En mis idas y venidas por el barrio siempre encuentras personajes que están en otra onda, funcionando en clave particular y distinta. Uno de ellos me inspira un pequeño relato, pura ficción, pero con un sustrato de realidad. Como siempre en literatura y como en todo este blog, y, si me apuran, como en todos los blogs del mundo ¡Y que no me pregunten de porcentajes! esto es otra cosa. Lo que cuenta, como siempre, es el resultado. Allá va:
Miro los coches que pasan. Sí, me planto en el borde de la acera y espero a que las horas y los días pasen. No soporto quedarme encerrado en mi casa, las paredes se me vienen encima. Definitivamente prefiero estar ahí, viendo pasar los vehículos en su incesante discurrir por la rotonda de Las Moraditas. Ya han pasado aquellos días en que los mocos y las babas me bajaban por el rostro y colgaban en hilachas desde el mentón. Comprendo que a la gente no le gustara mi aspecto, pero es que necesitaba salir como fuera, coger aire y sol. Tenía un tratamiento bien fuerte esa vez, me aturdía hasta el punto de ir por el mundo como un zombi, con el automático puesto. Fue entonces cuando descubrí que mi lugar ahora era ese, justo delante de la cafetería Canarias. Siempre acababa ahí, no importa los recorridos que diera. Me fío de mi automático, de la intuición pura. Desconozco la razón por la que me guió hasta aquí, pero ahora entiendo que éste es mi lugar. Nadie lo comprende, me ven ahí horas y horas, sin hacer nada, pero mi cabeza bulle como un caldero hirviendo. Muchas veces el semáforo se pone en rojo y la gente se para justo a mi altura. Veo sus miradas esquivas, su incomodo. No quieren verme, no quieren darse por enterados que estoy ahí, delante de sus narices. Alguno se atreve a mirarme, incluso, un par de veces me han mirado justo de frente, con miradas retadoras. Yo no puedo dejar de mirar, de pie, justo al borde de la acera. Y pienso en mi vida anterior, en los detalles que se me escaparon, en lo que significaron para haber tomado otro rumbo. Nunca me gustó mi vida, no sé por qué, pero no se ponía de acuerdo con lo que sentía, con lo que podía hacer. Siempre arrastrado por las aguas hasta orillas a las que no quería llegar, siempre mirando la orilla contraria con deseo y ansia. Es curioso, estas mismas elucubraciones son las que me han llevado a la situación actual y nunca me dejaron disfrutar de las cosas tal cual se iban dando. Siempre insatisfecho, pero la gente me saludaba y creían ver en mí a una persona importante. Ahora que por fin hago lo que quiero y me siento bien, tranquilo, la gente me rechaza, me ignora, me deplora. No hago mal a nadie, pero las pongo en un compromiso, las intimido, y no puedo cambiarlo. Ahora la desconexión entre yo y mi cuerpo es de tal calibre que ya no consigo hacerme ver, hacerme entender. Casi soy feliz por dentro, pero mi triste figura es opaca y sólo ven al pobre esquizofrénico y tarado de por vida.
INVASORES
Hace 45 minutos
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