En la autopista, de regreso del colegio de mis hijas, una Triumph Thunderbird me adelanta. La mítica moto de Marlon Brando en aquella película de Benedek,
The Wild One (El Salvaje). Por lo visto, no era una moto que formara parte del atrezo de la película, sino que era su propia moto en realidad. Marlon (Johnny), el rebelde de las grandes
bikers americanas, Benedek, el iniciador de esa clase de
road movies, a caballo de máquinas a dos ruedas. Rebeldías de los 50 y los 60 para comerse al país entero en correrías sin fin y de libertad desbocada, quemando asfalto y convencionalismos.
Los Ángeles del infierno en la carretera, perdón,
On the Road. Los proscritos, los que se emborrachan, los que se drogan… la generación perdida, la contracultura. Peter Fonda gritando ante el juez carca sus inconformidades, su decálogo vital, su inocente paraíso terrenal; Dennis Hopper cruzando el país de lado a lado, que era como cruzar por toda la selva de valores conservadores e hipócritas. ¿Contra qué luchaban, qué buscaban, qué encontraron? Ya sólo queda una cierta estética, una cierta manera de brindarse al mundo, mientras el aire de la autopista nos refresca la cara y la mente en una dulce mañana de primavera. On the Road y al ritmo de los coches, de las colas, de los puentes, de los cruces, de las pitas, de las broncas, de los descuidos, de las vallas traicioneras, de las miradas cómplices con la chica del viejo descapotable. On the Road… On the Road… Y yo escuchando los viejos ritmos del Delta y las montañas, en el CD que me regaló Kiko el otro día. Blues antiguo de Little Walker y Baby Face Leroy, de J.B. Lenoir y Sunnyland Slim. Escuchando ese tema increíble, rotundo y atemporal,
Rollin’ and Tumblin’. Sí señor, rodando y dando bandazos, así es la vida amigo.
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