domingo, 27 de noviembre de 2011

Roturas que llevan a un flirt

Bueno, de nuevo por aquí. Escritos desfasados que ahora piden ver la luz. Algunos ya habían perdido la esperanza, pero saldrán, vaya si saldrán. Recuerdo que hace un par de semanas fue un tiempo de cristales rotos. No sé bien qué significado pueda tener eso, pero sí lo que supuso de sufrimiento a mi bolsillo. Semana de cristales rotos cuando comenzaba proponiéndole al Dr R cristales para nuestra aventura pictórica en CNR; una técnica ya empleada en alguna ocasión por el poeta-pintor de La Maldad. Estuve por esa casa una noche, después de las poéticas del MAC y del Platillo Volante, en donde, entre otras cosas, departimos con Roncero, fumador de nocturnidad y alevosía. Con él nos dio tiempo hasta de hablar de Hume, Kant, del principio de causalidad, de Dios, del equilibrio, de la entropía, etc. Breve encuentro, pero intenso, como una especie de precocious ejaculation, pues con la misma se fue, después de un paternal rapapolvo al comportamiento de Jesús. En fin, cosas de otra galaxia, algo muy apropiado para este bar.
Cristales rotos, decía, cristal de parabrisas roto. Un susto enorme el otro día, circulando con el bólido por la autopista del sur. Gatos Pardos, decía mi padre cada vez que pasaba por aquí, el Llano Azul le llamaban los más tradicionales, el Gato Azul le llamaré yo a partir de ahora. El Gato Azul se me atravesó; uf, mala suerte, compañero, cuando se te atraviesa un gato azul de alargada y felina sombra. Hacía cosa de un mes o más, que sabía que el cierre del capó no estaba muy católico. Lo llevé al taller y me dijeron que eso era cosa del chapista, pero el chapista ya estaba cerrado ese día y quedó para otro momento. Y ese otro momento duró varios días, un par de semanas, quizás. Sí, todo un riesgo, lo sabía, y sabía también que debía ir despacio. Pero el otro día se ve que sobrepasé el límite, y los aires se metieron sibilinamente debajo, debajo del capó empujándolo, empujándolo de golpe. Iba por la autopista y de pronto el capó se fue contra mi parabrisas y quedé ciego. Así es la sombra de ese gato. Un golpe enorme, un susto mayúsculo. Frené pronto y como pude me arrimé hacia la derecha, al arcén. ¡Ufff! No no, no pasó nada, pero pienso en lo que pudo pasar. Una gran suerte después de todo, o no, según se mire. Producto del fuerte golpe, el cristal se quebró y yo con el acojono en el cuerpo, algo que todavía me dura cada vez que vuelvo a recordar.
'Joder, y tú escribiendo para Lunula un cuento con un accidente de tráfico', me dijo Jesús cuando le contaba. Sí, y en otro cuento, en el primero que mandé para esa revista, también hablaba de un accidente en la autopista. ¿Te acuerdas del perroputo, Jesús?
Y como la cosa iba de cristales y de cuentos... pues les seguiré contando: El viernes, leía un delicioso cuento de un autor cubano cuando... (Cuba, Canarias y la literatura se me han aunado en aquella semana). Había dejado mis gafas sobre otro cuento ya leído, uno de Lino Novás Calvo (autor reivindicado por Rojas), cuando vi que se caían. En el intento de cogerlas por el aire, tropecé con una de las patas y terminé por lanzarlas al suelo con más fuerza aún. Resultado, otro cristal roto. Y otro agujero pal bolsillo. ¡Qué semanita!
El caso es que aquel cuento que leía se titulaba "flirt" y eso me llevó a una olvidada historia en una noche de exposición pictórica en la ciudad de Los Adelantados. Una historia entre una bella pintora, un viejo escritor enamorado, un cuentista metido a crítico de arte y un servidor, del que todavía no tengo palabras para definirle medianamente. En fin, pero esa historia quedará para otro día.
Ahora solo quiero terminar diciendo (y así conecto con mi entrada anterior), que en toda aquella semana, no dejé de oir una de esas canciones de Sito en su recopilatorio "Casi". Una canción que en uno de sus estribillos dice así:

