; aquél parnaso está de luto por Orlando Cova. El jueves anterior viaje relámpago a la isla de la maldición, una prima que recientemente había ido a visitar su convalescencia, también nos dejó.
Me asomo a ver la cara de la muerte en Orlando. Es curioso, hace tan solo unos años esto no lo hubiera hecho, pero ya la muerte comienza a serme familiar, ya no me asusta verla cara a cara. Pues no son ellos los que están, sino su extraña apariencia deformante, la de su frialdad.
Antes de acercarnos a despedirme de Orlando, garabateo en una servilleta del Monterrey. ¡Ya estás como Chanito apuntando cosas en las servilletas! me dice Jesús. Como Chanito y como tú, le contesto.

Chito, dónde vas a ir ahora
Déjame ir por la mar
a ver dónde voy a parar

Que en tu pecho ese lunar
reposa
haciéndome pensar
cualquier cosa

En el dulce perfil
de la niña del bosque
¡Ay, qué vergüenza!, dijo,
después de sentir
el carboncillo rozar
cadera y entrepierna

Cuando avanzo entre las nubes, en esta guagua aérea de Islas, pienso que muertos ya todos mis tíos por parte paterna (y eran siete), ahora le toca a mis primos. Entierro de una prima, una prima a la que por mucho tiempo consideré tía, y a sus hijos como primos, tal era la diferencia de edad (85 años tenía ahora cuando murió y más de diez años me llevan sus hijos). Luego me dijeron que no, que yo, en realidad, era tío de los que consideraba primos y que prima era a quien tomaba por tía. En fin, líos parentales aparte, aquellos sentimientos infantiles y el trato y el cariño continuaron igual hasta ahora. Triste e inesperada despedida, pues.
Durante el sepelio en la iglesia de Tazacorte, descubro una nueva imagen de San Miguel luchando contra el diablo, una bella talla de madera policromada. Seguramente entré aquí algunas veces de chiquillo, pero nunca había reparado como ahora en esta imagen, pues me retrotrae a la visita de hace unas semanas, donde al fin conocí la tan celebrada fiesta del diablo en Tijarafe.
Cada vez que vengo a esta isla es inevitable viajar también al origen, al tiempo en que empezó todo. Al origen familiar, sí, pero también a algo mucho más difuso y arrebatador; a las imágenes y emociones de los primeros años de vida. Recuerdo que viví aquí un año, en casa de mi abuela materna en El Cardón, cuando apenas contaba con dos o tres años. Una casa entre platanales, a medio camino entre los Llanos de Aridane y territorio bagañete.

'Que se me pegue la lengua del paladar si no me acuerdo de ti' rezaba el estribillo de la canción durante la misa de mi prima. La cantaba uno en plan cantautor con guitarra, cual Labordeta, y me pareció vibrante y reveladora. Sí, cada uno tiene sus muertos y su memoria. Pero en la canción se hablaba de Sión, y no acertaba a entender qué hacía un canto judío en una iglesia católica de Tazacorte, en medio de un sepelio cristiano. Quizás, haya que revisar muchas cosas de la presencia judía en Canarias (o al menos en La Palma, isla cuyo patrono es San Miguel, defensor de los judíos), algo que a cierta asociación de la que soy 'testigo', le gustaría sobremanera. Luego me entero, en internete, que esa letra corresponde al salmo 136, intitulado "Junto a los canales de Babilonia". Allá va:

Junto a los canales de Babilonia
nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras cítaras.

Allí los que nos deportaron
nos invitaban a cantar;
nuestros opresores, a divertirlos:
«Cantadnos un cantar de Sión».

¡Cómo cantar un cántico del Señor
en tierra extranjera!
Si me olvido de ti, Jerusalén,
que se me paralice la mano derecha;

que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mis alegrías.

Señor, toma cuentas a los Idumeos
del día de Jerusalén,
cuando se incitaban: «Arrasadla,
arrasadla hasta el cimiento».

Capital de Babilonia, ¡criminal!
¡Quién pudiera pagarte los males
que nos has hecho!
¡Quién pudiera agarrar y estrellar
tus niños contra las peñas!]

