jueves, 29 de abril de 2010

Colecciones

Ron-roneo en el Monterrey a media noche. La luna llena estaba hermosa con ese halo de los tiempos africanos que soplan por estos lares desde hace un par de días. En el Monterrey, Chani dejó pequeño a Alfredo Kraus mientras se concentraba en sus caricias al techo del local, a casi tres metros de altura. Brincaba de la estantería al escabel y del escabel a la nevera. Y cantaba, cantaba improvisando letras que, a pesar de nuestras risas, iban hilando un discurso de amores desaforados. Nos salimos a fumar, hablábamos de Kafka, del Ulises de Joyce y de la Antología de relatos luso-canaria de Pacheco a propósito de retóricas e historias. Y mientras fumábamos, nos pusimos a ver la luna y a desandar las conversaciones del encuentro “Coleccionistas y colecciones: del objeto al arte”, la mesa redonda de esa noche en el TEA, con Javier González de Durana, director artístico del TEA, y con Fernando Estévez, Director del Museo de Historia y Antropología de Tenerife. También estaba Ángel Mollá por allí, que continúa este ciclo el viernes con una conferencia sobre ruinas y nostalgias. Saludó efusivamente a Jesús. Bueno, el caso es que a Jesús le pareció de interés la separación entre coleccionistas que quieren mostrar sus colecciones, de los que sólo la hacen para sí mismos y no las quieren exponer públicamente. Desde la mesa Javier insistía en la relación cuasi amorosa, íntima, que expresaban algunos de estos coleccionistas (ponía ejemplos) y Jesús planteaba cuestiones como la legalidad/ilegalidad o moralidad/amoralidad de los objetos coleccionados. Luego, mientras nos enterábamos en el bar de turno que el Barcelona había quedado eliminado (debimos ser de los pocos futboleros que nos perdimos el encuentro con el Inter, ahora me explico la baja concurrencia al acto), comienzo yo a hacer divagaciones por esa brecha abierta en el asunto del coleccionismo, y hablo del frikismo. Si la colección se establece con un criterio realmente friki y bizarro, no creo que sea para mostrarla, entre otras cosas por el efecto de mandíbula desencajada (imagino) que tendría en los que la ven. Jesús se acuerda de “El Coleccionista” de John Fowles y yo de los thrillers cinematográficos y esas colecciones de piezas humanas a través de asesinatos en serie. En el Moterrey, Jesús me habla de un sueño, con un señor que a pesar de lo feo que era tenía mucho éxito con las mujeres porque tenía una mano muy grande, hasta el punto de que sus dedos eran como penes. «¡Claro!» Le digo, así empato con lo de los frikies. «Es que no hay nada más irrefrenable que el morbo. Y si el objeto del deseo está oculto, esto se multiplica. Me acuerdo de la película española "Orquesta Club Virginia" (mentira, no me acordaba del título, pero ahora sí), donde el mujeriego (coleccionista de polvos, por tanto) de Enrique San Francisco (perdón, su personaje) se obsesiona con follarse a una chica del hotel donde se hospedaba la orquesta. Pero no porque fuera muy guapa, no, sino por tener doce dedos en los pies, es decir, uno más de lo normal en cada uno. ¡No ves que siempre lleva calcetines, hasta cuando baja a la piscina!» Decía. Y es que, como muy bien planteaba Fernando Estévez, las colecciones tienen la capacidad y el objetivo de extraer los elementos que las componen del contexto cotidiano, normalizado, para alojarlos en el ámbito de lo extraordinario, de lo que no tiene precio, de la relación especial y trascendente con, al menos, el que las colecciona. Así, la chica de los doce dedos es convertida en una rara pieza que faltaba para su colección; en los asesinos en serie se hacen recomposiciones (sangrientas, eso sí) de elementos especiales para alcanzar la perfección idealizada/deseada; los frikies organizan sus objetos alrededor de criterios excéntricos para placeres únicos y personales; en la novela de Fowles la chica secuestrada termina siendo una continuación de su colección de mariposas a las que les da caza y priva de su libertad de vuelo y que es lo que constituye el propio deleite de este coleccionista, su espacio para lo extraordinario; el que colecciona objetos robados, ya sabe de antemano que no los va a poder exhibir, sería absurdo y frustrante para él comprar estas piezas con la intención de exponerlas a los demás, arriesgándose a que en algún momento habrían de descubrir el fraude, la razón tendrá que ser otra, íntima, intelectualizada decía Javier Glez. en algún otro caso. En fin, sea como sea, con múltiples criterios, con gustos muy distintos, con motivaciones tremendamente variopintas, las colecciones siempre configurando un espacio personal para lo inusitado, lo excepcional, lo extraordinario.
Luego Jesús me habla de la colección de Pacheco y del relato “Las cenizas de la paz” de María do Rosário Pedreira (se ríe por la historia), y yo le hablo de “Después de las perdices quietas” de Antonio Manuel Venda (me gusta el ritmo con su ambientación nada urbana). Y recordamos la nueva colección de Antonio Gómez Charlin “Los hijos bastardos de Dios”, todos autores canarios extraviados… no sé si hacia la isla de San Borondón. Cuántas cosas en esta noche redonda, de luna llena africana… Y ellos siguieron rumbo al bar Castillo, cuando decidí volverme a casa. Por el momento, ya había coleccionado suficientes rones.

