El viernes pasado tuvimos presenta en San Andrés. Finalmente superados todos los errores de la convocatoria, pues ni era a las 18,30 horas, ni José R Castellano uno de los invitados a la mesa, ni el cine era el lugar, sino el Centro Cultural. A pesar de todo, allí asistimos al acto con una emocionadísima autora que apenas podia hablar llegado el momento, con un Ánghel en su papel de siempre y con un Jesús no trasmutado en José, pero al que poco se le oía por la pésima acústica, lo que se acentuaba por los sonidos repetitivos del ensayo de trompas y trombones del local de al lado. No sé cuántas asociaciones colaboraron para esta celebración (se nombraron más de diez), lo de este pueblo es increíble. Para que algunos se quejen de falta de tejido social de apoyo al estado protector. La más activa de todas ellas parece ser la Asociación de Mujeres ¿Atenea?, pues allí había una buena representación de ella en apoyo a una de sus miembras (creo). Dña. Berta (que así la llamaban) no se limitó al libro presentado, sino que lo adornó además con una docena de sus pinturas, pues también dedica a eso parte de su tiempo. Me gustó especialmente el contraste del cuadro de la virgen suplicante con la imagen de Jesús detrás (el Castellano, me refiero). El lienzo ubicado al frente de la mesa, al menos desde mi lugar, se solapaba exactamente al sitio que ocupaba Jesús en su intervención. En mi febril imaginación, tal encuandre me daba juego a indiscretas dicotomias y paralelísmos de caras, expresiones y vestimentas. En fin, un humor ciertamente malévolo que me guardo. Posteriormente, picoteo y vino, lo que en estos tiempos de vicios públicos y benevolencias privadas es muy de agradecer. Muchas felicidades al asociacionismo de esta cajonera city, que gracias a que ha tenido que inventarse a sí misma, ahora goza de la mejor salud social. Bueno, siempre dentro de lo que nos cabe esperar en esta vida. Todavía recuerdo aquella noche con Juana y Jesús jugando al bingo con garbanzos secos a altas horas de la noche y la seriedad con que se lo tomaban aquellas puretas sanandresinas. Estuvieron a punto de echarnos.
Luego nos vamos a cenar y nos acordamos del antiguo Santana, donde el portugués simpre disponía de un gran pulpo a la gallega y últimamente Kalima nos hacía las delicias del llevar y traer. Nada, pura nostalgia ya, pues el Santana cerró y a Kalima un día me la tropecé por La Laguna dándome la noticia, y la semana pasada Jesús me confirmó que ella trabaja por Tacoronte (que anda muy enterado él con qué se cocina por aquellas tierras). Ahora este bar-restaurante lo quiere reflotar Urkulo (o Urkur, que ya no sé bien cómo es), un paisano vasco afincado por San Andrés. Y allí me espeto tremendo chuletón cuando el resto se conformaba con apenas un tercio. Yo, sin embargo, sumaba a mi tercio los restos dejados por los demás, lo que llegó a sumar (calculo yo) el chuletón completo o más.
Sabía yo que aquello me iba a pasar factura digestiva a pesar del generoso riego vitivinícola, pero lo que no acerté a imaginar es la curiosa fuente de historias e imágenes que aquel malestar me dejaría durante la noche. Así que, mientras unos buscan opiáceos, otros efectos lisérgicos, otros alcohólicos... o una combinación de varios de ellos, yo creo que me voy a conformar con la del nocturno chuletón de Urkulo acompañado de algún tintorro de su bodega. Siempre que no sea aquel supuestamente de La Matanza que nos ofreció al principio y con el que todos estuvimos de acuerdo en no elegir. O quizás fuera esa primera copa, precisamente, el principal detonante alucinógeno. Por si acaso, la próxima vez pediré lo mismo en cantidad y por el mismo y riguroso orden (cual fanático supersticioso) a ver si los efectos se repiten.
De todas formas, echaré en falta la risa histriónica del portugués y a su dulce camarera de Essaouira.
lunes, 7 de mayo de 2012
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