Y llegó la noche en el Ateneo del valle de Aguere: "Malditos y benditos; el tránsito existencial y literario de Ezequiel Pérez Plasencia". Y por ahí, por la primera palabra de ese rótulo, se centraron muchas de las intervenciones tanto de la mesa como del público. Maldita palabra esa, ¡quién coño quiere ser maldito! ¡Nadie! Pero la vida... la vida, tu vida, porque no existe otra sino la de cada uno, a veces no deja otra opción que caer, y levantarse, y volver a caer, y volver a levantarse. Pero la integridad te lleva a nunca claudicar, aunque estés en la cuerda floja. Porque si claudicas te traicionas a ti mismo, y entonces sí estás acabado.
La obra sí, pero la vida también. Sobre todo en un homenaje póstumo (que el don de la oportunidad también existe), y lo dice alguien como yo, que nunca lo conoció personalmente sino solo a través del testimonio de algunos de sus amigos.
Eso fue en la misma noche en que apareció T. cambiada y jovial, hablando de sus conocimientos de archivo y de los fondos donde aparecen venturas y desventuras de los canarios americanos (otra vez el Atlántico). Y C. se puso meloso con T., y vio que alguien sobraba, y me despidió sin contemplaciones. Así es, para que luego hablen de los cuervos.
Fue aquella noche en que me presentaron a Fray Liberto, sin serlo, aunque todavía intento recordar de qué otra cosa lo conozco. Me dice que es efectivamente de esa tierra de los últimos temblores, pero que ni Fray ni Liberto, aunque sí algo libertino. Kamenev me lo reconfirma una y otra vez. --Díselo, díselo (repite) que a mí ya no me hace caso. --Ni que tuviera yo el don del convencimiento, pero ahí va el mensaje tirado al Atlántico, a ver si cruza el charco y llega a la otra orilla, donde el mar dulce y tibio de la bahía huele a marisco recién cocinado.
domingo, 22 de mayo de 2011
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