7 comentarios:

campanilla dijo...

Hablando de colecciones frikis, la que tiene una tía mía.
Ella coleccionaba mantillas, si, de las de ir a Misa, y ahora que ya es muy mayor las tiene guardadas como oro en paño, envueltas primorosamente en papel de seda y en cajas de cartón estamapadas no menos primorosas y de bastante antigüedad.
Las tiene de todo tipo de encajes y florituras, y en todos los colores permitidos por la Santa Madre Iglesia, oséase, negras y blancas.
Las tiene que llegan hasta el hombro, largas, más largas para poner con peineta, etc. pero hay que reconocer que la tontería de colección vale una pasta, porque ella siempre las compraba de los mejores encajes y chantillis, y algunas pasan bastante del siglo de antigüedad, así que con un poco de suerte, como es mi madrina, el día que fallezca las heredo y hago negocio, jajaja.
Yo añadi a su colección un par mantillas que llevé cuando era una niña y no tan niña a los toros yendo vestida de "manola", por supuesto con mantilla y peineta, ¡como está mandao!
Por cierto, una película que a mi me gustó, al hilo de las colecciones, fue el coleccionista de huesos, con Denzel Washington y Angelina Jolie, supongo que ya la habrás visto.
Un abrazo.

Ramón Herar dijo...

¡Hombre, por fin vuelvo a escuchar el tintineo dorado por estas páginas! Pues sí, son extrañas algunas colecciones. Pregúntale a tu tía por qué las coleccionó, e incluso, por qué las siguió coleccionando durante tanto tiempo, como imagino que ha sido. Lo de conservarlas... eso ya se entiende perfectamente, pero también pregúntale qué le gustaría que fuera de esa colección (espero que esto no te ponga en un compromiso). Ja ja, un abrazo

campanilla dijo...

Lo de empezar esa colección no fue una cosa intencionada. Su madre ya guardaba las mantillas que no usaba y que iba reponiendo por otras más modernas, con lo cual, la colección empezó por aquello de "las voy a guardar por si acaso las vuelvo a usar"
Después, al morir su madre tampoco quiso deshacerse de ninguna por lo que tenían de sentimental y mientras tanto, guardaba también las suyas y las de unas tías que vivían con ella, así que poco a poco entre unas y otras, guardando guardando, se hizo con más de cien mantillas, que no es poco, y como ya comenté, todas debidamente envueltas en papel de seda y guardadas en preciosas cajas antiguas.
Lo de qué hacer con la colección, si no las ha dejado donadas por testamento a algún museo o algo así, seguramente serán para una servidora, pues no tiene hijos y yo soy su ahijada, y ya le tengo dicho desde joven que las joyas y todo lo suyo para mi, jajaja. En fin, el tiempo lo dirá, ver venir. Por cierto, enhorabuena por el Tete, ya veremos mañana que hace Osasuna.

4 Gatos dijo...

Como algún friki tiene que dar la nota, pués yo mismo. Yo oí hablar una vez de un ser de carne y hueso -no es una parida mía- que coleccionaba pedos. Empezó coleccionado los suyos, según él, había matices olorosos según lo ingerido. Después pedía a sus familiares, amigos, amigas, novias que tuvo, y demás productores gaseosos. Por favor, no se rían que ya Cela hablaba de sorber agua por el culo y aseguraba distinguir matices entre el agua del grifo, la de Vichy o la Perrier.
En fin, va a resultar que los coleccionistas son hombres de ciencia -como dijo el famoso antropólogo Ramón Hernández.

campanilla dijo...

Jajaja, bueno, el problema de coleccionar pedos puede estar en los recipientes para guardarlos.
¿Se guardarán mejor en cristal, en plástico, en porcelana? a ver quién es el guapo que me dice dónde conservan mejor su aroma...jajaja, para eso sí que hace falta ser un hombre de ciencia...y lo demás tonterías.

Ramón Herar dijo...

Lo dicho, hay colecciones que no son para mostrar a nadie, sólo para contar en algún momento en que se quiera ser más friki que todos los frikis. ¡Ay, cómo somos! siempre pretendiendo ser más que el resto.

Unknown dijo...

A Campanilla:

Querida Campanilla, la verdad es que acertaste en lo del cristal. Es el mejor envase para los pedos. Por cierto, creo que deberíamos agasajar a Ramón y enviarle alguna muestra en apoyo de su inicitiva blogística.
Es una idea, ¡eh!
ja ja aja