martes, 31 de julio de 2012

A propósito de Hopper


Ya llevo varios días hablando con algunos de Edward Hopper, hasta planifico un viaje a la exposición que hay de él en Madrid. No creo que me lo pueda permitir, a no ser que encuentre alguna de esas buenas ofertas que de vez en cuando circulan por ahí (la lotería es del todo improbable, nunca juego).
Me encontré un librito de él en la ciudad de los Adelantados, Escritos es su título, una coqueta edición de la Editorial Elba. Lo leo y me sorprende su acusado nacionalismo cultural, su búsqueda de pintores que remarquen el modo americano de existir, la reacción visual del artista ante su tierra, una honestidad creativa que se desmarque de modas y clichés foráneos, una forma propia y personal de registrar las emociones ante la vida y el mundo.
“Si establecemos el aprendizaje de un maestro como algo necesario, creo que nosotros lo hemos cumplido con creces. Perpetuar una relación de esta naturaleza sólo puede representar una humillación para nosotros. Al fin y al cabo, no somos franceses y  nunca lo seremos, y cualquier intento de serlo es negar nuestra herencia, así como imponernos un carácter a nosotros mismos que nunca pasará de ser un mero barniz.”    “Puede que la cuestión del valor de la nacionalidad en el arte sea irresoluble. En términos generales podríamos decir que cuanto más refleja el carácter de su pueblo más grande es el arte de una nación. El arte francés es buena prueba de ello.”
Supongo que algo de eso consiguió su obra, sin embargo su triunfo también es su fracaso. No sé, pienso que esos cuadros dicen muchas más cosas que su impresión de la vida americana, por algo se ha convertido en uno de sus pintores más conocidos fuera. Quizás, supo captar un modo de existir de la modernidad, algo que va más allá de las fronteras norteamericanas, el ser moderno ante el mundo, la soledad de una vida a pesar de abundancias y comodidades, algo que trasciende sereno y contundente, algo más allá del encuadre, que lleva la mirada a un espacio solo imaginable, difícil de explicar y de pintar, solo sugerirlo ya creo que es bastante.
Al final veo que en esta misma colección, El taller de Elba, hay otro título que me interesa sumamente: Ser escultor, de Henry Moore. Seguramente Javier Hernández habrá dado buena cuenta de él para su última novela, El sueño de Goslar, o al menos eso espero. Ayer leía ese artículo de Javier Rodríguez Marcos en el Babelia sobre la muerte de la novela, “La muerta viva”,  y en él se habla de lo bien que han encajado algunos géneros novelísticos a pesar de la situación de crisis en la novela actual, una batalla que se pierde frente a otras narratividades que van en auge, como la red, la tv o el cómic. En esa diatriba, sin embargo, para algunos es la novela de entretenimiento la que todavía sigue dando la cara, la novela más tradicional, el género negro o histórico, los formatos más reconocibles. ‘Una reacción ante algo que se acaba’ según Eloy Fernández Porta; una forma de defensa entre los que se resisten ‘a aceptar que cultivan un género progresivamente anacrónico’, para Luis Goytisolo. Solo queda un escaso margen para una novela ‘de gama alta’, que ya no experimenta con el lenguaje sino con la estructura.
Volviendo a Javier Hernández, solo espero que haya apostado esta vez por algo de esa ‘gama alta’, por algo que vaya más allá de ese ‘rescate’, a veces hasta rayando lo anecdótico, de los acontecimientos de la historia cultural canaria. Espero que en ella aparezca no solo algo experimental sino algo de la esencia de esa escultura y de ese autor, e incluso, de esa aventura de los popes culturales de los setenta. No, no basta con adornarse de elementos de cierto prestigio para contar una historia ambientada en las islas. Sí, ya sé, el recurso no tiene porqué convertirse en un fin en sí mismo, pero tampoco llegar a ser algo casi gratuito. Si se mete, que sea por algo de verdad o acabaremos por banalizarlo todo, y, peor aún, no habrá fuerza en su narrativa, ni carácter, sino puro deleite esteticista, puro envoltorio. Quizás no sea demasiado tarde para sucumbir del todo, quizás la ‘gran novela’ ya no pueda existir como dicen en el artículo del Babelia, pero quizás sí podamos pensar más allá del mero entretenimiento con un cierto toque de exotismo isleño, más allá del sabor a canariedad. Y lo digo, además, porque ahora amenaza con otra novela donde aparecen Antonio Bermejo y el mundo fetasiano.
Habrá que volver a Edward Hopper, a esa definición del arte como el esfuerzo del artista por comunicar a otros la propia reacción emocional ante la vida y el mundo. Pero ¡de verdad! O terminaremos por pensar que no se tiene nada que decir, solo un cierto bagaje, quizás hasta un cierto dominio técnico.
Ya ves Javier, cada vez te exigiremos más. Así de sedientos somos algunos lectores. Quizás no deberías tener tanta prisa con tu próxima novela, impregnarte hasta el tuétano del mundo de Bermejo y su grupo, dejarla reposar, y trabajarla hasta que coja la densidad adecuada.