Creo que las últimas estrofas las omitió el políticamente correcto, cantante y cristiano. Pero allí estuvo él, dándonos entonado testimonio de Sión y de la importancia de la memoria. Que se me pegue, pues, la lengua del paladar si no me acuerdo de ti, en tus días de no más volver.

domingo, 25 de septiembre de 2011

El ser y el pixel


¡Apareció! Al final apareció la foto que saqué el otro día con el móvil. Nada del otro mundo, pero siempre te encuentras sorpresas. Cuando la saqué estaba convencido que no había nadie allí; había tenido que esperar unos segundos hasta que un estudiante, que de seguro iba a continuar afanándose en la biblioteca, desapareciera del encuadre. Hoy, cuando veo la foto de nuevo, me encuentro con una inesperada y enigmática figura en la esquina inferior izquierda. No acierto a saber si es él o ella, más bien lo segundo, pero, sin duda, ha añadido un nuevo punto de interés a la imagen: el 'ser' ante la corrupción del 'pixel'.

viernes, 23 de septiembre de 2011

El arte del pixel

Ayer, cuando íbamos de camino al SILA para ver al triunvirato J. Goytisolo, A. Sánchez Robayna y A. Glez. Jerez, saqué esta foto. Recordaba la conversación con Ramallo el otro día, cuando hablábamos de la exposición de Isabelle Pozzi en El Corte Inglés y de toda aquella teorización del trampantojo (trompe-l’oeil, como decía el presentador) y la pixelización en el arte. Cientos de pequeñas fotografías, a modo de pixeles, componían finalmente una imagen mayor, perfectamente observable desde cierta distancia. La idea no está mal como metáfora de la biografía de las personas; toda esa serie de yoes instantáneos para recomponer el retrato de una vida. Sí, me gusta, una idea para explorar. Sin embargo, nada de eso veo en las fotos de Pozzi. Todas sus imágenes son de personajes u objetos famosos de probado glamur mediático: actores y actrices como Paul Newman, Marilyn Monroe, Charles Chaplin; Banderas como la Union Yack o la del Tío Sam; políticos como Nelson Mandela o John Fitzgerald Kennedy… Imágenes fácilmente identificables, fácilmente consumibles.
El formato y temática de las imágenes me hace pensar más en decoración que en arte. No hay ningún afán creativo, ni de reflexión biográfica de las personas, sino una depurada técnica de tratamiento fotográfico a la búsqueda de clichés del imaginario de la cultura de masas, con un cierto ‘estilo’ para el consumo chic de una clase media y alta. Imágenes ya sin alma, producto de la estandarización y la reproducción infinita, pura esteticidad vacía.
Por otro lado, el fenómeno de la pixelización, que es producto de la descomposición de la imagen, aquí se muestra invertido, es decir, al servicio de la recomposición interesada, mostrando imágenes finales perfectamente nítidas, que es la propia negación de la pixelización. Cuando Salvador Dalí llevó a cabo aquel famoso cuadro con la cara de Lincoln, sí jugó a la pixelización, sin que todavía existiera el menor asomo de la moderna digitalización de las imágenes, sólo exploraba el universo de las novedosas teorías científicas de la composición de la imagen de aquel momento y la manera de ver que tiene el ojo humano. Nada de Photoshop, nada de ordenador ni televisión tdt.
Y a eso iba, al tdt. Ramallo comentaba que eso era el lateral del TEA que da al barranco, pura pixelización. Y es cierto, pero no en el sentido del acercamiento brutal a la imagen hasta hacer muy visibles los pequeños pixeles que la componen. No, más bien creo que se trata de la corrupción de la imagen, de los restos del naufragio de información pixélica, producto de la putrefacción del archivo digital. Algo así como esos fallos de trasmisión televisiva, esos instantes de suma interferencia, que se nos aparecen en nuestro televisor con esos extraños barridos de colores. Colores puros que terminan por formar pequeños puntitos discontinuos; el rastro arbitrario y fantasmagórico de una imagen.

(Disculpen, pero mi ordenador (tigre)
y mi móvil (serpiente), se han peleado.
Durante la transmisión de datos por
USB debió pasar algo extraño y he
perdido la imagen de la fachada
barranquera del TEA. Tuve que reiniciar
el sistema y el arranque se había
quedado jodido. Menos mal que él
solo se recompuso. Pero ahora el
archivo ya no está ni en un lado
ni en el otro. ¿?)

