viernes, 1 de abril de 2011

Óscar Domínguez, la sangre de le Dragonnier des Canaries

le Dragonnier des Canaries, así es como llamaba André Breton a Óscar Domínguez y me imagino que así también le conocerían en todo el mundillo surrealista de la época. El apodo tenía sentido por muchas razones; por algunos de los elementos simbólicos que aparecen de forma recurrente en la pintura de Domínguez, por su fuerte personalidad con momentos de gran irascibilidad, por su procedencia exótica de unas islas muy al sur, africanas y volcánicas...

En fin, el caso es que estuve el otro día por el TEA y aproveché para ver la exposición Oscar Domínguez. Una existencia de papel. Al entrar tuve que pagar 2,50€ (precio de residente, además) "¿Pero no decían que era gratuita?" Le digo. "No no, eso fue el día de la inauguración" Me contesta. "Ah, pensé que había leido algo de 'gratuito'..." Pues nada, a pagar. Ahora, sin embargo, me fijo mejor en la propaganda del TEA que me llega al correo: "La visita es gratuita al adquirir el ticket de entrada" Vaya, ahora lo entiendo: es gratis pero una vez hayas pagado. Ya ya, ya me van quedando claras las cosas. ¡Lo que hay que ver! Bueno, como decía, el caso es que estuve por allí para sorprenderme con cosas que aún no había visto de Domínguez, así como de la puesta en escena para esta ocasión (algo había visto en una foto publicada de la inauguración, con lo que parecía una especie de chorro de algodones volando hacia el techo en forma de arco.

El tema del dragonnier y el drago siempre me había seducido, y al ver en directo el cuadro "Drago", de su primera época surrealista, me impresionó su oscuridad (quizás es un tema de conservación). El cuadro lo conocía por fotografías y parecía más luminoso. La verdad es que la iluminación tampoco ayudaba y, én éste como en muchos otros, los reflejos eran realmente incómodos para verlo. No sé cómo no han solucionado mejor ese aspecto. Te tienes que mover de un lado para otro hasta lograr evitarlos, pero siempre perdiendo la verticalidad y la visión frontal.

Este "Drago" de Domínguez es hermoso y exuberante, con una gran copa como la del famoso drago de Icod, aunque me han dicho que en Tacoronte hay otro ejemplar aún más viejo que aquél (no, no es el de la carretera general, es otro), con lo que es probable que fuera ese el que tuviera en su mente el pintor, pues de todos es sabido su vínculo familiar con ese municipio. El mundo subterráneo de ese drago es onírico y sensual. En la copa del drago, un viejo león sentado, como símbolo de sabiduría y fuerza, las hojas de su fronda son largas y lanceoladas, ofreciéndose como mil dagas verdes a los cielos y vientos. La arboladura de ramas y troncos es sinuosa y enmarañada, y es en algunos de donde salen pequeños hilos de sangre; ¡es un drago poderoso y sangrante!

Para los guanches el drago era una planta sagrada, cuya resina rojiza (por lo que se asimilaba a la sangre) tenía múltiples usos, destacando particularmente el de ser uno de los ingredientes básicos para el mirlado de los muertos, por sus cualidades astringentes, paso previo a la momificación.

En los textos griegos clásicos se hablaba del Jardín de las Hespérides, allá en el lejano oeste por donde se ponía el sol, cerca de las cordilleras del Atlas, casi al borde mismo del mundo. En este Jardín se encontraban los árboles de las manzanas doradas que otorgaban la inmortalidad. Para custodiar tan preciado bien, la diosa Hera había puesto un dragón de cien cabezas, llamado Ladón, teniendo la particularidad de reproducírsele en mayor número cualquiera de esas cabezas que le fuera cortada, haciéndolo invencible. Dicen del drago, que si le cortan uno de sus ápices, rebrota con varias ramas por su borde, al igual que ocurre de forma natural después de su floración. Todo ello va favoreciendo esa estructura de brazos tan característica de los ejemplares más viejos, y que probablemente incidieran en considerarlo como la encarnación vegetal de aquel mítico dragón, dando origen a su nombre científico, dracaena draco.

La 'sangre de drago' fue muy apreciada en la historia europea como excelente tónico e ingrediente obligado de las distintas fórmulas para la eterna juventud que provenían de la alquimia y los viejos saberes medievales, y hasta componente de sortilegios y nigromancias. No es de extrañar, pues, que aún hoy los ingleses lo sigan llamando "dragon's blood tree" (árbol de sangre de dragón).


Esa función conservante y sagrada indígena, la propia extrañeza y grandiosidad de la planta (ni siquiera es un árbol sino una hierba gigante), así como la identificación con el dragón del universo mítico clásico y el hecho de que 'sangrara' para fabricar con ello prodigiosas pócimas, lo han convertido en un poderoso totem isleño. Totem, que la sensibilidad de nuestro pintor surrealista ha sabido engrandecer.

Por último, y a propósito de la sangre del dragonnier, recuerdo que una de las más bellas leyendas de estas ínsulas habla de cómo un viejo dragón voló por estas tierras sintiéndose herido de muerte. Seguramente fuera Ladón después de su encuentro con Heracles, quien burlara su vigilancia del Jardín de las Hespérides, llevándose las manzanas doradas. Cuentan que, antes de caer muerto, en sus agonizantes vuelos, iba dejando caer gotas de la sangre que brotaba de sus heridas, y que de cada una al llegar al suelo, nació un árbol. Un árbol que no es árbol, sino hierba, hierba gigante y milenaria que se nutre del propio ánimo del dragón, justo antes que la diosa Hera le despojara definitivamente de todos sus privilegios inmortales en venganza por haber dejado que robaran el preciado fruto de su Jardín.

Jesús, ahora te toca a tí entonar un bello poema de esta historia. Un poema épico a la vieja usanza, pero con la impronta tierna y guerrera que los nuevos trovadores como tú sólo le saben dar, escritor de raza como bien dice el prologuista JMª.