martes, 30 de noviembre de 2010

La Mata Hari de San Andrés

Esta noche me encuentro con una de las abundantes citas de las que gusta rodearse Javier Hernández en sus escritos. Decía algo así como "El amor es intensidad, y por eso es una distensión del tiempo; estira los minutos y los alarga como siglos" (Octavio Paz). Me recuerda a mis disquisiciones sobre los agujeros negros. Del amor hablaban esta tarde Juana y Jesús. Una tarde de aguas revueltas en San Andrés, con su lengua de canela en rama acariciando los imponentes acorazados marinos a lo lejos, calentando sus barrigas de frío acero, mientras reposan su derrota cotidiana.
San Andrés está de fiesta y la tormenta, más que estropearla, ha conseguido que se alargue por toda la semana. El sábado será la procesión prevista para ayer lunes, víspera del santo patrón, y hasta entonces continuarán los voladores, el júbilo popular y las devociones más beatas. Cuando me marchaba, saliendo por la plaza de Las Adelfas, escucho música y algarabía por un callejón trasero; más adelante me tropiezo con una parranda callejera, animando al vecindario; pasando por La Pandorga, donde habíamos tomado los licores, veo la barra llena y dichicharachera...
Yo me llevaba bajo el brazo un par de libros que me devuelve Jesús. Uno de ellos Diótima y los leones, del que ya he hablado en este blog, y el otro Egos revueltos, que Charlín me dice que me lo quede yo ahora para leerlo. Pasado el Monterrey me encuentro a Orlando que enseguida le echa mano a los libros. En cuanto ve el de Juan Cruz lo deja caer al suelo inmisericorde y, sin inmutarse, continúa mirando el otro. «Parece el libro rojo de Mao», comenta el camarero que acompañaba a Orlando acerca de Diótima y los leones; «Está muy bien editado este libro», comenta él; pero yo me quedo pensando: «Dios, menos mal que fue a parar al único trozo de acera sin charco que quedaba por allí, si no a ver cómo le explico al amigo Charlín...» Juan Cruz no tiene tantas devociones entre los escritores de las islas. No sé si son envidias, egos, venganzas (revueltas o a la plancha) o falta de fe ante el autoendiosamiento (al menos demuestra el don de la ubicuidad), pero Charlín no saldrá de su asombro por estas repetidas muestras de cariño hacia el paisano escritor…
Es la extraña intensidad de una tarde de lluvia con ataúdes flotantes a la espera del repique de los sueños de un pueblo, entre la fiesta y el descreimiento. Lo que imaginé, una tarde para dejarse llevar acunado por las historias de unos y otros mientras se ve posar el arcoíris en el Suculúm. La distensión del tiempo, la psicodelia curvilínea al salir del Petón, los aromas de barranco de chocolate, la exquisita cadencia del hablar de un padre desde la cama, el helado de nata que buscaba Campanilla para su no sé qué de esta noche… Y alguien hablando, así, como quien no quiere la cosa, de la Mata Hari de San Andrés.

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