Menos mal que todavía conservo la foto irremplazable
que le saqué a Jesús en el guachinche del Coromoto,
con Franco de fondo en la pared. Pero eso será materia
para otra entrada a este blog si resuelvo las
desavenencias entre mi cacharrería digital. Espero que mi
ángel de la guarda me proteja esta vez.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Hormigueos de cuervo atigrado

El tigre y la serpiente no se llevan muy bien, me dice un experto gurú oriental. No sé si hacerle caso, pues no entiendo una papa de esas cuestiones. Tampoco sé si soy tigre, cabra, rata, mono o serpiente. Problemas filosóficos del ser aparte, cada libro o web que consulte, me ofrece un animal distinto. Ahora bien, sí sé que no hay pájaro volador alguno en el horóscopo chino, solo, y como excepción presente en toda regla que se precie, el dragón es volador, a pesar de que también tenga patas con las que poder andar.
Como córvido que sí soy, no me ofrece mucha confianza los designios de un horóscopo así, tan terrícola y discriminador de la animalia voladora. Sin embargo, de los chinos ya sabemos que les gusta mantener los pies en el suelo, pragmáticos y disciplinados hasta en su vertiginoso capitalismo. No es de extrañar, pues, que los caracteres humanos los hayan visto bien representados en esa panoplia zoológica.

No sé, se acerca el invierno y eso parece que lo saben bien las hormigas de por aquí. Así están ellas últimamente de hiperactivas y frenéticas, como intentando aprovechar al máximo las últimas oportunidades de almacenar algo para los tiempos duros que se avecinan. Su histeria colectiva ha llegado hasta el punto de invadir buena parte de mi casa, y cada vez que me siento a trabajar en este ordenador, veo cómo se me suben a las canillas, aprovechándose de mi poca movilidad. La obsesión, que ya tengo, hace que continuamente imagine como reales otros recorridos y picores de estos bichos por todo el cuerpo. Hace un rato, sin más, estaba convencido que me había entrado una al oído. Joder, me acordé de aquel explorador británico que trataba de encontrar las fuentes del Nilo y que, sin darse cuenta, una noche montaron el campamento sobre un hormiguero. A la mañana siguiente se despertó con miles de hormigas soldado por todo su cuerpo intentando defender con mandíbulas su territorio. Las del cuerpo no importaban porque podía sacudírselas fácilmente, pero no así las que estaban en el interior de su oído, chascándose literalmente su tímpano, y más allá, hacia el interior del caracol o la cadena de huesecillos, qué sé yo. Recuerdo que los alaridos de desesperación de aquel hombre, me impresionaron sobremanera, hasta que después de intentarlo con cera líquida ardiendo, pero sin ver que diera resultado, decidió clavarse un hierro hasta el fondo. ¡Clack!, un golpe seco y contundente. La sangre le manaba abundante desde el interior, pero, a cambio, consiguió que por fin dejara de tener aquella horrible sensación de verse comido por dentro en vida. Luego intentaba penosamente que aquella herida no se le infectara en medio de los rigores del trópico africano. Nunca más volvió a escuchar nada por aquel lado; sin duda, un daño colateral y menor comparado con el alivio de liberarse de aquellos insectos taladradores.

Esta noche pensaré en todo ello mientras duermo. Quizás, hasta tenga un dulce sueño de aves del paraíso devorando hormigas. Aves que, a su vez, sean devoradas de común acuerdo por un tigre y una serpiente bien avenidos. Y que los cuervos rieguen la noticia por todos los rincones de este bosque con su bello graznar. Quizás, todavía sea posible soñar en este mundo de locos. Quizás, soñar no, tan solo esperar. Quizás, los dados ya estén echados... Quién sabe.