Podemos rellenar las copas de vino
Y lanzarlas a la espalda
Y así poder brindar
Sobre los cristales rotos
Por los tiempos viejos mejores

Así que... ¡¡¡Salú!!!

jueves, 17 de noviembre de 2011

Sito Morales por la MAC


Desde hace un par de semanas tengo ruleteando el recopilatorio de canciones de Sito Morales: Casi. Publicación del también Morales, Anghel, aunque sin relación de parentesco según mantienen ellos mismos (en lo físico es evidente).
Jesús me dijo en uno de esos viajes al sur,
Anda, pon este cd a ver qué tal está.
De allí salieron unas cuantas canciones, que en el trasfondo de nuestras pláticas a lo largo de la serpiente negra rumbo a territorios aroneros, no me dijeron nada en especial. Jesús, que va dejando la mitad de las cosas atrás, también se dejó su cd. Como en mi coche ya sólo oigo canciones de la radio o de mi pendrai, pues algún día más creo que pasó desapercibido, hasta que por casualidad volvió a sonar en uno de mis descuidos apretando al source.
¡Hombre! -me dije- si todavía está aquí Sito Morales.
A Sito hacía mucho tiempo que no lo escuchaba, y aunque es de una época lagunera afín, realmente nunca lo vi en directo por aquellos bares del Cuadrilátero o en las escapadas al Ruta, casualidades de la vida, pero sí recuerdo la época de Ataud Vacante, uno de los grupos que marcó aquella época sonora de los ochenta y los noventa in Canary Island. Debemos andar por una misma edad.
El cd giraba y giraba, desgranando canciones con melodías que me resultaban conocidas, llenas de empatías con otros autores que me gustaron mucho en su momento, Dylan, la Velvet, Calamaro... El surtido era variado, y tan variado que me chocaba, incluso, la diferencia de estilos vocales. No sabía entonces, que se trataba de un recopilatorio de sus discos en solitario, y que se remontaba hasta trabajos de principios de los noventa.
No sé bien qué pasó, porque de mis recelos iniciales pasé a no dejar de escucharlo una y otra vez a lo largo de mis travesías isloteñas. Así, que algo deben tener estas canciones, alguna clase de magia que hace que no te canses de escucharlas.
La semana pasada fue la presentación de este Libro-CD en la sala de la Mutua de Accidentes de Canarias, a las 18,30 en la capital de este reino que nos ha tocado vivir. Jesús intervenía en la mesa y en la mañana ya le había advertido que el cd seguía en mi poder, que si no lo necesitaba para escucharlo antes del acto.
No no, yo tengo el libro con las letras de las canciones, y con eso me basto para hablar del trabajo de Sito.
Bueno, pues nada.
¿Y qué tal, las has oído? -me pregunta-
Sí, bastante, y cada vez me gustan más.
Coño, pues eso me anima, porque las letras también a mí. Poesía de la buena, no como otros con tanta petulancia.

La presentación comenzó algo desanghelada, pero fue cogiendo tono a medida que Chitoski comenzó a hablar. Intervención celebrada hasta por el propio Sito Morales.
Coño, estuvo muy bien eso de intercalar a Borjes con las letras de las canciones -dijo el Capitán M.

A mí me gustó mucho ese contraste de citas inicial y final, entre Chani (crítico del pueblo) y Borjes (crítico erudito del tango). Un contraste nada estridente a pesar del salto con pirueta, quizás, porque ambas tienen mucho que ver con la propia idiosincracia de las letras de las canciones; algo nocturnas, algo callejeras, con ese peso de cierto desencanto urbano que sabe a verdad.
Mucho más, aún, me gustó el talante que demostró tener Sito a la hora de explicarse. Lástima que no cantara algo allí mismo, otra oportunidad perdida para poderlo oir en directo. Algún día será.

