Leo en la revista
Samudra una reseña sobre una película de los israelíes Avner Faingulernt y Macabit Abramzon. El título de este largometraje,
Hombres en el filo: diario de unos pescadores (90'/2005), habla de la coexistencia entre israelíes y palestinos a través de las vidas de unos pescadores de sardina en las costas de Gaza. Después de los acuerdos de Oslo de 1993, los pescadores palestinos tienen derecho a faenar hasta 20 millas, pero en la práctica los militares israelíes sólo les dejan hasta 7 millas de la costa. El argumento, como siempre, la seguridad. En 2009 la franja pesquera se redujo a tan solo 3 millas, haciendo totalmente inviable la pesca y desapareciendo toda actividad en la zona. El rodaje empezó en 1999, antes de la escalada de hostilidades entre los dos pueblos, y entonces los pescadores de ambos lados convivían y compartían la vida tanto en el mar como en tierra. Los palestinos eran más expertos y los patrones de las embarcaciones, los israelíes eran los marineros y servían de mano de obra en todas las faenas y aprendían el oficio con ellos a cambio de poder cruzar al otro lado de la frontera. El ambiente es cordial entre ellos, respetándose y bromeando, a pesar del duro conflicto y el difícil equilibrio de ambos pueblos más allá de sus comunidades costeras. Las escaramuzas de las embarcaciones pesqueras con las patrullas militares israelíes se incrementan y el malestar por la presión militar y terrorista que les rodea va en aumento. A pesar de este contexto, los pescadores palestinos e israelíes han conseguido crear una frágil hermandad para poder seguir con su pesca diaria. Unos y otros comparten muchas cosas, pescando juntos en el reducido espacio del barco. Cuatro años más tarde los directores volvieron a continuar la grabación, pero ya no había pescadores palestinos por allí, se habían tenido que marchar, y la pesca se fue desmoronando sólo con los pescadores israelíes, pues no conseguían apañárselas ellos solos. Las escenas del principio, charlando unos con otros, compartiendo los avatares de su tipo de vida y de la tensión política y militar de la zona, ya había cambiado radicalmente. Ahora solamente quedaban por allí las patrullas de vigilancia israelíes y los restos abandonados de aquella pequeña flota artesanal en la playa de Sikma. Un mundo que agoniza, una metáfora de lo que ocurrirá con todo lo demás por el mero triunfo de las armas frente a la convivencia, pero, quizás, con esa esperanza de un tiempo en que sí fue posible y de poder volverla a encontrar algún día en el futuro.
4 comentarios:
todo esto me recuerda con tristeza la desaparición de la pesca en San Andrés. Aquí, al parecer fueron los portugueses los que trajeron aquí el arte de la pesca. Ahora lo que existe es la depesca, lo que hace Marcelino el marino cuando lleva el barco a las jaulas frente a Igueste, a echar pienso a las lubinas o a depescar para venderlo a Mercadona. A otro que veo con trajin de pescado pacá y pallá es al bilbaíno de san Andrés.
¿Marcelino el oyente? No sabía que se dedicara a eso ahora. Lo de las jaulas es criminal porque se le echa 5 veces más de comida de la que necesitan y todo lo que no comen va al fondo. Además, todas las defecaciones de los pescaditos de la jaula también van al fondo. El resultado, zonas completamente quemadas, puro desierto submarino. Esto es un engaño total porque si en la jaula se producen 100 kg, hacen falta 400 kg de otro pescado para hacer su alimento. Todo un verdadero adelanto, sí señor.
De todas formas, San Andrés no es Gaza ¿O sí?
No, San Andrés es Israel, pero todavía no lo sabe. De todos modos, en el arte de pescar eran más parecido a los palestinos. Ya lo contaré cuando salga a la mar con el Chicharro.
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