martes, 20 de septiembre de 2011

Métricas exactas

Tres kilómetros, ochocientos doce metros, resultaron demasiados. A juzgar por lo que me cuenta la familia del barrio La Maldad, demasiada conducción a lo que podría dar sentido a esta vida y todo tan espléndidamente estetizado, tanta panorámica cósmica... "O te gusta a morir o sales echando pestes", me dice Jesús. Para el bloguero Rojas esta película devuelve las ganas de seguir yendo al cine. No sé, habrá que ir, pues, a ver 'El árbol de la vida', degustándola metro a metro, kilómetro a kilómetro. Ojalá que no salga tan defraudado como de 'La piel en que habito', con sus tres kilómetros, doscientos ochenta y cuatro metros. Mala cosa cuando ves una película siempre con la sensación de que es eso, una película. Nunca te la acabas de creer. Lástima, porque tuvo un gran final y ese lenguaje visual exquisito que solo Almodóvar le sabe dar. A tres kilómetros, setecientos dieciocho metros, dicen que subieron Sibi y su amigo Manuel. Jesús no, que él se quedaba abajo, en la base del tótem montañoso, viendo a las alemanas bajarse de las guaguas turísticas, con sus metros, centímetros y milímetros exactos, sin sobrarles ni faltarles un ápice por ningún lado.
Al que sí le sobran y le faltan cosas es al gallego Charlín. Una novela con mucho que corregir todavía. Charlín dice que no, que lo tiene todo bien calibrado, hasta las obviedades, redundancias y metáforas chorra. Ay Charlín, yo no soy nadie para decir, pero cuánto tienes que aprender. Charlín tiene prisa, quiere dejar todo listo para publicar a final de mes. Argumento: que aquí no tiene ordenador para seguir corrigiendo (él está ahora por su Galicia natal). Sí, ya sé que es un contratiempo, pero ya deberías saber que la literatura no entiende nada de eso. Anoche, Jesús y yo le hicimos limpia al último capítulo. “Trae acá, a ver qué clase de música tiene esto” me dijo Jesús, y la música daba demasiados bandazos, música que necesita de un mayor afinamiento. A veces, una simple nota mal puesta, jode toda una partitura.
Hoy le mando mensaje al gallego para ponerlo al día. Nada, luego me llama y se reafirma, y yo ya estoy a punto de dejarlo todo como está. Amador es un lazo muy débil para mantener el sentido a todo. Para mí falta algo más, pero quién soy yo. Sólo me comprometo ya a hacerte la portada. La tengo hecha ya en mi cabeza, ahora solo es cuestión de poner todo en práctica y encontrar la escena y a los actores apropiados. Eso sí dependerá de mí, milímetro por milímetro.

Ahora, solo me viene a la memoria aquella bella melodía de 'Guaraní', con una de nuestras mejores voces hispanas:

"Guaraníii, como si hablara en Guaraníiii, se ha empeñaado la reaalidad en haceerme sentiir... guaraní, como si yo hablara en guaaraníiii...

sábado, 17 de septiembre de 2011

Misterios

'Nos vemos después en Mistério'. Sí, no me hubiera importado, pero esta vez tenía otro compromiso en el sur. Un viejo amigo que ha sido triste portada en los periódicos estos últimos días. Toda su historia aireada a los cuatro vientos. Una historia que todavía no se sabe si es cierta o no; una historia de película, como le hubiera gustado a él mismo que fuera toda su vida. Una historia inconformista de verdad. Una historia de fuego y bidones de gasolina, como en aquel famoso título de una novela escandinava de éxito arrollador. Pero, nada, esta historia no tiene nada que ver con aquella, salvo en la imagen que invocaba la propia frase. Una historia de verdad aunque parezca de mentira, quizás por eso se ocuparon largo y tendido en la prensa y otros medios. Todavía fue más inverosímil en alguna otra versión que escuché durante el sepelio, una versión para escribirla si no tuviera estos putos escrúpulos o como coño se llame este ancestral respeto a los muertos. Y más que eso, será el jodido respeto a los vivos más cercanos a él, a los que de verdad estarán bien desolados por su repentina marcha. Nosotros, los que le conocimos, apenas nada en comparación. Una huella que llevar dentro mientras nuestras vidas continúan a lo mismo de siempre, la misma huella que tal vez dejaremos nosotros en los demás. Apenas un trazo, una anécdota, un motivo para hablar sin más trascendencia cuando se tercie. Hasta que el olvido se extienda como una mancha de aceite en un charco, ahogándolo, pudriéndolo por completo. Ya sé de todo eso, y del paso del tiempo y de lo extraño que es este mundo cuando sabes que al fin todo dará igual, que nuestros grandes afanes, nuestras pequeñas conquistas, sólo quedarán ahí, convirtiéndose apenas en nada, en una mera ilusión que casi se irá con nosotros mismos.
Ya llevo encima unos cuantos muertos para saber todo eso. La vida no tiene sentido, amigos (amigas). Da igual, todo da igual, si arriba o si abajo, si a un lado o si al otro. Y, sin embargo, lo que no da igual eres tú mismo; si vives o no conforme a tí mismo, si caes en la mentira mayor de todas, que es el mentirte a tí mismo, el dejarte llevar por la corriente, sin ni siquiera intentar remar. Un remar inútil, sin duda, pero cómo reconforta remar. Sentir que remas y remas, aunque no llegues a ningún lado, porque quien no reme sí que ya estará muerto en vida. Remen, cabrones, remen y remen hasta encontrar suficiente combustible, si eso les place. Pero remen, carajo, que nadie dijo que esto sería fácil. Y cuando ya ni remar tenga sentido, tener coraje para remar por última vez rumbo al viento. Un abrazo, viejo amigo. Por allá nos veremos algún día.
Misterio, sí, todo esto es un puto misterio. Y a pesar de todo...

