Nada que mencionar hoy del Mercadona. Compré una sama para asar al horno, no muy grande, calculando que diera para dos raciones. Todavía tenía sopa de marisco de la que había hecho el día anterior. Nada extraordinario, con almejas del Pacífico y gambas de las marismas de Kerala, al sur de la India. Todo muy oriental, empaquetado y globalizado. Las papas tampoco eran de aquí, de Israel, creo. A lo que hemos llegado. La sama parecía fresca, veo el brillo de sus pupilas, pero tampoco me extrañaría que fuera de Senegal o así. Lo que sí creo que fuera de aquí es la bandeja de doradas; hermosas, fresquísimas y ajauleadas. Prefiero la samita africana.
Dejo las cosas en casa pero me acuerdo de que tenía que hacer un ingreso en CajaCanarias. Vale, así aprovecho y compro unos gajos de albahaca para rellenar la tripa del demersal. La oficina que me pilla de paso para conseguir la yerba aromática está hasta los topes, y sin numerito que te permita sentarte mientras esperas. Circulo en busca de otra, subiendo para La Higuerita veo sucursal y aparcamiento. No me lo pienso dos veces. Cuando entro me dirijo a la maquinita expendedora de números. Joder, C-181, miro a la pantalla y veo C-159. Uff, tomo asiento con desgana y espero a ver el ritmo que lleva aquello. Las caras de la gente siempre serias; el sonido de las impresoras matriciales le dan a la estancia su necesaria impronta sonora; dos se enseñan mutuamente sus tickets y hablan con gesto preocupado. El tiempo y los dineros no están para juegos. Más allá, hay una chica morena de pelo corto y blusa blanca de asillas. Su hombro y antebrazo derechos lucen un conjunto de estrellas y motivos florales tatuados. Muchos no están terminados, sólo perfilados, como a medio hacer, no sé si por falta de dinero o de tiempo. Sólo la miro brevemente, no quiero que piense… Vuelvo a mirarla (creo que es lo único que me interesa de este paisaje inquieto y hosco). Lleva pantalones cortos y cruza sus piernas, destacan sus pies con sandalias romanas negras, a la moda, luciendo uñas con un impecable lacado rojo. El contraste de colores y el conjunto es armónico. Creo que se incomoda y se levanta para dar una vuelta a ver si pasa el tiempo más rápido. Veo ahora su espalda y por debajo de los hombros siguen los tatuajes. A la izquierda, y en negro, una especie de hoguera con pies hacia los puntos cardinales. No sé qué puede significar. Hacia el cuello progresa toda una retahíla de pequeños signos de grafías exóticas. Todo un libro abierto, aunque cabalístico. Dejo de mirarla y veo otra vez mi reloj y calculo: número de clientes y tiempo transcurrido. No me salen las cuentas. Bueno, siempre hay una probabilidad de que algunos se hayan cansado y no se vayan a presentar cuando les toque, pero aún así… Todavía hay que preparar el pescado y su guarnición, meterlo todo al horno… No no, esto no me sale a tiempo. De pronto, la chica de los tatuajes pasa de largo hacia una de las ventanillas y yo me levanto para marcharme de allí. No me dio tiempo de mirarle a los ojos, qué torpeza, me hubiera gustado saber qué signos llevaban sus pupilas… de camino a la ventanilla número tres.
viernes, 7 de mayo de 2010
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