En este recopilatorio, sin embargo, un par de canciones inéditas. Una, que me sabe a himno y a historia vital:

Los letreros luminosos
De la avenida
Parpadean y la lluvia
Cae tan finita
Que a penas la sintieron
Los bohemios
Que buscaban por la noche
Un bar abierto
Donde ir a morir
Sin temor al error
A tarararear la canción

La canción de los rebeldes
Que nunca se rinden
La canción de los vencidos
Sin estribillo

Venus brilla tenue
En el horizonte
Y el alba nos sorprende
Bebiendo en la calle
Mentiría si dijese
que la suerte
me ha tratado mal
o injustamente
lo que soy es lo que
una vez sembré
y todo lo demás es canción

La canción de los rebeldes
Que nunca se rinden
La canción de los vencidos
Sin estribillo

Todo un placer, este Libro-CD. Una joyita para guardar.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Susto y opinión (...que cada uno tiene los suyos)

Me recupero del susto. Esta mañana, el ordenata benjamín se negaba a arrancar. Trato de resucitarlo, pero me sale: "Reparación de inicio no puede reparar este equipo automáticamnente" ¡¡Cojones!! Y luego tres opciones: a)enviar información acerca de este problema (recomendado); b)no enviar; y c)ver detalles. Naturalmente el cuerpo me pedía pasarme por el forro la supuesta recomendación. Yo lo que quería es acceder al archivo de Word en el que trabajaba, y punto. Que no me vengan con majaderías ni más distracciones. Me voy a los 'detalles' y me aparecen no sé cuántos eventos con lindas palabritas como NotRootCause, AutoFailover, unknown... y códigos numéricos de no sé cuántos. ¡Pues a tomal pol...! Pero me dicen de al lado que pruebe a encender enchufándolo a la corriente. Je je, es que tiene batería, digo yo. No importa, prueba a ver. Enchufo y... ¡milagro! Pero si la batería tenía el 68% de carga. Nada nada, esto es así, me contestaba simpática y condescendiente.
Quien no estaba nada condescendiente esta mañana es JMª, con toda una retahíla de argumentaciones contra un tal Chitoski (perdón, Txitoski, ¿será la versión vascongada? No no, eso sería muy 'local'). El desencadenante fue una entrada de JMª hace unos días sobre literatura canariensis, y la respuesta de Chitoski a la misma en términos de inextricabilidad cognoscente. Ciertamente, JMª no estuvo muy explícito, pero sí lo suficiente para pensar que equivoca Chitoski el foco de su discusión local-universal si la centra en la producción literaria. Más bien, creo que se trata de criticar la 'local' exaltación de los géneros como valor literario en sí mismo. En eso estoy muy de acuerdo con JMª. Sin embargo, espero que el nahualt comprenda que tampoco los géneros puedan convertirse ahora en un criterio absoluto para denigrar la obra de cualquiera. Afortunadamente, ni la estructura y ni el marco lo son todo, aunque el que se apunte al cliché, sin más, también se predisponga a narraciones cuando menos acomodaticias y faltas de punch. Sin embargo, esas estructuras proporcionan también algunas ventajas para la vertebración de lo narrado. Todo al final, y como siempre, dependerá de cómo se haga. Que cada uno haga, pues, su apuesta, y ya veremos si pasa del mero entretenimiento o si ni siquiera cumple con las espectativas del género.

Si JMª se refiriera (que creo que no) al dónde de los hechos, para distinguir la buena de la mala literatura, pues estaría completamente de acuerdo con eso de Chitoski sobre 'que el microscopio y el telescopio enfocan la misma realidad' y también con eso de 'El Dublín de Joyce, el Cuernavaca de Malcolm Lowry, el Los Angeles de Bukowski, el San Petersburgo de Dostoieski, la Mancha de Cervantes, la Dinamarca de Shakespeare, el Igueste de Isaac de Vega...'
Desde este punto de vista, mucha de la buena literatura de siempre es 'local' porque, aunque acaba trascendiendo la localidad de los hechos y los personajes, no deja de referirse a ellos para conseguir la verosimilitud deseada. Ahora bien, tampoco olvidemos la buena literatura nada 'local' de los periplos viajeros, la ciencia ficción...

