Cuando esta tarde entré a la librería Agapea (por el lado más moderno y vertical de la 3 de mayo, recorrido que solemos hacer ya en el previo de Tijuana), el primer libro con el que me topé era Sáhara: la última misión, de Miguel Gilaranz Martínez. Y, de pronto, tuve esa especie de premonición: "Tijuana, la última misión". Así se lo comenté a Jesús que en ese momento me escuchaba al teléfono. Era la tercera vez que hablábamos en la última media hora porque de manera repentina no podía acercarse a la radio para llevar el timón de este bosque de cactus al más puro estilo de la Baja California. Donde los advenedizos (entre los que me encuentro), a poco que se muevan se pican. Hoy me temía una gran salvajada (había mimbres para ello), de la que sólo un viejo puma como Jesús podría salir ileso. Así le comentaba por el móvil, no me veía ni quería llevar el peso de este programa. El dueño de semejante engendro que lo meta a camino como pueda, yo salí ya escaldado una vez y con eso fue suficiente. Pero hoy no podía ser, así que resolví dejar libre el asiento del timonel y que el destino repartiera suerte entre los tripulantes, la pura horizontalidad, el estado de naturaleza hobbesiano, el territorio sin ley, la llanura infinita y reseca al más puro estilo western. Ya ven, la ausencia se notó, vaya que si se notó, como que la cosa terminó en triple salto mortal sin red. A los quince minutos, espantada general y bajada de telón musical. Como en la admonitoria de las grandes ocasiones, como cuando la muerte de Franco o como cuando la irrupción de Tejero y su balacera parlamentaria (si exceptuamos aquella cámara indiscreta), de pronto, sólo música en las ondas.
La radio se supera día a día, ya no es la ópera la obra de arte total, hemos encontrado el mejor filón radiofónico de las últimas décadas, ¡pasen y escuchen! ... ¡Viva Tijuana libre!
INVASORES
Hace 49 minutos
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