sábado, 12 de marzo de 2011

Sueños del maur

Llegó la alfombra mágica mientras el comunismo le decía al oído, ¡lengua, lengua es lo que te falta a ti! El anarcosíndico, ¡oooh! se estrujaba las sienes hasta partirse en dos cachos, entre la rabia y el desvarío. ¡Pero cómo te atreves, lengua vil! Todo lo que me has pedido te lo he ofrecido gustoso y hoy que te pido un lugar donde pasar estos tristes días, me tratas con tal desapego y misericordia que me dan náuseas. ¡Calla, perro! no oses morder la mano que te da de comer. Tal vez tengas razón, pero no olvides que hasta un felpudo tiene más valor que tú, que ya no estás ni para hacer servicio alguno. Sólo eres escoria de la que hasta jode desembarazarse para evitar tener que cargarla sobre las costillas. Qué vida triste pesa sobre mis hombros... Sí, aprovéchate. Mañana será otro día, con otro resplandor el que ilumine esta afrenta, quizás sean otras las personas que acudan a mi encuentro, quizás sean otros los derroteros que me salven de la desdicha. Quizás, ni seas tú el que esté allí.
...Y la disputa tenía un sabor extraño, de pesadilla que se repite sin descanso, y a la que se añadía una textura repugnante y áspera, como si de cuero de marrajo se tratase y se me hubiera metido una ventrecha suya en la boca para darle vueltas y vueltas, y entretener la ansiedad del momento. Las imágenes, sin embargo, eran vagas y descoloridas entre las voces, deformándose a cada rato como las cosas que vemos desde un ojo de pámpano mezclado con el de un cherne sahariano. Mirada de peje de fondo anclado en la luminosa superficie, mientras las protuberancias caminan por debajo de las aguas, con sus reflejos y emplastes; fabricándose monstruos y jardineras de clavellinas.
Cosa seria, la de anoche, me repito al despertar.

Esta mañana dos tipos entran en el solar de la trastienda de mi casa. No es la primera vez que sucede. Allí quedan, entre la maleza, algunos restos de materiales de construcción. Esta vez rompen el techo remendado de un viejo contenedor, de allí saltan varios puntales amarillos. El estruendo es tal que llama mi atención cuando hacía no sé qué en la cocina y me asomo a la ventana. No veo bien y subo a la del piso de arriba. Vuelan varios puntales más mientras el compinche acarrea presuroso los que puede. Sale el otro de adentro y redoblan el esfuerzo transportador. Son ágiles y en cinco minutos dan por terminada la escaramuza. Dejan atrás un cierto reguero de piezas sueltas al pie del contenedor. Eran las doce y a cara descubierta, el seat trans esperaba más arriba, al borde de la acera. Sin problemas, un ejercicio burdo pero sorpresivo y rápido.
Yo me quedo mirando aquel desconcierto de tubos metálicos y pienso en mi apuntalada vida, en cómo echo en falta aún más puntales y sin saber lo cerca que los tenemos a veces, y lo fácil que puede resultar el cogerlos y llevárselos en un momento dado. Sí, ya sé que no son éstos los apuntalamientos que necesito, pero la imagen resultó reveladora.