¡Uy, perdón perdón... que eso es literatura de género!

De todo ese rollo literario 'local' es de lo que trata mi escrito, finalmente recuperado, y que titulo "A propósito de Orlando Cova narrador", artículo prometido a Sonita Muñoz para su boletín La Gatera. A este paso, igual hasta sale a la luz antes que los textos de homenaje a Cova en El perseguidor.

martes, 8 de noviembre de 2011

Córvido de buen agüero


Según el calendario de Sonia Muñoz para este 2011, noviembre es el mes del perro. Mes de perros, sí señor, demasiados calderos al fuego. Menos mal que ya me quité de encima los compromisos para el nuevo número de Lunula: fotos y cuento para el recopilatorio del 'Bar de la Ignominia'. Apunto estuve de no estar ahí a pesar de tener desde hace tiempo una idea bien clara de por dónde deberían ir los tiros. Pero nada, pasó el tiempo y yo todavía esperando a tener el momento. 'A veces mejor así, me comenta Chitosky, apurado se va más al clavo, y sin tanta bobería'.
Ahora me queda también ponerme más al día en este bosque maldito, con ganas de que lleguen las primeras lluvias para comenzar a reverdecer de nuevo.
Recuerdo nuevamente aquello que Juan Goytisolo comentaba en el SILA sobre las dudas y las certezas; de sus preferencias por las narraciones de Las mil y una noches (ontología de la duda), frente a las de la Biblia (ontología de la certeza).
Traigo a colación esta anécdota, a propósito de mis últimas lecturas: Harraga de Antonio Lozano, El monje y la hija del verdugo de Ambrose Bierce, y En las afueras del Balayo / Hospital principal del norte de Orlando Cova.
En Harraga su protagonista, el tangerino Jalid, se maneja en un mar de incertidumbres por la soñada emigración a España y la mezquina pobreza de su país, Marruecos. Un eje fronterizo para la transgresión de toda clase de legalidades, para el comercio de drogas,armas y personas, para la vorágine de organizaciones mafiosas, las puñaladas traperas, la hipocresía del statu quo marroquí y los espejismos del dinero rápido e ilegal. Buena primera novela de Lozano (premio Novelpol 2003), nacido en Tánger, pero canarizado en Agüimes desde hace varias décadas, y que ahora destaca como una de las firmas de novela negra con mayor proyección de estas islas.
De El monje y la hija del verdugo, decir que es un clásico de la literatura gótica, novela magistral que nos lleva por los devaneos del franciscano Ambrosius con la bella e inocente Benedicta, la chica de las delicadas flores silvestres edelweiss. El joven monje se debatía entre su dedicación exclusiva al altísimo y los atendimientos de las cosas terrenas, especialmente en lo que respecta a Benedicta. Entre el orden de las certezas de su venerable vocación sacerdotal, y el orden del desasosiego y la incertidumbre por su amor carnal, amor doblemente prohibido por la propia condición de Benedicta como mujer y como apestada social al ser hija del verdugo.
Ah, qué pobre y consabido es el reino de la certeza, y qué cerrado e injusto a veces! ¡Ah, qué seductor y escurridizo el reino de la duda y la incertidumbre! donde todo éxtasis parece que sucumbe al abismo de la inestabilidad y la destrucción. ¡Ah, pero qué grata es la apertura de miras, la exploración a nuevos territorios, caminar al encuentro de nuevos retos.
Pájaro soñador, asienta ya tus patas en la tierra, deja ya de volar de flor en flor y escucha el noble saber del filósofo caminante y peripatético.
Releo En las afueras del Balayo de Orlando Cova, en realidad una novela corta que seguramente habrá pasado por una simple recopilación de pequeños cuentos. Sin embargo, componen una constelación de historias donde los personajes mantienen continuidad y se impregnan del contexto de las otras historias. Sí, ciertamente un primer intento de lo que luego compondrá Orlando más canónicamente como novela en Nadie contó los días exactos. Parecida técnica fragmentaria empleó también en Hospital principal del norte. Ambos, una forma de abordar esa compleja dimensión del ser humano y que sin duda preocupaban y ocupaban la sensibilidad de Orlando, como son las relaciones de poder, algo de lo que a propósito de Foucault, hablé brevemente hace unos días en su homenaje en Librería Cabildo.
El orden y desorden de la manera narrativa de Cova es algo más que un mero juego, juego al que te somete el autor explícitamente, por ejemplo, en la elaboración del índice de En las afueras del Balayo, al establecerlo en modo distinto al orden tradicional de la paginación. La fragmentariedad no es solo condición de la realidad observada subjetivamente, sino del propio orden temporal de las cosas, dando lugar a escenas puzzle que hablan de los infinitos cuadros de la brutalidad y sensibildad humanas.
Hasta siempre Orlando. Ahora le toca a Jesús, que quiere participar en no sé qué acto sobre ti, y ya le tengo prometido pasarle estos textos tuyos. Buen provecho.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