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Si me das cinco euros, te lo regalo

Dicen que por qué ya no escribo, que desde hace un tiempo avanzo fatigosamente en mi blog. Sí, es cierto, escribir sólo es un estado del ser, y últimamente no encuentro mi espacio, todo demasiado revuelto, demasiado rápido y túrbido, como esos embates que anegaron San Andrés. Y del ser y el ente estuvimos hablando el otro día en Tijuana, y luego de otras cosas más en la verticalidad nada subterránea de Atlantic City. Esa tarde yo sólo quería hablar de viajes, de viajes marcados por córvidos de negro plumaje (como ahora apunta JMª). No pudo ser. Parménides tiene la culpa, alegaba Jesús, aunque también fuimos metiendo a otros en el ajo. Ese es nuestro aliciente; que las palabras fluyan, que vayan encadenándose unas a otras para encontrar un hilo de sentido a esa verticalidad etérea, una mera proyección de nuestra mente para poder respirar hondo y sentir vida. Así son los entresijos de las ideas recomponiéndose, recombinándose, para dar forma a lo que sólo estaba en potencia. Y en cada acto, la certeza de que bien podría haber sido de otra manera, aunque ahora ya no sepas qué. Y derivamos por la ontología y la tragedia, quién me lo iba a decir. Y seguimos con lo apolíneo y lo dionisiaco, y ahí volví a sentir mis últimos viajes, especialmente el último a territorio bagañete y aledaños, territorio bendecido por símbolos e historias que me hacen volar. Cuando gracias a Juana fuimos a ver la exposición de Cándido Camacho (el amante de las reinas de la noche), supe que esta vez sí, que tenía que ir a La Palma; la isla de la endecha y su maldición, la isla del santo patrón el Arcángel San Miguel, defensor de los judíos y luchador infatigable contra el diablo. El triunfo de la luz, la belleza y el orden sobre la oscuridad amorfa e irracional, contra la pérdida del principio de individuación, como invocaban los hermanos en Tijuana. Pero en esta isla, una noche el diablo triunfa y entre lenguas de fuego bailamos hasta el amanecer. Dejamos de ser uno para ser uno con todo, y todo se vuelve cornudo, dionisiaco, amorfo, magmático. Y comemos carne de cabra, y bebemos vino y cerveza negra del diablo, y cantamos y bailamos, y saltamos y nos hartamos de esa clase de fuego que no es ni físico ni metafísico, y tenemos cuidado de la cola del diablo, cumpliendo con lo que me susurró el cuervo en La Cumbrecita, y nos despedimos de la isla bajo una nube de grajas volando sobre nuestras cabezas, aprovechando las corrientes cálidas del verano, ascendiendo y dando vueltas y más vueltas, y croando entre aromas de brezo por La Concepción, después de pasar por El Porvenir.
Y nos vamos a San Andrés. ‘Tengo que ir para allá’ decía Jesús con un brillo especial en los ojos tras una llamada telefónica. No sé qué pasó, pero a mí también me entraron ganas de ir. El mundo sigue revuelto y cada uno te ofrece su cachito de vida, como una panoplia de variedad y matices. Ferni me habla de su querida música llanera. Sé que tan solo es un juego, un punto de partida; el juego de reclamar una cierta compensación cuando es la propia empatía lo que está en juego. Esos cabrones que me birlaron el cd del bólido dorado, tienen la jodida culpa, pero no se trata de eso precisamente. De Daví dice Jesús que es un narrador del carajo, y se ensartan a hablar de sus cosas, y yo los dejo en la ventana del Castillo. Hablo con el barman, que ha conocido mundo y me cuenta de tierras americanas. Me doy cuenta de su deje palmero y venezolano, que me recuerda tanto al amigo del Oyente Marcelino. También es chavista y los argumentos se repiten. Ay Dios, qué hacer en este mundo de medias verdades y falsas esperanzas. La única certeza está en el ron que me traje de La Palma, Jesús sabe algo de eso, aunque no se lo merezca por venganzas de serpiente enroscada. Menos mal, que de vez en cuando se deja caer con otra clase de negocios más túrbidos y fraudulentos.