El que faltaba

Tiempos de intemperie, sálvese quien pueda. Jesús siempre requiriendo que escribamos, que no dejemos pasar ni una, que si no nos corta el cuello. Uf, pues creo que a estas alturas ya estoy más degollado que aquel baifo sin cabeza que vi correr y brincar por el jable mientras se desangraba. Impresión de niño, de cuando las palomas rozaban el aroma de las flores, para seguir con la delicada metáfora ofrecida al gallego hablador. Qué tiempo de correrías sureñas, imposible contarlas todas, pero sí contaré ahora mi versión de la bronca playera del Paraíso.
Llegamos de rebote, acordándonos de Charlín y sabiendo bien poco de él después de la trifulca sobre si Lizundia podía o no ser defensor y crítico de su propia obra. Qué sentido del humor se gastan algunos. Bajábamos desde Guía de Isora, donde nuestro consumo videocultural no estaba siendo satisfactorio. Hasta teníamos miedo de costiparnos en la espera de aquella desangelada plaza. Que le den a la modernidad del cine veraniego al aire libre en pleno noviembre, como si tuviéramos que creernos el discurso entero de la eterna primavera turístico-isloteña. Cuando nos vimos con el gallego, todavía en el coche, Jesús ya me advirtió (y yo también me había dado cuenta) que ni le saludó. Nada, como si no existiese. Desde la admiración confesa a la completa indiferencia, cruel destino a un escritor metido de corrector puntual y por circunstancias del guión. En fin, y yo que me creía que el encuentro serviría para limar asperezas. Resultó mejor que eso. Parkeo en medio de la curva ciega (no hay otro sitio libre) y Charlín nos lleva a un bar que suele frecuentar. El nombre ya me pareció premonitorio, "El que faltaba". Si el Víctor orteguiano tiene razón y el valor de las cosas está en ellas mismas, solo que nosotros debemos estar preparados para saberlas apreciar, diría que aquel sitio no invitaba precisamente a la concordia y ni mucho menos estábamos preparados para avizorarla en lontananza. Y sobre aquella pequeña terraza de mobiliario plástico de un conocido refresco, comenzamos a departir sobre las últimas novedades literarias. Enrarecido ambiente, callejón sin salida, y no importa de qué, en una noche de ronroneo luminoso que prometía. Y yo reía en aquel pequeño rifirafe de escritores, pero en segundos la cosa explotó como un volcán a nuestros pies. Cada vez me veo más pájaro y aéreo, nada terrenal, como para estarme tomando en serio aquella falta de argumentos de peso, como que todo terminó en mariconada estentórea. Ya he tenido suficiente, se acabó el humor. ¿Y ahora qué?
A recomendar la lectura de Charlín, me dice Jesús, que la cosa no ha hecho sino empezar.
Que así sea.